El mundo actual, este que estamos viviendo ahora, manifiesta de forma clara y precisa, un desprecio total al elemento más puro del ser humano: la razón. Y el peor de los escenarios es que por ley se había implementado la desaparición o reducción de áreas del conocimiento tan importantes para el análisis de la realidad, tal es el caso de la ética, la filosofía y la historia, sólo por mencionar las más conocidas.
Los valores que derivaban de las ciencias antes mencionadas, como la honradez, el respeto y la solidaridad, son ahora suplidos por un individualismo a ultranza, por la deshonestidad como principio del éxito y de la posesión de bienes materiales como sinónimo de triunfo y presencia social.
El alejamiento de las áreas del conocimiento científico que enseñaban los valores que ya he mencionado, trajo como consecuencia inéditos acontecimientos que –ilusamente- creímos no ver y practicar en nuestra patria. Quienes asumieron responsabilidades públicas hasta el sexenio de Peña Nieto, tergiversaron el propósito estipulado en los preceptos constitucionales y las leyes de él derivadas; ya no fueron servidores públicos, se convirtieron en maestros de la mentira y en profesionales de la acumulación, lo que vino a crear –con el tiempo- un segmento social que, en franca ironía, logró imponer un modelo recaudatorio similar al utilizado por el gobierno.
El desamparo se apoderó de la sociedad que, temerosa, respondía como podía a ambos bandos. Lejos, muy lejos quedaron las utopías de formar una sociedad que viviera en armonía, que fuéramos libres y soberanos: nos convertimos en una sociedad cautiva, sin poder transitar y laborar como lo marca la Constitución. Hasta que la sociedad se hartó en 2018 y se trató de poner fin a esas prácticas corruptas y hoy desean –malinformando- regresar a realizar sus prácticas corruptas.
Los culpables están a la vista de todos nosotros que, ciertamente, no hemos sido capaces de exigirles una rendición de cuentas y por omisión o la irracionalidad de no “meternos en problemas”, nos hemos convertido en cómplices de la inmoralidad y deshonestidad de quienes nos han subyugado.
Tiempo es de despertar de la eterna pesadilla en que estamos inmersos y exigir de quienes nos han corroído las entrañas, participar para recuperar un modelo de enseñanza que dignifique el aprendizaje y sea puntal de un ser mexicano como lo soñaron y plantearon José Vasconcelos, Alfonso Reyes y miles de mexicanos más, entre ellos los zamoranos Gabriel y Alfonso Méndez Plancarte.
Podemos y debemos –así, en imperativo- recuperar el ideal formativo que nos permitió soñar con una vida mejor, parte de lo que se está tratando de realizar con la Nueva Escuela Mexicana. De no ser así, seguiremos rumiando desgracias propias y ajenas y seguir siendo caldo de cultivo para una clase parasitaria y voraz que terminará por engullirnos.
¡Es momento de definiciones!