Mensaje completo en español de la bendición Urbi et Orbi de Papa Francisco

Discurso del Papa en ocasión de la bendición urbi et orbi de Navidad.

 (ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano).- Al mediodía del domingo 25 de diciembre, el Papa Francisco salió al balcón central de la Basílica de San Pedro para dar un discurso en el contexto de la felicitación navideña y la bendición urbi et orbi que imparte ordinariamente sólo dos veces al año: en Pascua y Navidad. 70 mil personas se encontraban en la Plaza de San Pedro. Ofrecemos la traducción al castellano de ese mensaje.

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Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero, ¡Feliz Navidad!

Que el Señor Jesús, nacido de la Virgen María, os traiga todo el amor de Dios, fuente de confianza y esperanza; y os traiga el don de la paz, que los ángeles anunciaron a los pastores de Belén: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres, a quienes ama» (Lc 2, 14).

En esta fiesta dirigimos nuestra mirada a Belén. El Señor viene al mundo en una cueva y es acostado en un pesebre para animales, porque sus padres no pudieron encontrar un hogar, aunque había llegado el momento de que María diera a luz. Viene entre nosotros en el silencio y la oscuridad de la noche, porque la Palabra de Dios no necesita focos ni el clamor de las voces humanas. Él mismo es la Palabra que da sentido a la existencia, Él es la luz que ilumina el camino. «La luz verdadera vino al mundo», dice el Evangelio, «la luz que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9).

Jesús nace en medio de nosotros, es Dios-con-nosotros. Viene a acompañar nuestra vida cotidiana, a compartirlo todo con nosotros, alegrías y penas, esperanzas y angustias. Viene como un niño indefenso. Nace en el frío, pobre entre los pobres. Necesitado de todo, llama a la puerta de nuestro corazón para encontrar calor y cobijo.

Como los pastores de Belén, dejémonos envolver por la luz y vayamos a ver la señal que Dios nos ha dado. Superemos el sopor del sueño espiritual y las falsas imágenes de la fiesta que nos hacen olvidar quién es el celebrado. Salgamos del estruendo que anestesia el corazón y nos induce a preparar adornos y regalos en lugar de contemplar el Acontecimiento: el Hijo de Dios nacido por nosotros.

Hermanos, hermanas, dirijámonos a Belén, donde resuena el primer lamento del Príncipe de la Paz. Sí, porque Él, Jesús, es nuestra paz: esa paz que el mundo no puede dar y que Dios Padre ha dado a la humanidad enviando a su Hijo al mundo. San León Magno tiene una expresión que, en la concisión de la lengua latina, resume el mensaje de este día: «Natalis Domini, Natalis est pacis», «la Navidad del Señor es la Navidad de la paz» (Sermón 26,5).

Jesucristo es también el camino de la paz. Él, con su encarnación, pasión, muerte y resurrección, abrió el camino de un mundo cerrado, oprimido por las tinieblas de la enemistad y la guerra, a un mundo abierto, libre para vivir en fraternidad y paz. Hermanos y hermanas, ¡sigamos este camino! Pero para poder hacerlo, para poder caminar detrás de Jesús, debemos despojarnos de las cargas que nos estorban y nos mantienen estancados.

¿Y cuáles son esas cargas? ¿Qué es este «lastre»? Son las mismas pasiones negativas que impidieron al rey Herodes y a su corte reconocer y acoger el nacimiento de Jesús: es decir, el apego al poder y al dinero, el orgullo, la hipocresía, la mentira. Estas cargas nos impiden ir a Belén, nos excluyen de la gracia de la Navidad y nos cierran el acceso al camino de la paz. Y, en efecto, debemos constatar con dolor que, mientras se nos da al Príncipe de la Paz, los vientos de guerra siguen soplando gélidos sobre la humanidad.

Si queremos que sea Navidad, la Navidad de Jesús y de la paz, miremos a Belén y fijemos nuestra mirada en el rostro del Niño que nació por nosotros. Y en ese pequeño rostro inocente, reconozcamos el de los niños que anhelan la paz en todas las partes del mundo.

