Mientras vivió en casa Giuliani, con su familia, todos la llamaron con el nombre de bautismo, Orsola (ltalianización de Ursula), Más tarde, entrada a los diecisiete años en las capuchinas de clausura, tomará el nombre de Verónica. Será una de las más grandes santas en el firmamento vivo de la Iglesia, resplandeciendo en perfección cristiana, doctrina y carismas. Su luz continúa iluminando el mundo.
Nació el 27 de diciembre de 1660 en Mercatello, un pueblecito tranquilo junto al cual corre límpido el Metauro en tierras de Pésaro. Nos hallamos en las Marcas, Mercatello formaba parte entonces del Estado Pontificio.
La vida de Verónica concluirá en el monasterio de las capuchinas de Cittá di Castello, en la Umbria, el 9 de julio de 1727. Dos fechas y dos lugares bien definidos y, podemos decir, angostos para encerrar la excepcional experiencia de un alma singularmente privilegiada de Dios.
Padre y madre. Una encomienda
El padre, Francisco, es alférez de la guarnición local. La madre, Benedetta Mancini, es una mujer de casa, de profundos sentimientos religiosos. De su unión nacen siete niñas, de las cuales dos no sobreviven. Las cinco hijas quedan huérfanas de madre cuando ésta no cuenta más de cuarenta años. Antes de morir, Benedetta las reúne en torno a su cama y las encomienda a las cinco llagas del Señor. A Orsola, pequeña de siete años, le tocó en suerte la llaga del costado. Será su camino, por toda la vida, hasta el punto de fundirse con el Corazón de su Esposo, Jesús.
MONJA -CAPUCHINA
En el gozo del Espíritu
¡A los diecisiete años en un convento! Monja de clausura en Cittá di Castello.
No es posible describir la felicidad del todo espiritual que experimenta una joven en esa edad en que el corazón vive la emoción del amor -, cuando ha elegido solo a Jesús.
Quien desee comprobar de cerca ese ardor, vaya a dialogar con una de esas almas ardorosas que también hoy se encierran, jóvenes de veinte años, en las capuchinas de Mercatello o de Cittá di Castello, donde vivió santa Verónica, o en cualquier otro monasterio de su Orden.
Por vía de «comunicación» gozará de una de las maravillas más dulces del Espíritu. También ésta es comunión de los Santos.
Programa
Al comienzo de la vida religiosa estaba, pues, trazado el programa para Verónica: padecer por amor.
El sufrimiento marcará con señales profundas la vida de Verónica, en todo tiempo. El Señor la llama a «completar en su carne lo que falta a la Pasión de Cristo» en favor de toda la Iglesia. El Señor la purifica con el sufrimiento, como el oro que se prueba con el fuego. Por ese camino Jesús la asimila a sí hasta concederle la unión en el desposorio místico.
Verónica y la Pasión de Jesús
Quien no hubiera sido introducido en la comprensión de los valores cristianos, podría quedar desconcertado al leer el Diario de la Santa. Sentiría tal vez la tentación de recurrir a explicaciones de naturaleza patológica y de entrever formas de extraño masoquismo. Pero nos hallamos en esferas mucho más elevadas, donde la naturaleza obedece a la sobre naturaleza. Sólo la fe mas viva puede dar sus explicaciones.
Jesús la atrae y la quiere del todo semejante a El. Verónica experimentará en su carne la coronación de espinas, la flagelación, la crucifixión y la muerte de Jesús. Le será atravesado el corazón por la lanza y le serán impresas las llagas como señal definitiva de conformidad y de amor.
Recuerda la impresión de las llagas. Era el 5 de abril de 1697: «En un instante vi salir de sus llagas cinco rayos resplandecientes y vinieron a mí. Los veía convertirse en pequeñas llamas. En cuatro de estas habla clavos y en una la lanza, como de oro, toda rusiente, y me atravesó el corazón; y los clavos perforaron las manos y los pies». Verónica puede repetir ya con san Pablo: «He sido crucificada con Cristo».
EL CAMINO ESPIRITUAL DE VERÓNICA
El Diario: mina del Espíritu
El Diario, que Verónica nos ha dejado y en el que, por voluntad de sus confesores y superiores, nos ha descrito sus variadas experiencias místicas, está -compuesto por veintidós mil páginas manuscritas. Es una riqueza espiritual inagotable para las almas ganosas de conocer el camino de Dios.
Los santos son como senderos luminosos en el firmamento de la Iglesia; a través de ellos Dios nos indica cómo hemos de subir hasta El.
