P. Jaime Emilio González Magaña, S. J.
Las fiestas de Navidad han pasado ya y en estos días, al regresar a la actividad y rutina normales, es común que se compartan los así llamados “propósitos de año nuevo”. Es curioso cómo, casi siempre, escuchamos estos sueños o anhelos con un sentimiento interno de incredulidad, asumiendo que no se van a volver realidad. Cuando se vive la vida muy superficialmente, estos deseos pueden quedar reducidos a desear quitar los kilos acumulados por los excesos cometidos durante las fiestas, comprar nuevas cosas, hacer un viaje, etc. Cuando se ha tenido, una vez más, la experiencia cercana del amor familiar o de la auténtica amistad, nuestros deseos se manifiestan como el propósito de estar más pendientes unos de otros, de visitarnos más seguido, de escribir o, al menos llamar por teléfono a quienes nos han demostrado su amor, su amistad, su cercanía y con quienes hemos refrendado los lazos que nos unen.
Si nos hemos dado un tiempo para “dar gracias” a Dios por el año viejo, es común que hayamos sentido deseos de comenzar a vivir un año verdaderamente “diferente” en el que nos preocupemos por lo que más vale la pena y menos por lo efímero, por lo superficial, por lo que está de moda. Y, no obstante todo este ambiente de entusiasmo, si somos honestos, podemos constatar que todos esos buenos deseos quedan en eso, buenos deseos y nada más. Muy pronto, la rutina y el cansancio de lo cotidiano nos envuelven nuevamente en nuestras preocupaciones, en nuestras pequeñas o grandes luchas, en nuestros sentimientos mezquinos, en la envidia de quien va logrando en la vida lo que nosotros no podemos alcanzar, o simplemente en nuestra mediocridad. Los silencios en las familias vuelven a ser como antes, o más aún, se van haciendo más prolongados. Ya no hacemos más llamadas telefónicas y mucho menos nos visitamos.
Y lo que es más doloroso aún, ni siquiera nos acordamos de las expresiones de amor y amistad que, tristemente, quedan –una vez más-, en una especie de letargo que esperará otras navidades, un nuevo fin de año, otra vez ese ambiente tan especial que permite que todo vuelva a emerger y que volvamos a expresar nuestros sentimientos de paz, amor, fraternidad y amistad. Ante este riesgo evidente, me parece que podríamos alimentar nuestra vida de fe afirmando y afianzando una actitud de búsqueda continua del Señor que es el Amor, en el día a día, en la rutina y, en ocasiones, en el cansancio y sin sentido de la vida. Para que nuestros buenos deseos no se queden en palabras y se manifiesten en obras, el Señor se ha hecho hombre para recordarnos todos los días que Él está y estará presente en nuestra vida. El Dios de la alegría y la esperanza nos anima para que sepamos encontrarlo y reconocerlo en los más mínimos detalles de nuestra existencia.
Bien sabe Él que, en verdad, a veces esa existencia se torna insípida, sin ilusión; que muy frecuentemente, es más fuerte la sensación de cansancio y la desesperación que nos viene ante una realidad que no podemos aceptar y, mucho menos, mejorar. Cuando nos sentimos tan expuestos a la depresión o experimentamos nuestra incapacidad de hacer frente a esas situaciones que son más fuertes que nosotros y que tanto daño nos hacen, su mirada cariñosa nos invita a comenzar… una vez más. El hecho de haber experimentado el amor en las fiestas de la Natividad del Señor podría permitirnos extender esa vivencia a todos los días del año que comienza y a todos los años que dure nuestra vida. Pero esto será si y sólo si asumimos que estamos llamados a creer en la posibilidad de vivir desde el amor. Y, aun siendo conscientes de que esta expresión nos resulta gastada y repetida, tenemos muy claro que es la única posibilidad real y factible para que vivamos intensamente, siempre a tope, deseando y eligiendo solamente lo que más nos acerque a buscar, hallar y sentir la voluntad de Dios. Esta posibilidad podría lograr que lo hiciéramos presente todos los días y en todos los ámbitos de la que sea nuestra misión. Si desde ahora que comenzamos el año nos esforzamos por obedecer el mandato del Señor que pide que nos amemos como Él nos ha amado, podemos hacer del amor nuestra actitud fundante para que nuestra existencia sea mejor. Únicamente así podremos vivir en todo amando y sirviendo y aprenderemos a elegir solamente lo que más nos acerque al único Absoluto que es Dios para poder expresar nuestro amor en obras, más que en palabras.
Domingo 14 de enero de 2024.