Se propone una solución sencilla pero efectiva: espaciar las votaciones para permitir un mayor debate interno y evitar decisiones precipitadas. Esta reforma, aunque aparentemente trivial, podría fortalecer la cohesión del colegio cardenalicio y proteger al Papa electo de acusaciones infundadas.
(ZENIT Noticias / Roma).- En diciembre de 2023, desde uno de los sitios web estadounidenses conocidos por criticar al Papa Francisco, se lanzaron dos noticias que sacudieron los cimientos del Vaticano. La primera hablaba de la convocatoria del pontífice para reformar el cónclave, una institución cuya estructura se ha mantenido prácticamente inalterada a lo largo de los siglos. La segunda noticia sugería la posibilidad de incluir en el cónclave, al igual que en el Sínodo de los Obispos, figuras no cardenalicias para aumentar la «representatividad» del cuerpo electoral. Estas supuestas reformas podrían significar el abandono de la regla que reserva la elección del obispo de Roma solo a cardenales, desde el año 1049.
Sin embargo, desde entonces, no se ha avanzado nada en estas presuntas reformas. La reciente controversia desatada por la instrucción «Fiducia supplicans» sobre la bendición de parejas «irregulares» evidencia las dificultades que enfrenta la Iglesia para implementar cambios significativos. Esta instrucción, condenada por algunos como ineficaz e inoportuna, refleja una crisis más profunda en la institución eclesiástica y sus mecanismos de toma de decisiones.
Un artículo de análisis publicado por Alberto Melloni, un conocido historiador favorable al Papa Francisco, plantea la necesidad urgente de una reforma en el cónclave, no en cuanto a su composición o funciones, sino en relación con los tiempos. En un mundo marcado por la resurgencia de conflictos geopolíticos y el ascenso del nacionalismo, la Iglesia Católica Romana emerge como un contrapeso a los aspirantes a la hegemonía global. Ante el auge de las políticas de poder basadas en la tecnología y la violencia, la Iglesia representa una fuerza global desarmada pero influyente.
La historia del cónclave revela su propósito fundamental: garantizar una sucesión papal indiscutible y rápida en tiempos de incertidumbre. Sin embargo, los riesgos actuales, como la manipulación de información y la interferencia externa, plantean desafíos adicionales a este proceso. La rapidez con la que se han decidido recientes conclaves sugiere una falta de tiempo para el diálogo interno y la reflexión, lo que puede socavar la legitimidad de la elección papal.
Se propone una solución sencilla pero efectiva: espaciar las votaciones para permitir un mayor debate interno y evitar decisiones precipitadas. Esta reforma, aunque aparentemente trivial, podría fortalecer la cohesión del colegio cardenalicio y proteger al Papa electo de acusaciones infundadas. La propuesta sobre la revisión de los tiempos y procedimientos del cónclave supone la posibilidad de espaciar las votaciones para permitir un mayor diálogo y reflexión entre los cardenales electores. Esto podría evitar decisiones precipitadas y garantizar un proceso más deliberativo y transparente.
Además, se plantea la necesidad de reevaluar la duración del cónclave y la frecuencia de las votaciones. Se argumenta que los conclaves recientes han sido demasiado cortos, lo que ha limitado el tiempo para el debate interno y la construcción de consenso. Al extender la duración del cónclave y reducir la frecuencia de las votaciones, se podría fomentar un proceso más reflexivo y colaborativo.
La pregunta que queda en el aire es si el Papa Francisco llevará a cabo esta tan necesaria reforma y, en caso afirmativo, cómo lo hará. La falta de consenso dentro de la Iglesia y la complejidad de su estructura institucional plantean desafíos significativos en este sentido. Sin embargo, la urgencia de la situación exige una acción decisiva para garantizar la estabilidad y la integridad de la Iglesia en un mundo en constante cambio. En el pasado reciente otra propuesta de reforma al Cónclave vino de otro historiador: el cardenal Brandmuller. En ese caso la propuesta consistía fundamentalmente en reducir a los cardenales electores bajo el condicionante de haber vivido en Roma.