Mensaje del Santo Padre Francisco con ocasión del 50 aniversario de la fundación de la ‘Consociatio Internationalis Studio Iuris Canonici Promovendo’
(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano).- El viernes 1 de diciembre la “Consociatio Internationalis Studio Iuris Canonici Promovendo”, una asociación de estudiosos del Derecho Canónico, celebró en Roma un congreso en ocasión del 50 aniversario de fundación de la entidad. En ese contexto, el Papa Francisco hizo llegar un mensaje a la presidenta, la profesora Chiara Minelli. Se trata de un mensaje en el que el Papa pone el reto del discernimiento, la pastoral y la misionariedad al derecho canónico. Ofrecemos una traducción al español realizada por ZENIT de este discurso.
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A la Ilustrísima Profesora
Chiara Minelli
Presidente de la Consociatio Internationalis
Studio Iuris Canonici Promovendo
La notable ocasión del 50 aniversario de la fundación de la Consociatio Internationalis Studio Iuris Canonici Promovendo es motivo de particular alegría para dirigirle, como a todos los Miembros de esta insigne sociedad, un cordial pensamiento acompañado de gratitud por todos aquellos que, a lo largo de estos largos años, han prodigado su empeño en la investigación encaminada a «profundizar y difundir el estudio del Derecho canónico y del Derecho estatal relativo a la Iglesia católica y a las demás Iglesias y comunidades eclesiales» (Estatuto, n. 2).
Como es bien sabido, esta Asociación nació y se desarrolló con el objetivo de unir a expertos en Derecho Canónico de universidades eclesiásticas y civiles de muchas partes del mundo, en la promoción de una disciplina importante para la vida de la Iglesia. Es muy apreciable la sinergia que se ha desarrollado entre distintas universidades diseminadas por varias naciones.
Sin duda, en el corazón del Derecho Canónico y del Derecho Civil está la persona; la peculiaridad en el Derecho Canónico es la persona como redimida en Cristo, como fiel en la Iglesia. A través de las leyes, tanto la Iglesia como la sociedad civil pretenden procurar el bien común; sin embargo, en la Iglesia no se trata sólo de un orden externo que permite al individuo cumplir sus obligaciones y ejercer sus derechos, sino que es expresión de la presencia de Cristo Salvador, realidad interior de la gracia, que es el bien común precisamente porque pertenece a todo creyente.
El hecho de que se trate de la ley de la Iglesia-Pueblo de Dios, orientado a la santidad, exige que vosotros, devotos apasionados, tengáis siempre presente que la ley suprema, a la luz de la cual debe formularse, interpretarse y aplicarse toda ley eclesiástica, es la salus animarum, que ya se está realizando ahora, pero que alcanzará su plenitud al final de los tiempos. Si se mantienen dentro de este horizonte, encontrarán el modo, por una parte, de permanecer firmes en lo que está en la base del Derecho canónico, la Revelación en su doble expresión de Palabra de Dios y Tradición viva, y, por otra, de aplicar lo que Cristo quiere, a través de la norma canónica, a la situación concreta de cada creyente, para que sea acompañado a aceptar la voluntad de Dios. Hay que buscar el don del discernimiento espiritual. Parafraseando una famosa frase de Jesús, recordemos que la ley, canónica o civil, está hecha para el hombre, no el hombre para la ley (cf. Mc 2,27).
El Pueblo de Dios vive en la historia, por lo que sus formas de vida y organización no pueden ser inmutables. También aquí vuestro arte de discernimiento consistirá en saber traducir la voluntad de Cristo sobre la Iglesia, que como tal debe permanecer en el tiempo, en formas que favorezcan el cumplimiento de la misión recibida de su Fundador: anunciar el Evangelio de salvación a todos los pueblos.
La sabiduría que viene de Dios, recibida en la oración y en la escucha de los demás, en la enseñanza diligente, así como en los Tribunales y en las Curias de las Diócesis donde trabajáis, os guía para identificar lo que en la vida cotidiana de la Iglesia es esencial, porque querido por Cristo mismo y establecido por los Apóstoles, así como expresado por el Magisterio, y lo que en cambio es sólo un conjunto de formas externas, tal vez útiles y significativas en el pasado, pero que ya no lo son en el presente, es más, a veces un impedimento para un testimonio que, sobre todo hoy, requiere mayor sencillez para ser creíble. Esta esencialidad de la fe es la que nos transmitieron nuestras madres, las primeras evangelizadoras. ¿Por qué no tomarla como punto de referencia como actitud del espíritu que hay que vivir en las diversas situaciones de la vida eclesial?
Las palabras del Evangelio que nos interpelan como cristianos son elocuentes: «Pero el Hijo del hombre, cuando venga, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lc 18,8b). Podemos preguntarnos, a la luz de los acontecimientos que están marcando la realidad actual en diversos ámbitos: «Si el Hijo del hombre viniera ahora, ¿encontraría fe en la tierra?». También se puede ser canonista, pero en el modo de razonar estar sin fe. Todas las dimensiones y estructuras eclesiales deben hacer una conversión pastoral y misionera, para llevar al mundo lo único que necesita: el Evangelio de la misericordia de Jesús. Incluso el Derecho Canónico está investido de este mandato que el Maestro dio a su Iglesia, por lo que necesita ser más pastoral y misionero. Volverse pastoral no significa que haya que dejar de lado las normas y orientarse como se quiera, sino que al aplicarlas hay que procurar que los fieles cristianos encuentren en ellas la presencia de Jesús misericordioso, que no condena, sino que exhorta a no pecar más porque da la gracia (Jn 8,11). Por eso, incluso cuando haya que aplicar una sanción severa a alguien que ha cometido un delito muy grave, la Iglesia, que es madre, le ofrecerá la ayuda y el apoyo espiritual indispensables para que, en el arrepentimiento, encuentre el rostro misericordioso del Padre. Todos los bautizados están investidos de esta tarea, pero especialmente los Obispos y los Superiores Mayores. Así es como la Iglesia misionera evangeliza también mediante la aplicación de la norma canónica.
A vosotros, queridos hermanos y hermanas, reunidos en esta ocasión especial, deseo expresaros mi agradecimiento por el servicio cualificado que prestáis a la Comunidad cristiana. Deseo que esta Conferencia, cuyo tema relevante es «Cincuenta años de promoción del Derecho canónico en el escenario mundial de la ciencia jurídica», sea un momento providencial de reflexión para renovar vuestra colaboración en un ámbito tan delicado de la Iglesia. Sed conscientes de que sois instrumentos de la justicia de Dios, que está siempre indisolublemente unida a la misericordia.
Al tiempo que os aseguro mis oraciones por cada uno, os encomiendo a la intercesión de San Raimundo de Peñafort para que el acontecimiento que celebráis dé los frutos deseados; os pido, por favor, que no olvidéis rezar por mí y os bendigo con gusto.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.