Jesucristo, único Redentor

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

El período litúrgico del Adviento -etimológicamente proviene de la palabra latina «adventus», que quiere decir venida, llegada-, es un tiempo idóneo para prepararnos con un especial fervor espiritual, acudiendo a la riqueza infinita de la Palabra de Dios y de la Eucaristía para recibir la energía interior para acoger al Señor que viene.En estos tiempos en los que, aparentemente, todo es relativo y estamos perdiendo el sentido verdadero de nuestra fe, es esencial que fortalezcamos nuestra convicción de que el cristianismo es la religión verdadera. Nuestra fe en el Señor Jesucristo se mueve en el plano de la verdad, y este plano es su espacio vital mínimo, es el ámbito en el que nos movemos y somos y desde el que fundamos nuestro ser y quehacer.

Estamos llamados a reforzar nuestra creencia en el nacimiento de Jesús, asumiendo y defendiendo el hecho de que la religión cristiana no es un mito, ni un conjunto de rituales útiles para la vida social y política, ni un principio inspirador de buenos sentimientos privados, ni una agencia ética de cooperación internacional o una organización no gubernamental, mucho menos un partido político al que podemos afiliarnos cuando y como nos conviene según lo que los líderes del momento nos prometan. La fe cristiana nos comunica, ante todo, la verdad sobre Dios, aunque no sea exhaustiva, la verdad sobre el hombre y el sentido de su vida. Decimos que el conocimiento de Dios que nos da la fe no es exhaustivo porque en el Cielo conoceremos a Dios mucho mejor y para ello nos preparamos, con fe, para el encuentro definitivo con Él. A pesar de la espera, creemos que lo que nos dice la Revelación es verdad y es todo lo que Dios quería que supiéramos de Él. No hay otra fuente para conocer otras verdades sobre Dios porque, simple y sencillamente, no hay otra revelación.

            La fe cristiana es incompatible con la lógica del «como si». No se contenta con decirnos que debemos comportarnos «como si» Dios nos hubiera creado y, en consecuencia, «como si» todos los hombres fuéramos hermanos, sino que afirma, con pretensión de verdad, que Dios creó los cielos y la tierra y que todos somos igualmente hijos de Dios. También nos dice que Cristo es la revelación plena y definitiva de Dios, «la irradiación de su gloria y la huella de su sustancia» (Heb 1,3), “el único mediador entre Dios y los hombres” (Cf. 1 Tm 2,5), por lo que no podemos admitir que Cristo sea sólo el rostro con el que Dios se ha presentado, primero a los judíos y, después a los romanos, en particular y a los europeos, en general y son ellos los que nos han transmitido esa fe (Cf. Fede, verità e tolleranza. Il cristianesimo e le religioni del mondo, Siena: Cantagalli, 2005), dejando entrever que hay otras revelaciones, otros mensajes y “otros redentores” con rostro asiático, africano o americano.

         Estamos en un momento crucial y complejo en el que, con la justificación del diálogo interreligioso, se insiste -demasiado, en mi opinión-, que hay que defender y propiciar la convivencia pacífica con quienes no tienen fe o con quienes defienden otras doctrinas y que esto no es nocivo al cristianismo, sino todo lo contrario. Incompatible con nuestra fe es la afirmación de que el cristianismo y otras religiones monoteístas o no monoteístas, el misticismo oriental monista, el ateísmo, etc., son igualmente verdaderos y únicamente son diferentes formas cultural e históricamente limitadas de referirse a una misma realidad que ni unos ni otros conocen en última instancia. En otras palabras, la fe cristiana se disuelve, se desfigura y, a la larga, se extingue en el plano teórico, se elude la perspectiva de la verdad, según la cual quienes afirman y niegan las mismas cosas no pueden tener la misma razón, ni ser considerados representantes de visiones complementarias de una misma realidad.

       Jesucristo es el único salvador del hombre, «el Dios Salvador», como lo afirma categóricamente el cántico del primer capítulo de la carta de san Pablo a los Efesios: «en adelante los poderes y autoridades del mundo de arriba podrán descubrir, mirando a la Iglesia, los más diversos aspectos de la sabiduría de Dios, conforme al plan que Dios trazó desde el principio en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Ef.  3,10-11). En Cristo, el Hijo de Dios, se cumple el designio del Padre. En efecto, en Él hemos sido elegidos y por Él se nos ha dado y se nos da la gracia, revelando así el amor divino que nos transforma en nuevas criaturas y nos colma de una plenitud inalcanzable con las solas fuerzas humanas. De este modo, Cristo recapitula todas las cosas de la creación y de la historia, superando todo límite y dispersión y reuniéndolas en su última meta querida por Dios. Entre todas las realidades, destaca el ser humano, creado a su imagen. Ahora, en el Verbo Encarnado, la antigua imagen se hace visible, recapitulando la antigua criatura, que es el hombre, para destruir el pecado y darle nueva vida.

Domingo 10 de diciembre de 2023.

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