El dolor de Dios ante el caos de Su creación

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

¡Dios viene a salvarnos! Qué hermoso sería si en estos días de adviento pudiésemos detenernos a pensar en esta profunda verdad. Tan bella y verdadera que nos anima a vencer la corrupción, la violencia, la demagogia populista y todos los signos de muerte en los que estamos inmersos. El adviento nos llena de alegría y de una auténtica paz si esperamos con ilusión la venida de nuestro Salvador. Al inicio de un nuevo ciclo litúrgico, la Iglesia nos invita a renovar su anuncio a todos los pueblos y lo resume en dos palabras: “Dios viene”. Esta expresión tan sintética, contiene una fuerza evangelizadora siempre nueva. No usa el pasado -Dios ha venido- ni el futuro, -Dios vendrá-, sino el presente: “Dios viene”. Si prestamos atención, se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que siempre tiene lugar: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá una vez más, en cualquier momento, “Dios viene”.

El verbo “venir” se presenta como un verbo “teológico”, incluso “teologal”, porque dice algo que tiene que ver con la naturaleza misma de Dios. Anunciar que “Dios viene” significa, por lo tanto, anunciar simplemente al mismo Dios, a través de uno de sus rasgos esenciales y significativos: es el “Dios-que-viene”». Es importante que renovemos esta esperanza, pero ¿cómo lo podemos hacer? ¿Dónde podemos obtener la energía interior para acoger al Señor que viene? Les sugiero que, en esos días, nos detengamos un poco y hagamos oración desde la contemplación de los misterios de la Encarnación y Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Misterios imprescindibles para revisar nuestro proyecto personal de vida y, si es necesario, pedir valor y corregirlo y echar de nuestra vida todo lo que nos estorba para hacer la voluntad de Dios.

Los textos de la Sagrada Escritura que nos ayudan a favorecer una oración personal, tranquila y serena son los de Lc 1,26-38; 2,1ss; Jn 1,1-18 y Fil 2,1-11. Dentro de su enorme simplicidad, estos textos nos ofrecen una oportunidad para penetrar un hermoso y profundo misterio, mas no sólo desde la sola razón sino desde lo más profundo de nuestro ser. Primero, es necesario recordar que Dios nos permite contemplarlo a través del Evangelio, precisamente para que conozcamos su voluntad en la persona, en los criterios, en las opciones de su Hijo Jesús y que nos es posible conocer gracias al Espíritu Santo, al mismo Dios que habita en nosotros. Después, es conveniente que partamos de la oferta que nos hace Dios mismo de su Hijo. Ejercitemos una oración pausada, sentida y tranquila, de modo tal que nos dejemos impactar y sorprender -una vez más- con el momento descendente de la gracia ofrecida por Dios, el regalo del Eterno Dios, el único Señor, otorgado en Cristo Jesús.

Seguramente experimentaremos mucha paz al contemplar estos misterios metiéndonos de lleno en la historia de modo tal que no seamos meros espectadores. Nos puede ayudar reconocer a las personas que entran en acción y ponerme en contacto con ellas. Se trata de ver, de informarme, de acoger con disponibilidad y, con sencillez, considerar, oír y dejar resonar el misterio dentro de mi persona. Caer en la cuenta de que todo lo que contemplo se ha hecho realidad por mí y, precisamente por eso, tratar de comprender desde los ojos de la fe y no solo desde la lógica de la razón lo que Dios me quiere comunicar. La Encarnación parte de la realidad de quien se siente implicado en el misterio (Lc 1, 26-38). De ahí que sea imprescindible que tratemos de comprender qué tipo de encarnación asumió el Hijo de Dios, puesto que sólo desde esta perspectiva podremos interpelar toda la vida de Jesús.

Nuestra petición para la oración podría ser que roguemos al Señor que nos conceda la gracia de creer, no como se acepta una doctrina, sino que todo nuestro ser interior y exterior tienda a responder al proyecto de Dios. Contemplar cómo la Santísima Trinidad mira con profundo amorun mundo sumido en un profundo caos y siente dolor por una creación conflictuada y conflictiva. Dios mismo decide hacerse hombre y elige un pueblo, una aldea, una mujer concretos y determinados. No se trata simplemente de recordar una historia aprendida de memoria sino de introducirnos en la escena, formar parte de ella y orar desde la tremenda realidad que contiene. Se nos invita a caer en la cuenta de la capacidad que tiene este mundo de hacer daño, de causar la muerte, de insistir tanto en lo que separa, en lo que ocasiona división, miedo, tristeza, soledad, muerte… La Santísima Trinidad observa todo esto y decide intervenir determinando su proyecto de salvación, antes que la misma Encarnación del Hijo.

Domingo 17 de diciembre de 2023.

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