P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
La vida nos enseña que, a la larga, ser sinceros siempre es la mejor opción ya que nos permite ser libres y no ser cómplices del mal. Sin embargo, ¿por qué nos hemos acostumbrado a mentir y a que nos mientan? Muy seguramente, todos hemos vivido situaciones de las que no sabemos muy bien cómo corregir lo que hemos dicho cuando ha sido evidente que era una mentira. No obstante, aun cuando sabemos que la verdad nos hace auténticamente libres y al darnos cuenta que esto lleva consigo algunas dificultades, muy frecuentemente, optamos por la mentira y seguimos a quienes mienten, casi por principio o porque no los denunciamos. De un modo muy especial, cuando somos nosotros mismos quienes decidimos el rumbo que queremos darle a nuestra vida y a las opciones que, conscientemente, hemos querido asumir, ser honestos y actuar con nuestras más íntimas convicciones, experimentamos una enorme sensación de paz y tranquilidad. Sabemos, asimismo, que, en ocasiones, mentir, parece la mejor respuesta, porque es la más fácil a corto plazo. Sin embargo, si mentimos o permitimos que nos mientan, entramos en un callejón que tiene muchas desviaciones, pero ninguna salida, y lo más probable es que acabemos perdiendo el rumbo, la paz y, al final de cuentas, nuestra identidad.
Mentir traiciona y nos traiciona. Y esto lo constatamos, prácticamente todos los días al ver que algunas personas mienten con una facilidad tan grande que, engañan a los más ingenuos quienes dan por bueno lo que otros, más lúcidos, asumen que es tan falso como una moneda de dos centavos. Si bien, en ocasiones, la mentira nos puede parecer verdad porque es dicha con la manipulación del mal y el engaño -las trampas del maligno-, tarde o temprano, se descubren sus insidias y seducciones. Optar por la verdad es lo que nos hace vivir la propia identidad desde nuestros valores porque nos permite vencer el mal con el bien, la honestidad y la justicia. En ocasiones mentimos porque nos avergonzamos de algo, o porque somos conscientes de habernos equivocado, pero, cuando somos transparentes, crecemos en madurez y responsabilidad ante nuestros actos erróneos. Terminamos por convencernos que, en todos los casos, siempre, lo mejor es ser sinceros con los demás, pues de lo contrario también nos estaremos traicionando a nosotros mismos. De mentira en mentira, nos volvemos mentirosos y aceptamos que otros nos mientan porque son embusteros y nos habituamos a no desenmascararlos.
Hemos de ser conscientes de que no somos perfectos y, por lo tanto, podemos equivocarnos, pero, está demostrado que la mentira cae por su propio peso, mientras que la verdad se sostiene por sí misma. Tenemos que ser consecuentes con nuestros propios actos, aceptar aquello que hemos hecho mal y ponernos en el lugar de aquellos a quienes hemos hecho daño. Como ha dicho Miguel de Cervantes Saavedra: “La verdad anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua”. Decir la verdad, en un principio, puede ser lo más doloroso, pero a la larga hará que, tanto nosotros como aquellos a quienes hemos afectado, valoren nuestro esfuerzo. Y eso también nos ayudará a respetarnos y perdonarnos a nosotros mismos. Asimismo, la mentira está llena de abismos, de trampas, de máscaras, de violencia. Cuando somos sinceros, lo que hay a nuestro alrededor se sostiene por sí mismo, somos conscientes de lo positivo y lo negativo que hay entre nosotros y esto refuerza el deseo de no dejarnos engañar.
Quizá sea difícil asumir que algunas personas no se sientan atraídas por aquello que decimos o hacemos, pero eso nos hace darnos cuenta de que quienes nos valoran por aquello que verdaderamente somos y decimos. ¿Y no es eso motivo para estar orgullosos de nosotros mismos? Lo triste es que, aun cuando sabemos la importancia de ser honestos y sinceros, permitimos que nos engañen porque, como afirma Alexander Pope: “El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera”. O, como sostenía Mark Twain: “si dices la verdad, no tendrás que acordarte de nada”. Cuando se miente desde el poder permite que la gente se acostumbre a la mentira y sea también mentirosa, completamente persuadida que todo el mundo cree en lo que dice. Sabemos que, el hecho de ser sinceros es la mejor forma de reforzar nuestra identidad y defender nuestros valores más profundos. Pero elegimos a quienes nos mienten y nos dejamos engañar por ellos a sabiendas que nuestro día a día se convierte en una tensión constante por mantener, de una u otra forma, aquello que no somos y nos transforma en esclavos de quienes son expertos en mentir y manipular con la mentira. La verdad nos conduce al camino más auténtico, aunque sea difícil; la paz que la verdad siembra no es comparable al espejismo que la mentira dibuja. Ser sinceros con los demás nos ayuda a madurar y a valorarnos como personas valientes y honestas. Recordemos lo que decía Friedrich W. Nieztsche: “Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti”.
Domingo 17 de marzo de 2024.