Una gran, sencilla y comprensiva catequesis del Papa Francisco sobre la gula

Audiencia general del Papa 10 de enero de 2024 sobre la gula

 (ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano).- Por la mañana del miércoles 10 de enero el Papa Francisco concedió la tradicional audiencia general en el Aula Pablo VI del Vaticano. Continuando con el ciclo de catequesis sobre las virtudes y los vicios, el Pontífice profundizó en el vicio de la gula. Ofrecemos a continuación la catequesis del Papa traducida por ZENIT al castellano:

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En esta catequesis que estamos haciendo sobre los vicios y las virtudes, hoy nos centramos en el vicio de la gula.

¿Qué nos dice el Evangelio al respecto? Fijémonos en Jesús. Su primer milagro, en las bodas de Caná, revela su simpatía por las alegrías humanas: se preocupa de que la fiesta acabe bien y regala a los novios una gran cantidad de buen vino. A lo largo de su ministerio, Jesús aparece como un profeta muy diferente del Bautista: si Juan es recordado por su ascetismo -comía lo que encontraba en el desierto-, Jesús es, en cambio, el Mesías que vemos a menudo en la mesa. Su comportamiento suscita escándalo en algunos, porque no sólo es benévolo con los pecadores, sino que incluso come con ellos; y este gesto demostraba su deseo de comunión y cercanía con todos.

Pero hay algo más. Aunque la actitud de Jesús ante los preceptos judíos nos revela su plena sumisión a la Ley, se muestra, sin embargo, comprensivo con sus discípulos: cuando son sorprendidos in fraganti, porque tienen hambre y recogen unas espigas en día de sábado, les justifica, recordándoles que el rey David y sus compañeros, pasando necesidad, también habían comido de los panes sagrados (cf. Mc 2, 23-26). Y Jesús enuncia un nuevo principio: los invitados a la boda no pueden ayunar cuando el novio está con ellos; ayunarán cuando el novio les sea arrebatado. Ahora todo es relativo a Jesús. Cuando él está en medio de nosotros, no podemos llorar; pero a la hora de su pasión, entonces sí, ayunamos (cf. Mc 2,18-20). Jesús quiere que estemos alegres en su compañía -Él es el Esposo de la Iglesia-, pero también quiere que compartamos sus sufrimientos, que son también los sufrimientos de los pequeños y de los pobres.

Otro aspecto importante. Jesús deja caer la distinción entre alimentos puros e impuros, que era una distinción hecha por la ley judía. En realidad -enseña Jesús- no es lo que entra en el hombre lo que lo contamina, sino lo que sale de su corazón. Y así, diciendo «hizo puros todos los alimentos» (Mc 7,19). Por eso el cristianismo no contempla los alimentos impuros. Pero la atención que debemos tener es la interior: por tanto, no en el alimento en sí, sino en nuestra relación con él. Y Jesús deja claro en esto que lo que hace la bondad o maldad, digamos, de un alimento, no es el alimento en sí, sino la relación que tenemos con él. Y lo vemos, cuando una persona tiene una relación desordenada con la comida, miramos su forma de comer, come de prisa, como con ganas de saciarse y nunca se sacia, no tiene una buena relación con la comida, es esclavo de la comida.

Esta relación serena que Jesús estableció con respecto a la comida debería ser redescubierta y valorada, sobre todo en las sociedades de la llamada opulencia, donde se manifiestan tantos desequilibrios y patologías. Se come demasiado o demasiado poco. A menudo se come en soledad. Se extienden los trastornos alimentarios: anorexia, bulimia, obesidad… Y la medicina y la psicología intentan tratar la mala relación con la comida. Una mala relación con la comida produce todas estas enfermedades.

Son enfermedades, a menudo muy dolorosas, relacionadas sobre todo con tormentos de la psique y el alma. Comer es la manifestación de algo interior: la predisposición al equilibrio o a la desmesura; la capacidad de dar las gracias o la arrogante pretensión de autonomía; la empatía de quien sabe compartir la comida con los necesitados, o el egoísmo de quien lo acapara todo para sí. Esta pregunta es muy importante: dime cómo comes y te diré qué alma posees. En la forma de comer se revela nuestra interioridad, nuestros hábitos, nuestras actitudes psíquicas.

Los antiguos Padres llamaban al vicio de la gula con el nombre de «gastrimargia», término que puede traducirse como «locura del vientre». La gula es una «locura del vientre». Y también existe este proverbio: hay que comer para vivir, no vivir para comer. La gula es un vicio que se injerta en una de nuestras necesidades vitales, como comer. Tengamos cuidado con esto.

Si lo leemos desde un punto de vista social, la gula es quizá el vicio más peligroso, el que está acabando con el planeta. Porque el pecado de quien sucumbe ante un trozo de tarta, bien mirado, no causa grandes daños, pero la voracidad con la que nos hemos desatado, desde hace unos siglos, hacia los bienes del planeta está comprometiendo el futuro de todos. Nos hemos abalanzado sobre todo, para hacernos dueños de todo, ¡cuando todo estaba consignado a nuestra custodia, no a nuestra explotación! He aquí, pues, el gran pecado, la ira del vientre: hemos abjurado del nombre de hombres, para tomar otro, «consumidores». Y así se llama hoy en la vida social: ‘consumidores’. Ni siquiera nos dimos cuenta de que alguien empezó a llamarnos así. Estábamos hechos para ser hombres y mujeres «eucarísticos», capaces de dar gracias, discretos en el uso de la tierra, y en cambio el peligro es que nos estamos convirtiendo en depredadores, y ahora nos estamos dando cuenta de que esta forma de «gula» ha hecho mucho daño al mundo. Pidamos al Señor que nos ayude en el camino de la sobriedad, y que las diversas formas de gula no se apoderen de nuestras vidas.

 Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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