FRANCISCO MARTÍNEZ G. // Temporada anticorrupción (II)

      Por lo general, el problema de la corrupción inicia cuando, habiéndola, ni se le asume ni se le acepta. Jesús aborrece ese estado de cosas: a quienes somos corruptos y andamos buscando aparentar otra cosa, nos llama “sepulcros blanqueados” (Mt 23, 12), “hipócritas” (Mt 6, 16). De hecho, al estilo de los “ayes” proféticos (Is 5,8-25), esos calificativos van enmarcados en siete reproches: “¡ay de ustedes!”(Mt 12, 37b-40; Lc 11,39-42.46-52; 20,45-47). La denuncia de Jesús, dura y directa, es por aparecer y no ser, por presentarnos como guías, cuando en realidad compartimos culpabilidad con la escoria de la sociedad.

      Sólo que, en realidad, atrás de esos duros calificativos, también subyace un llamado amoroso a cambiar, a convertirnos. A plegarnos, a dar nuestro sí a todo lo que implica la aceptación de la Buena Noticia de Salvación. Y no hay, quizá, tiempo más propicio que el que nos ofrece la Iglesia en esta Cuaresma.

      Y no importa si somos comerciantes, profesionistas, campesinos, obreros, funcionarios, sacerdotes, políticos o gobernantes, cristianos o incrédulos, padres de familias o narcos. Porque cuando una sociedad no alcanza a liberarse de su corrupción como endémica enfermedad, entra Dios el rescate. Todo lo que Él nos pide es sinceridad. Sensatez para que reconozcamos el estado de corrupción en que nos encontramos: “porque yo reconozco mi culpa y tengo siempre presente mi pecado”, reza David en su Salmo (Sal 51,5). O como dice un poeta: “¡misericordia, Señor, que soy mi propia secta!”.

      Y reza bien. Y bien dice. Tanto el salmista como el poeta descubren su culpa. No la tapan. Sólo suplican al Señor que la borre y les tenga compasión. Apelan a la piedad y a la misericordia del Otro, porque se saben con el cuello enlodado. Porque admiten su culpabilidad. Porque en su búsqueda de reparar los daños le suplican a Dios que “con un espíritu firme los renueve”. En otras palabras, anhelan que les permita, que les ayude a convertirse. Y es en ese momento preciso que su corrupción -que la corrupción nuestra- desaparece. Todo pende de Dios, todo depende de nosotros.

      ¡Ojalá y así sea!

Francisco Martínez

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FRANCISCO MARTÍNEZ GARCIÁN

Estudió Filosofía y Teología, en el Seminario Diocesano de Zamora, Historia en la Normal Superior Nueva Galicia de Guadalajara y fundador de la Universidad Intercultural Indígena de Michoacán.

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