JEAN MEYER  // “Nada es cierto, todo es posible”

Es el título de una obra de Peter Pomerantsev, anglo-ruso como su nombre lo indica. Se aplica demasiado bien a la situación presente, de Kyiv a Gaza, de Teherán a Moscú, de Washington a Pekín. La ausencia trágica de intervención occidental en Siria cuando el tirano empleó armas químicas, cruzando con toda impunidad la línea roja trazada por Barack Obama, en Armenia cuando Azerbaiyán violó los acuerdos firmados en Moscú, y ahora en Gaza cuando el cinismo de B. Netanyahu ha costado ya cerca de 30,000 muertos palestinos, esa ausencia hipoteca seriamente el porvenir de las democracias en su conjunto. Esa ausencia de intervención explica porque el presidente Putin, sus ministros, sus ideólogos, el patriarca Kirill y sus metropolitanos, en lugar de decir “Europa”, dicen “Gayropa”.

Antes de hablar de una posible conflagración a gran escala, unas palabras sobre Gaza, ahora amenazada por la hambruna. 30,000 muertos y 90,000 heridos. La toma de Grozny por las tropas de Putin, en 2000, costó 30,000 víctimas, el bombardeo de Dresde a fines de la segunda guerra mundial, otras tantas. En los primeros cien días de la operación Venganza (así la llamo yo), los israelíes largaron 30,000 bombas, un poco más que los estadounidenses en 2003, en todo Irak. Están haciendo en Gaza lo que los rusos hicieron en la ciudad mártir ucraniana de Mariúpol, pero en Gaza la densidad demográfica es muy superior. Receta infalible para promover a Hamás.

La ausencia de intervención contra el malvado lo convence de que el crimen reditúa, que el criminal gana, que la agresión vale la pena. En el caso de Ucrania, Occidente sigue insistiendo: “No estamos en guerra con Rusia”. Bonita hipocresía, pero con algo de verdad: hasta ahora ha proporcionado a Ucrania lo que le permite, a duras penas y con un alto costo humano, resistir, pero no derrotar a Rusia, o, por lo menos, convencerla que no puede ganar esa guerra.

Ciertos analistas, por lo mismo, manifiestan su pesimismo. Así, el gobierno británico, en boca de su secretario de la Defensa, Grant Shapps, invita a prepararse a una guerra en varios frentes con China, Rusia, Irán y Corea del Norte dentro de cinco años. Dice que China observa con mucha atención lo que pasa con la ayuda occidental a Ucrania y con la opinión pública en Europa y Estados Unidos. Eso afectará su estrategia en el mar de China y frente a Taiwán. Concluye el ministro que sería irresponsable y peligroso abandonar a Ucrania: invitaría a Putin a seguir adelante en Europa y a Xi-Jinping a invadir Taiwán.

Los países del Báltico, Finlandia, Polonia, Noruega y Suecia piensan lo mismo. El gobierno sueco advirtió a sus ciudadanos prepararse para la guerra: “Déjenme decirlo con la autoridad de ministro y con una claridad sin tapujos. Puede haber guerra en territorio sueco”. “No es que la guerra esté ahora en puerta, prosigue el primer ministro Kristersson, pero queda claro que el riesgo de guerra aumentó de manera significativa”. En Polonia, Katarzyna Pisarska explica que se acabó “el estilo de vida del Estado de Bienestar, protegido por la sombrilla estadounidense, se acabó, entramos en una era de guerras”. Estonia, de acuerdo con Letonia, Lituania y Finlandia, dice que la OTAN tiene de tres a cinco años para prepararse a la guerra: “No pensamos que la pregunta consiste en saber sí o no Rusia intentará invadir, sino cuándo, es sólo cuestión de cuándo”. El jefe de Estado Mayor de Noruega ve “una ventana de oportunidad que durará quizá uno, dos, tres años, durante la cual debemos invertir mucho más para tener una defensa segura”.

La perspectiva de una victoria de Donald Trump influye seguramente en la mente de los jefes militares y políticos de todos aquellos países nórdicos que comparten frontera con Rusia. Francia, España e Italia no se sienten directamente amenazados y eso puede explicar la poca ayuda militar que han dado, hasta ahora, a Ucrania. Francia está en el rango número 15. ¿Cambiarán de parecer?

Historiador en el CIDE

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JEAN MEYER

Dr. Jean Meyer. Francés nacionalizado mexicano. Historiador. Licenciado en grado de doctor por la Universidad de la Sorbona. Profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) donde además fundó y dirigió la División de Historia.

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