El sábado 28 terminó la XVI Asamblea General del Sínodo sobre la Sinodalidad y se ha publicado ya el Informe de Síntesis con vistas a la segunda sesión de 2024. En el documento se ofrecen reflexiones y propuestas sobre temas muy debatidos y complicados y que han despertado todo tipo de comentarios -positivos y negativos-. Entre éstos, destacan el papel de la mujer y los laicos, el ministerio de los obispos, el sacerdocio y el diaconado, la importancia de los pobres y los migrantes, la misión digital, el ecumenismo y los abusos. Se expresan, asimismo, las reflexiones sobre la paz y el cambio climático, el ecumenismo y la identidad, nuevos lenguajes y estructuras renovadas, misiones antiguas, nuevas y digitales, escuchar a todos y profundizar -no superficialmente- en todo, incluso en los temas más «controvertidos».
En medio de un clima de expectación, tal vez, por desconocimiento y los rumores apocalípticos en algunos sectores eclesiásticos, el Sínodo ofrece una mirada renovada sobre el mundo y la Iglesia y sus exigencias. En mi opinión, ha abordado con valentía algunos temas espinosos que, por responder a una sociedad y una Iglesia en crisis, son siempre discutibles. No podemos negar que este evento eclesial se ha visto muy influenciado, por una parte, por quienes pretenden ser los defensores de la ortodoxia o, peor aún, los jueces supremos de todo y de todos y, por otra, por quienes que quisieran dejar atrás la sana doctrina y exigen una Iglesia “a la medida” en la que cada quien puede elegir opciones que vayan más de acuerdo a su forma de pensar y, lo que es peor, a su ideología. Se ha puesto en evidencia en estos días que, las dos corrientes no están del todo dispuestas a dejar sus posiciones tomadas a ultranza y, por lo tanto, obstaculizan el diálogo y la reflexión en forma madura y, sobre todo, cristiana.
El documento, de unas cuarenta páginas, es el resultado del trabajo de la asamblea que «tuvo lugar mientras viejas y nuevas guerras asolaban el mundo, con el drama absurdo de innumerables víctimas». En el prólogo se enfatiza que se ha escuchado «el grito de los pobres, de los obligados a emigrar, de los que sufren la violencia o padecen las devastadoras consecuencias del cambio climático resonaba entre nosotros, no sólo a través de los medios de comunicación, sino también de las voces de muchos, implicados personalmente con sus familias y pueblos en estos trágicos acontecimientos. Todos, en todo momento, lo hemos llevado en el corazón y en la oración, preguntándonos cómo pueden nuestras Iglesias fomentar caminos de reconciliación, esperanza, justicia y paz».
El texto se estructura en tres partes. La primera esboza «El rostro de la Iglesia sinodal«, presentando los principios teológicos que iluminan y fundamentan la sinodalidad. Aquí el estilo de la sinodalidad aparece como un modo de actuar y operar en la fe que brota de la contemplación de la Trinidad y valora la unidad y la variedad como riqueza eclesial. La segunda parte, titulada «Todos discípulos, todos misioneros», trata de todos los implicados en la vida y misión de la Iglesia y de sus relaciones. En esta parte, la sinodalidad se presenta principalmente como un camino conjunto del Pueblo de Dios y como un diálogo fecundo de carismas y ministerios al servicio de la venida del Reino. La tercera parte lleva por título «Tejer lazos, construir comunidad». Aquí la sinodalidad aparece ante todo como un conjunto de procesos y una red de organismos que permiten el intercambio entre las Iglesias y el diálogo con el mundo.
A todos nos toca ahora conocer, orar y reflexionar el documento que se nos ha presentado. En esta tarea considero que podríamos seguir el ejemplo de San Ignacio de Loyola quien, en sus “Reglas para sentirse Iglesia”, expresión de su amor a ella en un tiempo de crisis similar al nuestro, nos ayuda a caer en la cuenta que a la Iglesia, no debemos mirarla desde fuera. A ella se la mira por dentro y desde dentro, o no se la entiende. A la Iglesia debemos descubrirla como algo que nos pertenece y a la cual pertenecemos. Somos la Iglesia; estamos en la Iglesia porque ella es la Esposa de Cristo, es nuestra Madre y está guiada por el Espíritu Santo. Si la amamos, no es porque sea razonable ni porque sea eficaz; tampoco porque sirva para nuestros intereses, sino porque es un misterio querido por el Señor. Integrados a ella, debemos sentirnos la Iglesia. Mis defectos son sus defectos y mis cualidades son sus cualidades. Las fallas de la Iglesia, las faltas de nuestros pastores, los errores de las comunidades son, en cierto modo, míos.
Domingo 5 de noviembre de 2023.