JESÚS ÁLVAREZ DEL TORO // Esbozo de una biografía

Ignacio García Alfaro “Nacho, el terrible”

            Desde hace un buen tiempo que deseábamos publicar en este semanario el esbozo biográfico de un personaje popular que hizo historia no sólo en nuestra ciudad, sino que por sus ‘hazañas’, trascendió a otros ámbitos del país e incluso del extranjero.

            Hoy, por el medio digital en que aparecemos se presta para hacerlo. La biografía fue publicada en un pequeño folleto en marzo de 1988. Sin más preámbulo vayamos al grano:

¡Hey, familia, danzóóóóóónnn dedicado aaaaaa…!

¡Changoooooooo, ya viene, señores, ya viene bajando…!

            El que se hizo famoso con estos gritos en nuestra ciudad, allá por la década de los cincuentas y hasta nuestros días fue Ignacio García Alfaro. El Terrible Ignacio, nació el 11 de junio de 1919, en Martínez de la Torre, Veracruz, coincidentemente el mismo año en que llegaron al puerto veracruzano nuestros paisanos, el Lic. Perfecto Méndez Padilla y el diputado Carriedo Méndez, en representación de nuestra ciudad, a recibir los restos del poeta nayarita-jaconense, Amado Nervo.

            Ignacio García Alfaro, hijo de José García Reyes y de Antonia Alfaro Sandoval, no sabemos por qué motivos se vinieron a radicar a la Sultana del Duero. Lo que sí sabemos es que don José rápidamente se acomodó en nuestro terruño y se aclientó de la misma manera, pues era un consumado artista de la fabricación de zapatos, oficio que le enseñó a su hijo Ignacio, padre e hijo se dedicaron a calzar a cientos de zamoranos en la esquina de Amado Nervo y Galeana. Los demás familiares de Ignacio García, inclinaban a éste a la vocación sacerdotal, dada su manifiesta elocuencia, sin saber que años más tarde sería el rey de la vida nocturna en nuestra ciudad.

            El oficio de zapatero pareció no cautivar al Terrible Ignacio quien, inquieto, inició negocios propios. En el sexenio cardenista, el adolescente Ignacio se desprendió del tutelaje familiar para vender perfumes y vestidos en la vecina Villa de las Flores, actividad ésta que le absorbía la mayor parte de su tiempo, ya que después de la venta y cobros tempraneros se dirigía con don José Moreno para comprar esencias y elaborar su propia perfumería. Gran cantidad de damas jaconenses se vistieron y perfumaron con los productos de Ignacio García Alfaro. Pero ya la farándula había aprisionado al jarocho, conocedor del ambiente de “La Suave” (zona de tolerancia), ubicada por la calle que ahora se llama Méndez Padilla. Allá por las décadas del treinta y cuarenta, se animó para ir explotando sus cualidades de buen preparador de bebidas. Así, recién clausurada “La Suave”, las puertas del antiguo rastro jaconense fueron buen lugar común para que García Alfaro junto con Salvador Torres Segura, inaugurara su oficina de “levantamuertos”, venta de calientes, té y café con alcohol. La economía de Nachito fue subiendo como la espuma, a su oficina llegaban quienes a cambio de un “levantamuertos” estaban decididos a entregar parte de su patrimonio familiar. Dos hechos marcarán a Nacho en esta feliz etapa; primero, la muerte de su padre José García Reyes en 1950 y segundo, la implantación de la ley seca de fin de semana decretada por el entonces gobernador de Michoacán, don Dámaso Cárdenas. A los hechos anteriores, Ignacio García Alfaro responde de la siguiente manera: primero, se da a la tarea de organizar bailes en Jacona, en los cuales emocionaba a la concurrencia con su grito de batalla: ¡Hey, familia, danzóóóóóónnn dedicadooo aaaaa…!, que aunado a los concursos para encontrar a los mejores bailarines de la región le hicieron triunfar en dicha actividad. Posteriormente, se asocia con don Gustavo Vera, de Tangancícuaro, y ubica a la entrada del paradisíaco Camécuaro un restaurante donde expende vino y botanas, previo permiso de Ramón Duarte, quien en aquel entonces se sentía dueño del lago.

