Hasta los años sesenta del siglo pasado, Zamora experimentó un desarrollo más o menos paulatino y ordenado. Posteriormente, inició un crecimiento que propició que se superaran los 400 mil habitantes. Esto dio pie a un fenómeno de desorden y desarticulación entre los diferentes sectores de la ciudad, sobre todo en torno a nuevas colonias y fraccionamientos que fueron apareciendo, la mayoría de ellos de manera irregular. A su paso, se dejaron espacios sin ocupar, terrenos ociosos y una gran deficiencia en cuanto a vías de comunicación adecuadas para articular los nuevos asentamientos.
El acelerado aumento de la migración campo-ciudad, debido, primero al auge fresero sobre 1950-1960 y posteriormente a la caída de la actividad agropecuaria, produjo la aparición de asentamientos marginales e irregulares, en especial en la periferia de la ciudad. Dichos asentamientos demandan todo un universo de servicios, cuyas carencias impactaron directamente en la calidad de vida de quienes los habitaban, e indirectamente en la calidad de vida de toda la ciudad, al tenerse que compartir los recursos del municipio.
En los últimos años, Zamora se ha extendido territorial y poblacionalmente sin planeación, y se han profundizado las desigualdades sociales, al no otorgar servicios, equipamiento y oportunidades para su uso y disfrute de manera equitativa para todos sus habitantes. Se han generado imágenes urbanas diferenciadas que contribuyen a crear percepciones de injusticia, privilegios, desorden e inseguridad en algunos territorios de la ciudad.
La especulación de la tierra y el suelo urbano, por intereses y poderes fácticos, provoca inseguridad en el uso del suelo y la propiedad, genera tensión para sus habitantes y propicia esquemas clientelares que favorecen la confrontación entre algunos grupos sociales.
El deterioro de los recursos naturales y la contaminación ambiental, como producto del crecimiento desordenado de Zamora, comprometen la sustentabilidad de la ciudad y de sus futuros pobladores y generan tensión social por mala calidad de vida, sentando las bases para confrontaciones en el medio urbano por la propiedad y el uso y disfrute de estos recursos.
Si bien es cierto que en Zamora no se presentó históricamente ningún enfrentamiento entre castas, sí se acentuó la segregación urbana entre quienes poseían capital y entre quienes fueron peones y labradores de las tierras de cultivo. A simple vista podemos observar, sobre todo a partir de la década de los sesentas del siglo pasado, que hacia el norte y sur de la ciudad se construyeron fraccionamientos “residenciales”, donde habita la población con poder político y económico relacionada con el acceso a bienes y servicios de calidad; es una zona de vivienda residencial, muy bien equipada. Cuenta con la infraestructura comercial y de servicios más moderna.
Conforme avanzaban las construcciones de fraccionamientos, también avanzaban los cinturones de colonias y fraccionamientos irregulares, creando un cerco que se movía de la misma manera en que los requerimientos del sector comercial y de más fraccionamientos “residenciales”, así lo requerían. En estos cinturones habitan aquellos que pasaron de la miseria rural a la miseria urbana; los bienes, servicios y equipamiento son de deficiente calidad; y los mercados de abastos, supermercados, escuelas de nivel medio superior y superior, hospitales, áreas deportivas, seguridad, etcétera, son insuficientes, lo que genera que se dependa de los espacios de fraccionamientos o plazas comerciales para satisfacer las necesidades de la gente.
El oriente y el poniente son no sólo considerados territorios olvidados, sino los de la criminalidad, los del miedo. Según las percepciones urbanas, es ahí donde ocurren todos los delitos: extorsiones, robos, pandillas. El ambiente físico impacta e influye en la gente y en cómo se siente. Además, en esta zona se localizan soportes altamente contaminantes y generadores de riesgos como la zona industrial, Pemex, los cementerios, el centro de readaptación social y las zonas de tolerancia. Todas estas instalaciones marcan, de manera simbólica, la imagen de los distritos del oriente-poniente y afectan la plusvalía de los terrenos y viviendas, reproduciendo el ciclo de la pobreza.
En la zona del centro de la ciudad habita la población de clase media y media baja. La vivienda es de tabique y cemento y dispone de un adecuado equipamiento comercial y de servicios. La movilidad social de la ciudad está restringida al centro: es una especie de zona de todos y de nadie. El centro histórico destaca por concentrar la mayor oferta comercial y económica; es uno de los principales soportes para el intercambio, la distribución, gestión, transmisión de información y entretenimiento; también constituye el principal enlace entre las colonias de la ciudad y las tenencias y comunidades. Esta zona hace posible el funcionamiento de otras partes de la ciudad. Sin embargo, a la vez es una zona de pobreza. Desde mediados de la década de los sesentas, el centro experimentó transformaciones en el uso y funcionamiento del equipamiento urbano; muchos edificios se convirtieron en plazas comerciales, oficinas, clínicas y/o consultorios médicos y bancos, y a los que concurren buena cantidad de zamoranos a la adquisición de dichos servicios.
La separación principalmente entre las zonas del Oriente-Poniente y las demás de nuestra ciudad, supone un reflejo de las contradicciones sociales y económicas surgidas en la configuración de la ciudad. Emergentes y necesitados quedan distanciados entre sí por barreras espaciales y culturales. Unos son expulsados de las áreas centrales hacia la lejana periferia de terrenos de bajo costo; otros se encierran en residenciales privados, dentro de la ciudad o en los fraccionamientos “residenciales”, protegidos por sofisticados mecanismos de seguridad.
Aunque la división entre las zonas pobres y las que no lo son está claramente delimitada, no significa que carezcan de filtraciones. En el Oriente y en el Poniente hay terrenos que, en su momento, fueron ejido, pero que el crecimiento urbano dejó aislados, por lo que es posible encontrar junto a una gran mansión dos o tres chocitas de quienes no han vendido sus tierras.
Las disparidades socioeconómicas entre los pobladores han profundizado la segregación espacial y el creciente desvanecimiento de los vínculos sociales.
Las rupturas de carácter económico y cultural, expresadas en la división territorial, muestran claramente la separación entre el “nosotros y ellos”, así como la ausencia de espacios referenciales de construcción social y sentimiento de pertenencia. Se transita de la idea de una ciudad plural a una ciudad con fronteras interiores, donde la exclusión es una manera de estar fuera de sí misma.
Esta composición urbana propone ciertas articulaciones, las que establecen relaciones territoriales internas para la ciudad visible y límites excluyentes para los habitantes de la “otra”ciudad, la invisible, marcada por ausencia de señales que den cuenta de un proyecto común. Es así como la conformación del espacio público no facilita la percepción de un proyecto colectivo, sino las prácticas de indiferencia e individualismo, que priorizan el interés particular y no el de construir una verdadera comunidad.