Que nuestra mirada se llene de los rostros de nuestros hermanos y hermanas ucranianos, que viven esta Navidad en la oscuridad, en el frío o lejos de sus hogares, a causa de la destrucción causada por diez meses de guerra. ¡Que el Señor nos disponga a realizar gestos concretos de solidaridad para ayudar a los que sufren, e ilumine las mentes de quienes tienen el poder de silenciar las armas y poner fin de inmediato a esta guerra sin sentido! Por desgracia, la gente prefiere escuchar otras razones, dictadas por la lógica del mundo. Pero la voz del Niño, ¿quién la escucha?

Nuestra época experimenta también una grave falta de paz en otras regiones, en otros teatros de esta tercera guerra mundial. Pensemos en Siria, todavía atormentada por un conflicto que ha pasado a un segundo plano pero que no ha terminado; y pensemos en Tierra Santa, donde la violencia y los enfrentamientos han aumentado en los últimos meses, con muertos y heridos.

Imploramos al Señor que allí, en la tierra que le vio nacer, se reanude el diálogo y la búsqueda de la confianza mutua entre palestinos e israelíes. Que el Niño Jesús sostenga a las comunidades cristianas que viven en todo Oriente Medio, para que en cada uno de esos países se experimente la belleza de la convivencia fraterna entre personas de distintas confesiones. Ayuda al Líbano en particular, para que por fin pueda levantarse de nuevo, con el apoyo de la comunidad internacional y con la fuerza de la fraternidad y la solidaridad. Que la luz de Cristo ilumine la región del Sahel, donde la coexistencia pacífica de pueblos y tradiciones se ve rota por los enfrentamientos y la violencia. Que guíe hacia una tregua duradera en Yemen y hacia la reconciliación en Myanmar e Irán, para que cese todo derramamiento de sangre. Inspira a las autoridades políticas y a todas las personas de buena voluntad del continente americano para que se esfuercen por pacificar las tensiones políticas y sociales que afectan a varios países; pienso en particular en el pueblo haitiano, que sufre desde hace tanto tiempo.

En este día, en el que es bueno reunirse en torno a la mesa puesta, no quitemos los ojos de Belén, que significa «casa del pan», y pensemos en las personas que pasan hambre, especialmente los niños, mientras cada día se desperdician grandes cantidades de alimentos y se gastan recursos en armas. La guerra en Ucrania ha agravado aún más la situación, dejando a poblaciones enteras en riesgo de hambruna, especialmente en Afganistán y los países del Cuerno de África. Todas las guerras -lo sabemos- provocan hambre y explotan los propios alimentos como arma, impidiendo su distribución a poblaciones que ya sufren. En este día, aprendiendo del Príncipe de la Paz, comprometámonos todos, en primer lugar los que tienen responsabilidades políticas, para que la alimentación sólo sea un instrumento de paz. Mientras disfrutamos de la alegría de reunirnos con los nuestros, pensemos en las familias más heridas por la vida y en las que, en esta época de crisis económica, pasan apuros a causa del desempleo y carecen de lo necesario para vivir.

Queridos hermanos y hermanas, hoy como entonces, Jesús, la luz verdadera, viene a un mundo enfermo de indiferencia, ¡una fea enfermedad! – que no lo acoge (cf. Jn 1,11), sino que lo rechaza, como sucede con muchos extranjeros, o lo ignora, como hacemos con demasiada frecuencia con los pobres. No olvidemos hoy a los numerosos refugiados y desplazados que llaman a nuestras puertas en busca de consuelo, calor y alimentos. No olvidemos a los marginados, los solitarios, los huérfanos y los ancianos -la sabiduría de un pueblo- que corren peligro de ser descartados, a los presos a los que sólo miramos por sus defectos y no como seres humanos.

Hermanos y hermanas, Belén nos muestra la sencillez de Dios, que no se revela a los sabios y entendidos, sino a los pequeños, a los que tienen el corazón puro y abierto (cf. Mt 11,25). Como los pastores, vayamos también nosotros sin demora y asombrémonos ante el hecho impensable de que Dios se haga hombre para nuestra salvación. Él, que es la fuente de todo bien, se hace pobre y mendiga por nuestra pobre humanidad. Dejémonos mover por el amor de Dios y sigamos a Jesús, que se despojó de su gloria para hacernos partícipes de su plenitud. ¡Feliz Navidad a todos!

Traducción del original en lengua italiano realizado por el director editorial de ZENIT.

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