¡Hoy nos ha nacido el Salvador!

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

Hoy celebramos la más grande alegría de nuestra fe y, conviene que tengamos presente lo que, en su momento, nos decía el Santo Padre Benedicto XVI: «tomar conciencia de esta verdad y a actuar coherentemente. Resuena como un llamamiento provechoso que tiene lugar con el pasar de los días, de las semanas, de los meses: ¡Despierta! ¡Recuerda que Dios viene! ¡No vino ayer, no vendrá mañana, sino hoy, ahora! El único verdadero Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob, no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios-que-viene. Es un Padre que no deja nunca de pensar en nosotros, respetando totalmente nuestra libertad: desea encontrarnos, visitarnos, quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Este “venir” se debe a su voluntad de liberarnos del mal y de la muerte, de todo aquello que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos».

Para vivir intensamente este hermoso misterio, no nos dejemos envolver por el ruido ensordecedor y vacío de la fiesta sino detengámonos un momento en oración.  Pidamos la gracia de comprender cómo Jesucristo nos enseña que su Encarnación no se hizo de una vez y para siempre, sino que asumió nuestro cuerpo débil con todas sus limitaciones y dificultades. Cómo recorre nuestro propio itinerario humano: se encarna en una mujer sencilla, anónima, sin relieve y elige la vida desde María. No se hace hombre en Jerusalén, el centro del país; tampoco en el templo o en el principal lugar religioso, sino en una mujer, aparentemente descalificada, sin ningún reconocimiento de familia, de sangre, desprovista de toda categoría social. La Encarnación también tiene lugar en nuestra vida, en nuestra propia historia con los conflictos y alegrías que nosotros vivimos hoy y aquí. Por eso nos ayudará mirar, oír, contemplar cómo se actúa la Encarnación, simplemente desde la mirada compasiva de Dios que mira el mundo y se duele de él.

Seamos testigos de cómo baja el Hijo de Dios a este mundo, hasta lo último de la historia, a un mundo tenso y en conflicto, como el nuestro. No es una mirada distante sino cercana y solidaria con nosotros. Caigamos en la cuenta de que nadie pide la Encarnación, sino que es una decisión de la compasión de Dios que quiere estar cercano a nosotros y nuestros problemas. Preguntémonos: ¿Cómo veo yo el mundo en que vivo ahora? ¿Cómo es la mirada con la que descubro la situación de mi familia, de mis amigos? ¿Me duele mi país? ¿Siento algún dolor al constatar la violencia generalizada y el sufrimiento de tantas personas? Asimismo, observemos cómo, en nuestra realidad, el hombre se afana porque quiere destacar, ser tenido en cuenta; anhela subir y escalar hasta el sitio que le corresponde sólo a Dios. Y esto tiene su contraparte en la actitud de Dios que elige bajarse al nivel del hombre para salvarnos del pecado, de la autosuficiencia, de la soberbia y la mentira.

 La Encarnación es eso, el descenso, la humillación de Dios que se hace hombre para curar el desastre del hombre. El Señor asume nuestra humanidad, en forma humilde y débil. No se aferró a su categoría de Dios, de Señor, sino que tomó la condición de esclavo, se hizo uno de tantos, un simple hombre… hasta la muerte y no cualquiera sino una muerte humillante, degradante, en una cruz. Siendo Señor, se hace siervo. Como nos comparte san Pablo en el hermoso himno cristológico: “Él, siendo de condición divina, no reivindicó, en los hechos, la igualdad con Dios, sino que se despojó, tomando la condición de servidor y llegó a ser semejante a los hombres”(Fil 2,1-11). Pidamos al Señor en esta Navidad que nos ayude a identificarnos totalmente con Jesucristo. Que nos conceda el regalo de llegar a un conocimiento interno, afectivo, pleno, cercano y familiar de su persona, de sus criterios, de su compasión y de su mirada. Hoy tenemos una oportunidad más de pasar de la especulación a la experiencia de Dios. No basta “saber” algo de Cristo. Se nos invita a tener una verdadera experiencia de Él, de llegar a sentir un conocimiento interno de Dios que por mí se ha hecho hombre. La Navidad nos ofrece -una vez más-, la oportunidad de ordenar nuestra vida y analizar quién o qué está ocupando el sitio que le corresponde solo a Dios porque si Él no es el centro, si no pedimos la gracia de buscar y hacer su voluntad, nuestra vida se llenará de vacío, daremos culto a ídolos falsos y seremos infelices en Navidad y siempre.

Domingo 24 de diciembre de 2023.

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