El periodo de la guerra de los tres años en nuestra ciudad no pasó desapercibido. Un par de sucesos, narrados por el Teniente Coronel Manuel Barbosa en su libro: “Apuntes para la Historia de Michoacán”, así nos lo confirma.
RAMON CANO, PREFECTO DE ZAMORA EN 1854; HOMBRE DE POCOS ESCRUPULOS.
Cuando el 2 de febrero de 1854 el General Gordiano Guzmán luchaba por el desconocimiento de Antonio López de Santa-Anna y es invitado, junto con su secretario, el coronel Manuel Ramos, por don Juan Álvarez a Santiago Zacatula a presenciar una pelea de gallos, “son sorprendidos los concurrentes por una fuerza del gobierno procedente del Distrito de Huetamo, Michoacán, y traicionados vilmente aquellos dos jefes, Guzmán y Ramos, por el infame Ramón Cano que se vendió al general Gordiano, como uno de sus mejores amigos para tener ocasión de entregarle miserablemente en manos de sus enemigos mediante la invitación que se les hizo para la función de gallos…
Los relacionados presos fueron entregados al prefecto indicado, quien los mandó asegurar poniendo en libertad á otros de los remitidos en compañía de los presos principales. Dicho funcionario tan sanguinario y de feroces instintos, según lo demostró la última vez que estuvo á su cargo la Prefectura de Zamora, en cuya época no tuvo esa autoridad, el menor inconveniente en mandar fusilar indistintamente, en la plazuela del Teco de la ciudad, á un anciano, una mujer y un niño de corta edad, bastante pobres, por solo el hecho de haberles cojido los veladores de las cementeras inmediatas á la población, con unos cuantos elotes ó mazorcas de maíz, que por hambre y escasez de semillas habían tomado de aquellas milpas sin pedirlas, para alimentarse; juzgándoles entonces sin compasión alguna y sin respeto á sexos y edades; pudiendo haberles aplicado una de tantas penas correccionales adecuadas al delito de robo.
Mediante esos antecedentes que tanto conoce el vecindario zamorano, ¿qué consideraciones de clemencia y piedad podrían influir en los sentimientos del Coronel Bahamonde, respecto de un enemigo tan terrible como lo era el General Guzmán por su valor personal y guerrero, así como por su popularidad, no estimándose en menos el Coronel Ramos por su inteligencia y conocimientos militares?
LA GUERRA DE LOS TRES AÑOS EN ZAMORA.
“La guerra de tres años se inició en Michoacán por los reaccionarios de aquel tiempo…La ciudad de Zamora secundó también el plan reaccionario y fortificados sus defensores en aquella plaza se les mandó atacar por el Gobierno de Michoacán con una Brigada de las tres armas a las órdenes del Coronel en jefe Manuel Menocal y como su segundo el de igual categoría Antonio Guzmán hijo del insurgente general Gordiano del mismo apellido, cooperando a aquel fin los auxiliares de su mando, los mismo que el Dr. Maciel con los que le obedecían.
Después de las diferentes peripecias tan comunes en la guerra y de un reñido combate sostenido por algunas horas, la plaza de la ciudad fue tomada el 31 de mayo de 1858 y en las que el Coronel Vargas que la defendía, lució, entonces sus feroces instintos de crueldad y salvajismo, mandando arrojar al fuego que se propagaba ya en las casas de la ciudad con motivo del incendio en los momentos del ataque, á cuantos soldados de los liberales encontraba herido o moribundo en las diferentes calles que recorrió con sus soldados, en las cuales se enseñoreaba el incendio en diversas fincas, comenzando ese voraz elemento á hacer sus efectos por la que ocupaba la antigua tienda de la “Campana”, cuya finca ardía como esponja empapada de alcohol, saliendo abundantes llamas con el impulso del viento, por balcones, puertas y saguán, hasta la calle que conduce a la garita de Jacona.
En esa accidental hoguera, dio principio el coronel Vargas á su tarea de crueldad, ordenando á sus soldados arrojasen á ella á los heridos vivos José María González, de Zacapu, y á Emeterio Gaspar, de Paracho, servidores del Gobierno; diciendo luego aquel jefe á sus Ayudantes; ¿No les parece á Ustedes ser bueno que á mi presencia encuentren desde aquí esos impíos abiertas las puertas del infierno? ¡Señor, como Ud. disponga! contestaron aquellos. ¡Pues bien! al fuego con ellos, dijo el salvaje jefe á sus soldados: y al fuego fueron arrojados luego sin piedad, los infelices indígenas serranos y devorados muy en breve por el terrible elemento.
Concluida esa faena en aquel lugar, se dirigió el tirano jefe á otros distintos de la ciudad, y en ellos observó con los heridos que encontró en las calles la misma conducta que con los primeros, en la finca de la Campana, con la mayor sangre fría, cuyos instintos feroces se comprendían desde luego á la simple vista del personal de Vargas; pero á pocas horas fue ocupada la plaza, como se ha dicho antes, y tomándose prisionero á su defensor, en unión de algunos subalternos é individuos de tropa, que más tarde se consignaron al superior, a fin de que dispusiese lo conveniente; y al siguiente día de la ocupación de la plaza se identificó la persona del Coronel Vargas, mandándosele fusilar en la plazuela de la “Cal”, de la misma ciudad, en castigo de sus hazañas de crueldad y salvajismo, recojiéndose armas, caballos y todos los elementos de guerra que pudieron encontrase.
A ese hecho de armas concurrieron también en auxilio del Gobierno la guarnición de Purépero de Echáiz al mando del jefe de ella ciudadano Ramón Montenegro y los 50 hombres de caballería que se encontraban en Penjamillo á las órdenes del Capitán Tranquilino Navarrete y á las inmediatas del que esto escribe quien como Montenegro al presentarse al jefe de la expedición, recibieron instrucciones de atacar y vigilar el punto que á cada uno le fue encomendado por La Tuna y Chaparaco respectivamente; y una vez la plaza de la ciudad á disposición de las fuerzas del Gobierno, al siguiente día de la ejecución de Vargas se mandó regresaran las tropas auxiliares á sus respectivas localidades; emprendiendo más luego su marcha la Brigada de operaciones a Morelia, siendo allí puestos en libertad los prisioneros del enemigo.
Si desde que fue prisionero en Maravatío el Coronel Vargas por el General Garnica se le hubiera ejecutado como en Zamora, se hubiera omitido la efusión de sangre y los procedimientos salvajes ocurridos, además, en aquella plaza” (P.P. 92-94; 147-149)