Jesucristo no se enseña, se contagia

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

Este domingo comenzamos el Adviento, un tiempo litúrgico fuerte que nos prepara, cristianamente, para celebrar el nacimiento del Hijo de Dios. Estos días pueden ser para nosotros una oportunidad para revisar cómo estamos viviendo la voluntad de Dios, o al menos, para tener el valor de preguntarnos si sabemos cuál es esa voluntad de Dios para cada uno de nosotros en lo que vivimos y somos, desde la vocación personal libremente elegida. Es un buen momento para preguntarnos si somos verdaderamente libres para buscar sólo y únicamente lo que Dios quiere de nosotros o si en el camino se nos han ido adhiriendo otros criterios, otros señores, otros dioses que están distorsionando la unión familiar, las amistades o los compañeros del trabajo que nos hacen sentir sin fuerzas, sin fe, sin esperanza, sin futuro. Este tiempo es idóneo para preparar la venida del Hijo de Dios y esto implica que nos preguntemos si somos felices en lo que hacemos, si hacemos lo que estamos llamados a hacer y, fundamentalmente, si somos quienes Dios quiere que seamos.

Tenemos el reto de orar, ponernos delante de Dios, sentir su mirada y, desde ahí, experimentar su dolor ante nuestras realidades vitales para encontrar sentido a nuestros dolores, fracasos, amarguras, persecuciones, tentaciones, traiciones y caídas. Prepararnos a la venida de Jesús nos permite darnos cuenta –si tenemos el valor de cuestionar nuestra vida- de si nos estamos asimilando a Él o existen otros dioses a los cuales seguimos y que han vaciado nuestro ser y quehacer de alegría, armonía y paz. Si nuestra identificación o encarnación cristiana es fiel o rebelde a buscar, sentir y hallar solamente su voluntad. La contemplación de la gradual y progresiva Encarnación del Hijo de Dios nos da la posibilidad de orar nuestro momento y nuestras opciones. Si nos hemos dejado arrastrar por el terrible cotidiano, las ocupaciones y preocupaciones de nuestra familia, el trabajo, la terrible situación social y política del país y del mundo, etc.

Es una temporada más que idónea para hacer un alto en nuestra vida llena de ruidos y monotonía, de vacío y, muchas veces, de amargura y frustración y dejar que la mirada de Dios, cercano y amoroso, penetre en lo más íntimo de nuestro ser, en la verdad de lo que realmente somos y deseamos. Sólo desde nuestra verdad podremos preguntarnos si nos hemos acomodado y olvidado de lo que tendría que ser central: nuestras opciones y decisiones, la vivencia plena de nuestra vocación personal y el deseo de querer ser y vivir al estilo de Jesús, pobre y humilde, sin preocuparnos tanto de la opinión de los demás y de cubrir expectativas de quienes nos exigen y critican sin conocernos y que, muy frecuentemente se mueven en una sociedad superficial, frívola y de vulgar apariencia.

El Adviento nos da la oportunidad de ser sensibles y mirar, oír, contemplar cómo se actúa la Encarnación simplemente desde la mirada compasiva de Dios que mira el mundo. Cómo desciende el Hijo de Dios a este mundo, hasta lo último de la historia, a un mundo tenso y en conflicto. No es una mirada distante sino cercana y solidaria con nosotros. El recuerdo de la Encarnación nos estimula a experimentar el amor, la ternura y la compasión de Dios que quiere estar cercano a nosotros y nuestros problemas. Cuando el Evangelio de san Mateo, 1,1ss, cita los antepasados de Jesús, nos hace ver cómo Él asume nuestra carne, se hace pecado e incluso maldición como nosotros y asume nuestra humanidad porque vino a hacer visible a Dios que es amor. No encarna la omnipotencia, la sabiduría, la inmortalidad sino todo lo contrario, se hace débil, ignorante, mortal, y esto es -simplemente y llanamente-, que se encarnó como amor porque Él es solo Amor.

Su gloria viene por su debilidad y por eso podemos decir que la hemos visto en Jesús, lleno de amor y de lealtad, hasta el fin. El Señor, Dios Eterno, se encarna, es amor, es gracia, es esperanza y no puede entrar en una humanidad autosuficiente, hedonista y soberbia sino en una humanidad que no teme la sencillez, la debilidad, la pobreza porque quiere dejar hueco al amor de Dios y su presencia que transforma, da serenidad, felicidad verdadera y auténtica esperanza. Estamos a unos días de recordar y llenarnos de alegría y paz porque se comprobó que Dios era hombre, que nació pobre, rechazado, repudiado por su pueblo, pero rodeado de un intenso amor. ¿Cómo me interpela a mí este misterio? ¿Cómo hacerlo presente en mi vida diaria y releerlo aquí y ahora? Porque Jesucristo no se enseña, se contagia.

Domingo 3 de diciembre de 2023.

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