            De aquí para allá y de allá para acá como la mismísima santa la china, Nacho todavía sin ser el famosísimo “Terrible”, viene y ubica su negocio de levantamuertos en “La Puerta del Sol” en Jacona, sitio donde ahora se ubica la Casa Navarro. A Zamora sólo la pasaba y admiraba, a pesar de que en ella viviera. Los años del despegue desarrollista zamorano agarran a nacho entre los municipios de Jacona y Tangancícuaro, además de algunas correrías que lo llevaron al Distrito Federal.

            Ya pasada la que sería su juventud y treintiando años, Nacho inicia su meteórica carrera: primero renta una casa por Amado Nervo, entre Galeana e Independencia, y se junta con una mujer a la que inicia en los truculentos secretos del amor pagado y la empieza a alquilar a quienes se la solicitaban. Para ese entonces el prestigio en vender vino y mujeres pertenecía a Delfina Franco, Josefina Cázarez (La Bella), Virginia Herrera (La Reyna), Angelina y muchas más, quienes conducían mecánicamente sus negocios. Nacho recibe el apoyo de dos expresidentes municipales y de varios amigos más para la apertura del sitio más exclusivo para noctámbulos de aquí y de otros estados de la República. Para ese entonces el sector sudponiente zamorano era la alegría diurna y nocturna, los nombres completaban la escenografía: El Tamborazo, Las Lobas, El Rojo, El Hawai, Jorge’s Bar y otros que anterior o posteriormente enriquecieron el lenguaje citadino de aquel rumbo.

            Para 1952 nace la leyenda viviente, él dice que inició su carrera el día en que murió el ídolo mexicano, Pedro Infante. Nacho el terrible se acarrea la voluntad de muchísimos zamoranos pudientes y monta un espectáculo en el que sobresale su peculiar lenguaje y sus dotes teatrales. Rogelio e Ismael Cervantes junto con algunos otros músicos son quienes acompañan a las “vedetes” importadas de Guadalajara, México, Morelia, Monterrey y otros puntos a efectuar sus números artísticos, consistentes siempre en la generosidad al mostrar su cuerpo ante decenas de espectadores atraídos por la elocuencia y trato afable del terrible. Así, a la vez que gana mayor concurrencia a su negocio, la mayoría de esos clientes olvidan el verdadero nombre de Ignacio García Alfaro y sólo se quedan con el impactante de Nacho el Terrible.

            Este nombre bien pronto trasciende las fronteras de la ciudad, el municipio, la región y el estado, para ubicarse –mínimo- en el contexto nacional. Ese sitio –El Savoy-, se ve a reventar cada que los ciclos agrícolas eran buenos: cebolleros, paperos, jitomateros, freseros, comerciantes, industriales, taqueros, profesionistas, albañiles, estibadores y jornaleros agrícolas más de una vez asistieron, nadie quiso perderse el espectáculo; incluso algún sociólogo o antropólogo que merodeo al buen Nacho en busca de la ansiada entrevista para su tesis o para su publicación.

            Al crecer la ciudad se hizo necesario encerrar todas aquellas casas nada santificadas y ponerlas a resguardo de la policía municipal. Tocó a Felipe Herrera García ser el alcalde benefactor de aquella obra social tan importante, a la que ya habían dado preponderancia poetas, cronistas deportivos y radiofónicos, empresarios y políticos de la localidad; más la ayuda desinteresada de gente famosísima que circunstancialmente nos visitaba. Todo en realidad se conjugaba para favorecer al Terrible, la sociedad protectora hacia nacho crecía día a día, muchísimos nombres y apellidos de la más alta prosapia zamorana, junto a Los Arriagada, paco Malgesto y muchísimos mexicanos de talla internacional llegaban en búsqueda de los favores que vendía don Nacho, que bien pronto se convirtió en uno de los personajes más famosos de nuestra ciudad.

            A la entrada del rock en nuestro medio, allá por la década de los sesenta, el espectáculo del terrible también se modifica: gracias a su inventiva y a unos cuantos pesos que gasta en antifaces, globos, luces y silbatos, lleva las tradicionales posadas al centro mismo de la degeneración y el pecado, porque también allí se vive y se siente. Jovencitas y menopáusicas mostraban una alegría inusual para aquel medio y en aquellos días; colaciones, cacahuates, trozos de caña y aguinaldos completos apenas se veían en la brumosa obscuridad. Luces fluorescentes y fosforescentes hacían cintilar la figura de las estrellas que el Terrible Ignacio presentaba noche a noche.

