AGENDA CIUDADANA
La política informativa de The New York Times (NYT) en relación con el lopezobradorismo tiene antecedentes: las posiciones que asumió frente a los nacionalismos carrancista, callista y, sobre todo, cardenista.
Como sea, un buen indicador de la naturaleza asimétrica que ha caracterizado la nada fácil relación política de México con su vecino del norte es el escándalo desatado en estos días por un artículo de un par de periodistas del NYT donde, sin ninguna prueba sustantiva, pero con muchas insinuaciones sobre investigaciones inconclusas del gobierno norteamericano sobre supuestas relaciones corruptas del presidente de México, Andres Manuel López Obrador (AMLO) con el crimen organizado. Tras la fuerte reacción de AMLO la Casa Blanca y el embajador norteamericano en México negaron que Washington este llevando al cabo una investigación de esa naturaleza (aunque nada se dijo del pasado cuando alguna agencia, como la DEA, se hubiera aventurado a ir por ese camino). Hasta ahora el NYT ni siquiera se ha molestado en salir a defender directamente la solidez de lo publicado, pero en cambio sacó una nota anunciando que AMLO iba a enfrentarse a una acusación por haber leído integro en su conferencia mañanera un texto enviado a la presidencia donde la coautora del artículo daba a AMLO su teléfono además de unas horas para que respondiera a las insinuaciones del artículo. El texto, tan escueto como antipático tenía el tono de un ultimátum, incluía un número telefónico al que la presidencia podía responder si quería, aunque eso no detendría la publicación. Según el NYT leer públicamente un documento no solicitado ni enviado con carácter confidencial, reveló un dato de la reportera: su número telefónico personal y eso la ponía en grave peligro, aunque en estricto sentido la responsable de que ese número personal apareciera como parte de la nota fue la reportera por no haber usado el número de su oficina, el oficial.
Si bien aquí se generaron grandes olas de escándalo en un escenario de reñida competencia entre las fuerzas del viejo orden y del nuevo, en Estados Unidos apenas si se movió el agua del vaso en que ocurrió la tormenta. El NYT es un actor político de peso y experiencia tanto dentro de su país como en el exterior, pero a veces ese peso es mayor fuera que dentro de sus fronteras.
El NYT fue fundado en 1851 por un exbanquero y un político. Tras la guerra civil de ese país el diario quedó en el centro político y económico norteamericano y cuando al final del siglo Estados Unidos ingresó al selecto grupo de las “grandes potencias”, el diario neoyorquino lo hizo también captando y reflejando la opinión y posición de las élites más poderosas de la nueva potencia.
Cuando en 1910 en México la paz porfiriana fue remplazada por la violencia espectacular de la Revolución, el NYT no destacó el fenómeno al sur del Bravo, pero tampoco lo ignoró. Cuando en 1919 el senado norteamericano creó una comisión encabezada por el conservador (y corrupto, pues terminó en la cárcel) Albert Fall para investigar las políticas de Carranza, al norte del Bravo se generó una atmosfera que demandaba una posición firme frente a México; el NYT fue parte del grupo de periódicos que generaron esa atmósfera que buscaba anular la interpretación nacionalista de la constitución de 1917. A finales de 1926 de nuevo se tensaron las relaciones entre México y Estados Unidos por la misma razón y el NYT anunció la posible ruptura entre los dos países.
La expropiación de la industria petrolera en 1938 llevó al corresponsal del NYT en México, Frank L. Kluckhohn, a publicar todo un libro al respecto –The Mexican Challenge, (1939)- donde concluía que si México se salía con la suya todas las propiedades norteamericanas iban a correr la misma suerte y que la expropiación de las grandes empresas petroleras afectaba directamente el interés nacional norteamericano pues Estados Unidos y sus aliados británicos perderían el control sobre yacimientos tan importantes como los de Poza Rica. Sin embargo, si se lograba echar abajo la expropiación no solo se salvaría el petróleo, sino que se revertirían todos los cambios introducidos por la Revolución en materia de derechos de propiedad. El corresponsal del NYT definió al cardenismo como un reto formidable para Washington pues ponía en peligro no sólo el control sobre reservas importantes de petróleo sino la definición anglosajona misma del derecho a la propiedad y eso iba a contagiar al resto de América Latina. En síntesis ¡el horror!
Al parecer la herencia de Kluckhohn sigue viva y activa en el NYT, lo mismo que el espíritu arrogante que anida en los centros de poder internacionales.