Percibo, con no poca tristeza, que el pueblo de México tiene miedo. Los augurios de este nuevo año de ninguna manera son de esperanza. Al contrario, hay datos que indican que enfrentamos situaciones que ponen en riesgo la paz, la estabilidad y, aunque parezca mentira, la existencia de México como país democrático y libre. ¿Cómo es posible que un grupo con ideas mesiánicas y dictatoriales, al más puro estilo venezolano, nicaragüense o cubano, siga engañando al pueblo con la amenaza de que desaparecerán las dádivas sociales a los ancianos o el canto de sirenas con las becas a los jóvenes “nini”? ¿Estamos dispuestos a soportar tanta mentira? ¿Qué debemos hacer para enfrentar la impunidad, la mediocridad, la inseguridad y la falsedad? La libertad de expresión sigue amenazada continuamente y, no obstante, muchos hombres y mujeres valientes no dejan de señalar que el sexenio que, gracias a Dios, está agonizando, ha sido el más errático y decepcionante porque todo un pueblo había puesto su confianza en unas promesas que, lejos de ser cumplidas, ellos se han empecinado en hacer todo lo contrario.
¿Cómo reaccionamos ante la noticia del pasado 17 de este mes cuando colectivos y activistas de Guanajuato reportaron que la buscadora Lorenza Cano Flores fue secuestrada por un comando armado en Salamanca? ¿Qué decimos cuando se nos informa que también asesinaron a su esposo e hijos? Y todo porque Lorenza es integrante del colectivo «Salamanca unidos buscando desaparecidos Guanajuato» y busca a su hermano José Cano Flores, desaparecido el 17 de agosto de 2018. ¿Aceptamos la afirmación frívola de que habrá continuidad de un gobierno cuando hay un sentimiento generalizado de decepción, frustración y miedo al futuro? ¿Hemos asumido que, a la fecha, son más de 177,000 muertos, víctimas de los cárteles de la droga o de los militares? Hay miles de desaparecidos y se descubren cada vez más fosas clandestinas. Pareciera que ya no nos duele cuando los medios informan los frecuentes secuestros de gente inocente o el reclutamiento forzado de migrantes cuyo único crimen es su deseo de llegar a un país para mejorar su calidad de vida y en el que encuentran la humillación, el desprecio y, muchas veces, la muerte.
Ya no nos sorprendemos ante el aumento de reformas oficiales arbitrarias, el dispendio en obras faraónicas que no tienen ni pies ni cabeza y que, antes de iniciar operaciones, ya han demostrado fallas estructurales y deficiencias técnicas y administrativas reconocibles hasta para los más ignorantes. Dispendios que, en un país como México, debieran evitarse para no seguir dilapidando los recursos que pertenecen al pueblo y que provocan que sigamos asfixiados por una creciente deuda pública que lo va dejando cada vez más pobre y expuesto a los altibajos de los mercados y del poder de los más ricos y poderosos. Hemos sabido que sobre los tres hijos mayores del caudillo pesan acusaciones públicas de presunta corrupción: el mayor con “la casa gris” en los Estados Unidos de América; el segundo, por un supuesto influyentismo para beneficiar a sus amigos cercanos, y el tercero, señalado porque habría recibido “moches” o porcentajes millonarios en los contratos del Tren Maya.
¿Y la extorsión denunciada a través de un par de posicionamientos de Sanjuana Martínez, exdirectora general de Notimex, en los que acusó que la Secretaría del Trabajo le pidió 20% del monto de las liquidaciones del personal de la agencia para la campaña electoral de la candidata oficial. ¿Y qué decir de los narcoestados? ¿Y los problemas de los migrantes? ¿Y el poder absoluto del Ejército? ¿Y los feminicidios? ¿Y el desastre ecológico? ¿Y la promesa de la mega farmacia que es más falsa que una moneda de dos pesos? ¿Y los furibundos ataques que pretenden destruir al Poder Judicial y al INE, único residuo democrático que podría garantizar unas elecciones verdaderamente democráticas? ¿Y la permanente, creciente y desbordada inseguridad en la que grupos de delincuentes asesinan cruelmente a jóvenes en sus fiestas, con un sadismo que no se encuentra ni entre los peores animales sanguinarios y carroñeros? ¿Y los desencuentros con los poderosos vecinos del norte de quienes depende nuestra economía, entre otras cosas, por el Tratado de Libre Comercio? ¿Y las así llamadas “mañaneras” pletóricas de ideología dirigidas a un pueblo sin cultura y a quien no se le permite reaccionar y, mucho menos, el derecho de réplica? Sí, México tiene miedo y ante esta realidad debemos afirmar que, cuando Dios delega su autoridad suprema a los gobernantes humanos, ellos no tienen la libertad para utilizarla con el fin de justificar los hechos que nos pudieran arrastrar a la tiranía de una dictadura. Desde el punto de vista cristiano, ¿es posible resistir o, al menos, expresar que no estamos de acuerdo? Si, ante el miedo de un país, de hecho, hay ejemplos notables en la Sagrada Escritura donde Dios lo ordena explícitamente como una reacción contra las malas decisiones del poder.
Domingo 21 de enero de 2024.