            Posteriormente, el sacrílego y terrible Nacho inicia un rito pagano en el que participaba y enloquecía a la clientela: un cirio encendido en el centro del local que permanecía a oscuras, Nacho a horcajadas entonaba un monótono e inaudible canto que más parecía lamento, sobre el místico nacho caía la luz del reflector y su figura era menos que mefistofélica: barbado, con lentes oscuros, un sinfín de dijes que colgaban de gruesa cadena de oro y que caían sobre una falsa pelambre de pecho, destaca de entre aquellos dijes el de un rostro de Satanás con ojos enrojecidos. El Terrible caminaba de rodillas por toda la pasarela que conformaba el espacio que dejaban al descubierto mesas y sillas. El reflector saltaba y precisaba a la estrella del día y aullidos enronquecidos salían de las gargantas de los noctámbulos. Era el show de las once, faltaba todavía el de la una de la mañana.

            Tiempo después, Nacho llegó al paroxismo de la creatividad: mandó construir al centro del reducido escenario un elevador al que diseñó como una jaula a la que acompañó al centro con un gigantesco chango, el primate mantenía sus manazas extendidas, en actitud de alcanzar un objetivo. Nacho el Terrible solía anunciar su espectáculo una hora antes y ya faltando algunos minutos para su inicio, entre las clásicas fanfarrias, se escuchaba la característica voz del Terrible anunciar: ¡Ya viene, señores, ya viene bajando! En efecto, las luces previamente apagadas, hacían resaltar la figura del demoníaco Terrible, ahora con espesa cantidad de pelambre en su pecho, efecto que se mandó construir con uno de los  utileros más famosos del cine mexicano, Miguel Horcasitas, y que “accidentalmente” alguien se encargó de quitárselo en plena variedad. Aparecía pues, Nacho, esplendorosamente luciferino, escaso un metro delante del elevador, conminando a que bajara el chango: ¡Ya viene bajando, señores, ya viene, ahora raptó a la exótica Lucero, desde el mismísimo Río de Janeiro! Y aquella mujer, pálida, mal alimentada, débil, se contorsionaba al ritmo vertiginoso de la batería de Rogelio Cervantes. Con toda posibilidad se trataba de alguna parroquiana habitante de la periferia zamorana a la que el Terrible nacho internacionalizaba momentáneamente. Grácilmente el Terrible saltaba, gruñía, alababa, aullaba, cantaba, sudaba; en síntesis, cada noche el Terrible vencía y convencía a sus espectadores. Cuántas noches de triunfo pleno para don Ignacio.

            A las horas siguientes, don Ignacio García Alfaro se convertía en el padre de Elia, Óscar, Martha, Emma y Nacho, cinco hijos a los que dio lo que tenía que dar.

            Oropel y realidad se conjugaron en la vida de nacho. Desde cotizar a la Asociación Nacional de Actores por sus “artistas”, hasta ennoblecerlo al ser sustento de veinticinco familias que le ayudaban: mujeres de planta a las que pagaba mucho más que el precario salario mínimo, chofér, meseros, aseadores y músicos que hacían posible el triste espectáculo que en cualquier sociedad como la nuestra existe. Fuera de su escenario, el Terrible Ignacio era un ser de carne y hueso como nosotros y con la virtud de ser caritativo y justo, aspecto desconocido en su existencia.

            En noviembre de 1980 el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, gobernador del estado, siguiendo el ejemplo de su padre y tío respectivamente, tipifica el delito de lenocinio, cierra las zonas de tolerancia e implanta la ley seca los fines de semana. Nacho peregrina sin saber qué hacer, va a los Estados Unidos, regresa y emigra al vecino estado de Jalisco, donde quiere volver por sus fueros en la ciudad de La barca. Sin embargo, a sus sesenta y cinco años la vida ya no es fácil y menos ahora que ya se acerca a los setenta.

            Nostálgico, don Ignacio recuerda sus días de gloria efímera, su compadrazgo con el cronista televisivo Paco Malgesto y con cada uno de aquellos que solían asistir a su espectáculo. Don Ignacio quiere ahora ser tumba de miles de recuerdos en los que fueron actores principales muchísimos zamoranos “decentes”.

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JESÚS ÁLVAREZ DEL TORO

Jesús Alvarez del Toro, licenciado en Historia. Director del Museo de Zamora, Cronista de la ciudad de Zamora.

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