Existe una polémica muy interesante entre los analistas sobre la voluntad política del papa para introducir cambios en la Iglesia Católica. Los optimistas perciben los cambios y los pesimistas están convencidos de que «no pasa nada». Los acelerados exigen que los cambios sean decididos esta mañana y los tranquilos piensan que probablemente lo verán sus nietos.
Una pregunta que pocos se hacen es cómo transformar la estructura burocrática más antigua del mundo occidental con más de mil millones de feligreses, un millón de empleados a tiempo completo si contamos 400,000 sacerdotes, 600,000 religiosas y si le agregamos el personal laico podrían ser dos millones de personas e incluso más, tales como el personal de apoyo en los templos, los trabajadores de las instituciones educativas, de salud, asistenciales y otras instituciones vinculadas a la Iglesia, sin olvidar el personal voluntario; distribuidos en los cinco continentes, con diferencias lingüísticas y culturales notables. El desafío es como cambiar una estructura organizacional tan diversa y complicada.
La iglesia católica tiene una estructura que implica más de 5000 diócesis y alrededor de mil órdenes y congregaciones masculinas y femeninas que tienen a su vez sus propios órganos de gobierno y de gestión, organizados en más de 25 ritos, entre el latino, los ritos orientales y más recientemente los ritos africanos y originarios de América. Aunque no olvidemos que el papa será designado por apenas 120 cardenales
Teniendo en cuenta estas realidades estructurales, la Iglesia es la multinacional más grande del mundo; debemos entender que cualquier cambio institucional tendrá que atravesar una compleja red de mediaciones que interesan e involucran a distintos sectores de la institución.
Los distintos eslabones de la estructura están convencidos que la iglesia debe renovarse, aunque pueden tener discrepancias en lo que deben hacer, otros, los menos, se sienten amenazados por los cambios y los perciben como estrategias destinadas a quitarles el poder del que disfrutaron durante mucho tiempo. La cúpula de la estructura burocrática durante mucho tiempo estuvo en manos de europeos, particularmente italianos, quienes se sienten los depositarios y garantes de los niveles más profundos de la estructura.
La designación de un papa argentino y latinoamericano definió una opción radical en la crisis institucional. Además, el nombramiento de un jesuita se explica por la percepción de la crisis, definida por la inusitada renuncia de Benedicto XVI, la primera en 700 años.
Las estrategias de Francisco se mueven en varios frentes, los más notables son los cambios en la estructura burocrática de la cúpula romana, la designación de cardenales no europeos y de regiones habitualmente postergadas y finalmente, el cambio en las definiciones conceptuales de la organización. Esto último lo hace desde una perspectiva colegiada, donde aparentemente Francisco no define los conceptos, sino que supuestamente las decisiones son tomadas en conjunto. Esto explica la necesidad de convocar a sínodos, para definir cómo serán los sínodos.
Lo novedoso del pontificado de Francisco es que el día que asumió el cargo le pidió al pueblo creyente que rezaran por él. Luego desarrolló una serie de actividades profanas, ir personalmente a pagar sus cuentas pendientes, llamarle por teléfono a sus amistades de Argentina. La situación se fue complejizando, cuándo asistió a la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil, convocó a los jóvenes a la desobediencia contra los obispos clericalizados, si fuese necesario, “hagan lío”. Un insólito llamado a la desobediencia formulado por el monarca absoluto de la Iglesia.
“Quien soy yo para juzgar a los gays”, fue la insólita pregunta que se hizo regresando de Brasil y no se detiene. Sobre el celibato sacerdotal, simplemente mencionó que es una cuestión del rito latino, “ayer me crucé en la Plaza de San Pedro, con un sacerdote de ritos orientales, que iba con su esposa e hijos”, como si el papa se paseara por la plaza. Sobre el sacerdocio femenino, creó otra comisión “para estudiarlo”, si fuera factible, sobre la comunión de los divorciados, otra comisión para profundizar en el sacramento del matrimonio, sobre la vida espiritual de la población LGTBQ volvió a mencionarlo y tuvo un intercambio de cartas con un sacerdote jesuita que trabaja con esta comunidad.
En una organización “donde todo lo que no es sagrado es secreto” romper los muros del silencio, sin sacralizarlo es avisar, a la vez que decidir, tenga la convicción de que ese dogma será descartado, ¿cuándo? Buena pregunta. Tenga paciencia, estoy convencido que pronto lo veremos. Francisco todo lo que menciona termina transformado.
Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH
(El Universal)