Las cien promesas y la regresión política

José Antonio Crespo

Entre las cien propuestas que hizo Claudia Sheinbaum en su inicio de campaña, muchas son semejantes, si no idénticas, a las que hizo en 2018 López Obrador. Lo cual es un reconocimiento implícito de que muchas de esas promesas no fueron cumplidas, o no adecuada y cabalmente. Por eso Claudia tiene que retomarlas para, ahora sí, cumplirlas (igual se las traspasaría a su sucesor en 2030 si tampoco las cumple, para un “tercer piso”, y así). En algunos casos, aunque utiliza términos distintos, ofrece recuperar lo que AMLO destruyó, como el Seguro Popular (con otro nombre), las estancias infantiles y la escuela de tiempo completo; graves daños que hizo AMLO, y Claudia, sin decirlo explícitamente promete corregir.

Por cierto, una de las promesas que AMLO no cumplió, resolver el caso Ayotzinapa, no la retomó Claudia, lo que implica que ese fallido caso puede darse por cerrado. No lograron despejar las incógnitas que buscaban, sólo soltar a los verdaderos asesinos y pasarle la factura a Murillo Karam como trofeo a los padres de los estudiantes. AMLO dijo que, aunque en el resto del sexenio ya no se resolvería el caso, sí lo harían en el siguiente, pero Claudia no lo mencionó. Probablemente le dará carpetazo.

Pero algo que sí me llamó la atención fue la propuesta de Claudia de eliminar la reelección legislativa, lo que implicaría un retorno a los años cuarentas del siglo pasado. Recordemos que “Sufragio Efectivo, No Reelección” (que Claudia mencionó) se refería exclusivamente al Presidente, no a los legisladores. ¿Cuál es el sentido de la reelección en una democracia, ya que la gran mayoría incorpora esa figura? Crear un vínculo más directo entre el legislador y sus electores, pues él ha prometido impulsar tal o cuales temas en interés de quienes por él votan. Tendría la posibilidad y el derecho de buscar la reelección, y la decisión quedará en los electores. ¿Hizo un buen papel? Se queda. ¿No lo hizo? Se va.

Tras el asesinato de Álvaro Obregón en 1928, que había rehabilitado la reelección presidencial, se tomó la determinación de eliminarla del todo. Pero la ocasión se aprovechó para también quitar la reelección de los legisladores, que sí estaba aceptada en la Constitución de 1917. ¿Para qué? Para romper cualquier vínculo entre el legislador y sus electores, de modo que al primero no le quedara más remedio que someterse por completo a su partido, dado que, hiciera lo que hiciera, sus electores ya no podrían reelegirlo. En cambio, de obedecer a su partido, podría recibir otro cargo (de diputado a senador, por ejemplo). Fue una fórmula que usó el PRI para someter al jefe del partido (es decir, al Presidente) a los legisladores, desvinculándolos del todo de sus electores, y dejar a los legisladores como subordinados totales de su Jefe Nato.

Al menos desde los noventa, académicos y organismos civiles presionaron a los partidos para restituir esa figura. Hubo mucha resistencia, pero finalmente se aceptó en 2012. Sólo que los partidos, mañosos como son, metieron una cuña; el legislador en cuestión podría buscar su reelección sólo si el partido lo autorizaba. Es decir, fue una engañifa. Conozco casos de legisladores destacados que, por no obedecer ciegamente la línea de arriba, no se les permitió buscar la reelección (pasó con Muñoz Ledo); es decir, los partidos arrebataron de facto ese derecho de los ciudadanos. Por eso no ha funcionado.

En lugar de corregir ese desperfecto, Claudia pretende regresar a los años treinta, evidentemente para tener más control sobre los legisladores de su partido, como lo hacía el viejo PRI. Habla Morena de ir al futuro y nos está regresando a un pasado muy remoto (igual pasa con los plurinominales). Lo que habría que hacer para darle funcionalidad a la no reelección, es que cada legislador decidiera si busca o no quedarse, y dejar la última decisión a los electores, como sucede en las democracias más funcionales. Por lo pronto, queda más claro que, en materia política-electoral, el cambio es en realidad la “reversa”. (El Universal)

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