P. JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA, S. I. // Cambiar el corazón y luego cambiar las estructuras

Ante las noticias discordantes que han intentado aumentar un clima de confusión y oposición a la Declaración Fiducia supplicans,  sobre la posibilidad de dar la bendición a parejas irregulares, en una nota de prensa el pasado 5 de enero, firmada por el Cardenal Prefecto y el Secretario del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, han afirmado enfáticamente que la doctrina sobre el matrimonio no cambia y que los obispos pueden discernir su aplicación según el contexto ya que las bendiciones pastorales no son comparables a las litúrgicas y ritualizadas. En muchos casos, las críticas al documento han sido manifestadas sin haberlo leído siquiera por lo que los prelados nos recomiendan la lectura completa y reposada de la Declaración para comprender mejor el sentido de su propuesta y manifiestan que: «las comprensibles manifestaciones de algunas Conferencias episcopales sobre el documento Fiducia supplicans tienen el valor de evidenciar la necesidad de un tiempo más prolongado de reflexión pastoral». 

Me parece de suma importancia enfatizar que el Dicasterio sostiene una gran verdad cuando afirma: «la presente Declaración se mantiene firme en la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio, no permitiendo ningún tipo de rito litúrgico o bendición similar a un rito litúrgico que pueda causar confusión”. Actuando, frente a las parejas irregulares, “sin convalidar oficialmente su status ni alterar en modo alguno la enseñanza perenne de la Iglesia sobre el Matrimonio […]. Son inadmisibles ritos y oraciones que puedan crear confusión entre lo que es constitutivo del matrimonio, como “unión exclusiva, estable e indisoluble entre un varón y una mujer, naturalmente abierta a engendrar hijos», y lo que lo contradice. Esta convicción está fundada sobre la perenne doctrina católica del matrimonio. Solo en este contexto las relaciones sexuales encuentran su sentido natural, adecuado y plenamente humano.  La doctrina de la Iglesia sobre este punto se mantiene firme” (4).

Ante afirmaciones -que evidentemente han sido de mala fe-, en el sentido que el Papa había aprobado el matrimonio de personas del mismo sexo, el Dicasterio expresa: «Tal es también el sentido del Responsum de la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe donde se afirma que la Iglesia no tiene el poder de impartir la bendición a uniones entre personas del mismo sexo (5)». Y añade: “dado que la Iglesia siempre ha considerado moralmente lícitas sólo las relaciones sexuales que se viven dentro del matrimonio, no tiene potestad para conferir su bendición litúrgica cuando ésta, de alguna manera, puede ofrecer una forma de legitimidad moral a una unión que presume de ser un matrimonio o a una práctica sexual extramatrimonial” (11). Evidentemente, no habría lugar para distanciarse doctrinalmente de esta Declaración ni para considerarla herética, contraria a la Tradición de la Iglesia o blasfema.

            Más tarde, el 16 de enero, el Papa hizo referencia, por primera vez de forma pública, a la Declaración Fiducia Supplicans con estas palabras: «es un trabajo muy importante para los confesores. Yo siempre les digo a los confesores: perdonen todo y traten a la gente muy amablemente, como el Señor nos trata a nosotros, y luego, si quieren ayudar a la gente, siempre pueden hablar con ellos y ayudarles a seguir adelante, pero perdonen a todo el mundo». Cuando respondió a la pregunta sobre la reforma más urgente que enfrenta la Iglesia, el Papa Francisco fue muy claro: «la reforma de los corazones para todos los cristianos. Hay que conservar las estructuras, cambiarlas, reformarlas según la finalidad. Y esto -me atrevo a decir- puede ser también algo mecánico -en el buen sentido de la palabra-, pero las estructuras deben actualizarse siempre, utilicemos esta palabra positiva: cambiar para actualizar. Pero el corazón debe reformarse cada día: cambiar el corazón. Y esto es un trabajo de todos los días. Cuando sentimos alguna maldad en el corazón, la envidia, por ejemplo, la envidia que es ese vicio “amarillo” -me gusta llamarlo- es un vicio “amarillo” que arruina todas las relaciones. Y debemos arrepentirnos y cambiar nuestro corazón continuamente. Y cuidado: lo que pasa en mi corazón que cambie. Cambiar el corazón y luego cambiar las estructuras. Hay que cambiar las estructuras porque la historia continúa. Las cosas que eran buenas en el siglo pasado no lo son ahora. Pero la verdadera libertad es cambiarlas, porque no son cosas absolutas en sí mismas, son cosas relativas al momento histórico».

Domingo 4 de febrero de 2024.

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JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA

RP Jaime Emilio González Magaña, sacerdote jesuita que radica en Roma.

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