Evaluemos, pues

Supondrá el megalómano que todos sus fracasos de gobierno se eclipsan con las dádivas que entrega a través de los programas sociales.

Macario Schettino

Ningún presidente ha intervenido en el proceso electoral como lo hace ahora López Obrador. Él, que tanto se quejó de Vicente Fox que apenas lo aludió, ha atacado directamente a la candidata de oposición, y lo vuelve a hacer ahora en el libro que aparece con su nombre en estos días. Todos los días promueve a su gobierno, y ocasionalmente a su candidata, de la que se ha olvidado mucho, porque en su mente sólo cabe él mismo. Hace una semana presentó su lista de reformas, que pronto anunció que tienen un fin electoral.

Su insistencia en participar en las elecciones obliga a evaluar su gobierno. No sus promesas, que abundan, sino sus resultados. Podemos empezar por la seguridad, que prometió mejoraría en cuanto él tomara posesión. No fue así, como todos sabemos. Por el contrario, la violencia ha crecido, aunque ahora haya que sumar las estadísticas en las que han buscado esconder los homicidios. El crecimiento del control territorial de parte del crimen es también un hecho flagrante. Ya todo Guerrero y Zacatecas, buena parte de Michoacán, Chiapas, Jalisco, Estado de México, Veracruz. Diariamente hay noticias de violencia por cobro de piso, ajustes de cuentas, ataques a Fuerzas Armadas.

Frente a la creciente violencia, la estrategia de “abrazos, no balazos” suena absurda, pero los reportajes de ProPública e InsightCrime le dan sentido. Se molesta López Obrador de la evidencia de dinero del crimen organizado en sus campañas, pero no pasa de insultar y descalificar. Cuando ha viajado a la cuna del Cártel de Sinaloa en tantas ocasiones, y con tanta cercanía, se requiere más que eso para creerle. Cuando la Guardia Nacional ha sido, por cinco años, una pálida sombra de la Policía Federal a la que reemplazó, las sospechas tienen fundamento.

Sigamos con el tema de corrupción, al que ha enfrentado con un pañuelo blanco, y nada más. Ha sido el gobierno más opaco desde los tiempos del partido único. No ha permitido el funcionamiento del Instituto de Acceso a la Información, ha atacado a la Auditoría Superior de la Federación y ha descalificado todas las investigaciones periodísticas en las que se menciona a sus amigos, familiares, hijos, haciendo negocios de miles de millones de pesos con las obras innecesarias, pero muy costosas, que él impulsó. Aquí hay más que sospechas fundadas.

Veamos ahora el tema de salud, para el que propone gratuidad en un futuro. Fue su gobierno el que destruyó el sistema de compras consolidadas, provocando escasez de medicamentos y materiales. Fue su gobierno el que terminó con el Seguro Popular, condenando a muerte a cientos de enfermos que no pudieron continuar su tratamiento, porque el Insabi no era un sustituto del seguro. Tuvieron que eliminar a ese instituto, porque no servía para nada, e inventar un apéndice al IMSS que no cubre lo realmente importante: las enfermedades catastróficas para las que el Seguro Popular era un gran remedio. Por si fuera poco, en una ocurrencia digna de un psiquiátrico, López Obrador inventó una farmacia inmensa, que lo es sólo en costo.

Se acaba el espacio, pero no los errores: una caída de más de 20 por ciento en el valor de la industria eléctrica; una refinería que jamás podrá pagarse; casi dos billones de pesos en rescatar Pemex, que ha sido calificado ya prácticamente como basura; grandes incrementos al salario mínimo que se han reflejado en un crecimiento del salario real similar al del sexenio de Calderón, que era el peor del siglo; los déficits públicos más grandes desde los años ochenta, cuando vivíamos en crisis permanente.

Supondrá el megalómano que todo eso se eclipsa con las dádivas mensuales. Creerá de verdad en la popularidad que le fingen sus encuestadoras a sueldo, las mismas que afirman que su candidata va a ganar y que incluso puede aspirar a la mayoría calificada en el Congreso. De psiquiátrico, le digo. (El Financiero)

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