Dios no puede sufrir pero sí compartir

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

Este día celebramos la memoria de Nuestra Madre Santísima de Lourdes y la XXXII Jornada Mundial del Enfermo. El Santo Padre ha pedido una actitud nueva ante el sufrimiento y ha expresado: « “No conviene que el hombre esté solo” (Gn 2,18). Desde el principio, Dios, que es amor, creó el ser humano para la comunión, inscribiendo en su ser la dimensión relacional. Así, nuestra vida, modelada a imagen de la Trinidad, está llamada a realizarse plenamente en el dinamismo de las relaciones, de la amistad y del amor mutuo. Hemos sido creados para estar juntos, no solos. Y es precisamente porque este proyecto de comunión está inscrito en lo más profundo del corazón humano, que la experiencia del abandono y de la soledad nos asusta, es dolorosa e, incluso, inhumana. Y lo es aún más en tiempos de fragilidad, incertidumbre e inseguridad, provocadas, muchas veces, por la aparición de alguna enfermedad grave.

Pienso, por ejemplo –continuó-, en cuantos estuvieron terriblemente solos durante la pandemia de Covid-19; en los pacientes que no podían recibir visitas, pero también en los enfermeros, médicos y personal de apoyo, sobrecargados de trabajo y encerrados en las salas de aislamiento. Y obviamente no olvidemos a quienes debieron afrontar solos la hora de la muerte, solo asistidos por el personal sanitario, pero lejos de sus propias familias». Cuánta razón tiene el Santo Padre al invitarnos a que no endurezcamos el corazón frente al dolor, la enfermedad y el sufrimiento y nos dispongamos a propiciar momentos de encuentro y fraternidad. Muy probablemente  hemos experimentado nuestra incapacidad al ver que nuestros seres queridos sufren pero que esto no significa que neguemos nuestra ayuda. También es cierto que cuando el corazón se vuelve de piedra, surgen sentimientos contradictorios y aun negativos al constatar nuestra debilidad. En lugar de compasión y deseos de ayudar, puede nacer la indiferencia, el desconcierto o la negación. Como cuando escuchamos que un párroco cuenta los funerale que ha celebrado; o el médico que se queja de la impaciencia y necedad del enfermo o sus familiares.

Y aun cuando este proceso es muy humano, si no somos conscientes, nos vamos haciendo insensibles a quien sufre y al propio dolor ante nuestra incapacidad. San Bernardo nos advierte que «al principio, algo te resulta insoportable. Con el paso del tiempo, quizá te acostumbres a ello y ya no lo consideres tan arduo; no tarda mucho en resultarte llevadero, y un poco más adelante incluso te agrada. Así se le endurece a uno, paso a paso, el corazón, y al endurecimiento le sigue la aversión». Por todo esto, el Papa nos invita a reflexionar sobre el misterio del sufrimiento y sensibilizar a nuestras comunidades y la sociedad civil hacia los enfermos. Recordemos que San Bernardo decía que «Dios no puede sufrir pero sí compartir» el sufrimiento con el hombre. Únicamente con un corazón generoso podremos aceptar los miedos, las necedades e impertinencias del enfermo.

Sólo así podremos dar algo de nosotros mismos, sentir su dolor y acompañarlo en la zozobra de la enfermedad. Un corazón generoso y abierto ayudará a tolerar el cansancio, el hambre, la desesperación, la impotencia y, al mismo tiempo, nos dará la recompensa de sentir su gratitud al curar sus heridas, lavar su cuerpo sucio o soportar la incertidumbre. Si nos damos cuenta que estamos cerrando el corazón, que lo que hacemos ya no es espontáneo, que experimentamos rechazo y aun malestar, pudiera ser una señal de que nos estamos agotando y que el cansancio nos lleva a hacer daño en lugar de bien. Si la impotencia, el cinismo, la depresión, la crítica que se pueden disfrazar con apariencia de bien en un supuesto servicio. Si estamos perdiendo entusiasmo y esperanza, tal vez sea tiempo de reflexionar con San Bernardo: «¿Por dónde empezar? Lo mejor es que empieces por tus numerosas ocupaciones, pues a causa de ellas te tengo más compasión. No obstante, sólo puedo tenerte compasión si tú mismo padeces… Por tanto, si padeces, siento compasión de ti; si no, me das pena pese a todo, y más todavía, pues sé que un miembro que nada siente dista ya mucho de estar sano y que un enfermo que ya no siente nada en absoluto de su condición enferma está entre la vida y la muerte. No te fíes tanto de lo que sientes en el momento. No hay nada en nuestro espíritu que no se desgaste con la negligencia y el paso del tiempo. Sobre una vieja herida que se descuida crece una costra y cuanto menos se la siente, más incurable se hace».

Domingo 11 de febrero de 2024.

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