La vida cristiana alcanza su vértice en la unión con Dios. El itinerario místico, resultado de experiencias extraordinarias – a través de las cuales pasó santa Verónica – coincide de hecho con el progreso en la santidad a la cual todos estamos llamados. La perfección cristiana consiste esencialmente en la experiencia del Amor divino. El crecimiento del amor – aun el que deriva de particulares gracias de carácter místico -, si conduce al progreso efectivo de las virtudes teologales y morales, conduce a la meta común de la santidad.
Es poco menos que imposible, tratándose de Verónica, compendiar la experiencia riquísima sea de los hechos místicos vividos por ella, sea del progreso en el itinerario de las virtudes realizado en una vida espiritual de tanta intensidad, Sin embargo no podemos dejar de poner en resalto las únicas esenciales, para poder captar la admirable enseñanza, dada por Dios en beneficio nuestro por medio de ella.
La meta: llegar a ser esposa de Jesús
En el lenguaje de la perfección cristiana se emplean las expresiones más delicadas del amor humano para entender algo del amor divino.
El amor lleva al desposorio. Así ocurre con el alma. Verónica vive esta realidad espiritual del comienzo al fin de su vida.
Jesús se enamora de esta criatura, la mira con afecto, la atrae a sí y la quiere esposa suya. Se lo viene diciendo desde que tenía tres años. Con ella entabla coloquios y correspondencia, para ella expresa invitaciones y promesas, a ella va con visitas y dones.
La Santa afirma refiriéndose al periodo de su adolescencia en la familia: «Pocas veces salía de la oración sin que el Señor me dijese internamente que había de ser su esposa». Ella misma, siendo tan joven, no intuía todo lo que el Señor deseaba en seguida de ella, por lo cual le respondía con ingenuidad: «Dios mío, habéis de tener paciencia, a su tiempo tendréis todo. Entonces veréis que digo la verdad».
El momento culminante para estas promesas de amor, en su tempranísima edad, fue aquel en que recibió por primera vez la Eucaristía. Escribe: «En la primera Comunión me parece que el Señor me hizo entender que yo debía ser su esposa. Experimenté un no sé qué de particular; quedé como fuera de mí, pero no entendí nada. Pensaba que en la Comunión sucedía siempre así. Al recibir aquella santísima Hostia me pareció que entraba en mi corazón un fuego. Me sentía quemar». El día de la primera Comunión. Es el 2 de febrero de 1670. La pequeña tiene solo diez años, pero siente que su amor a Jesús se debe expresar en una ofrenda total, Es un lenguaje ya maduro y fuerte: «Señor, no tardéis más: ¡crucificadme con Vos! ¡Dadme vuestras espinas, vuestros clavos: aquí tenéis mis manos, mis pies y mi corazón! ¡Heridme, oh Señor! «
Del desposorio místico a la divinización
Todo esto se realizará. Jesús la irá conduciendo, por experiencias extraordinarias, hasta el desposorio místico, hasta la transformación y la divinización. La ascensión estará modulada por fases espirituales que los teólogos han llamado de unión suave, de unión árida y de unión activa. Mientras tanto un raudal de dones y carismas se derrama sobre ella en cada momento.
Un mensaje importante para todos. El Señor parece decir, a través de la experiencia espiritual de Verónica, que la vida de gracia es «naturalmente» todo esto, si bien misteriosamente oculto en las almas de sus fieles. Pero lo que causa maravilla es que en Verónica la realidad divina es evidente, es manifiesta, casi sin velos.
Gracias, dones y carismas
Jesús atrae a sí a Verónica y transforma, adapta y plasma su íntima constitución interior: le da un «corazón amoroso» y un «corazón herido», la hace arrimarse a su costado para darle a beber de la fuente de su Corazón divino, le comunica un plan ascético de vida y la perfecciona aun en el nombre: «Verónica de Jesús y de María».
Verónica debe beber también el «cáliz amargo»; Jesús le clava cinco dardos en el corazón junto con los instrumentos de la Pasión.
La Virgen es intermediaria de tales gracias y la reconoce como «discípula». Por intermedio de María santísima Verónica hace su consagración a Jesús. Los tres corazones – de Jesús, de María y de Verónica -se funden en uno.
En un alternarse divino de purificación y de gracias la Santa ve añadirse en su corazón otras señales, como las llamas del Amor de Dios, el sello «Fuente de gracias» y las letras VFO que corresponden a la virtudes de la Voluntad de Dios, de la Fidelidad y de la Obediencia.
Verónica, además, saboreará dos misterioso cálices: uno con la sangre de Cristo, el otro con las lágrimas de María. Revivirá, por mandato de su confesor, la Pasión de Jesús reproducida en cada uno de los tormentos.
Pero el Señor la sostiene y la conforta. Nos place mencionar aquí también alguna gracia especial con la que se siente confortada: la Virgen le concede la ayuda constante de un segundo ángel de la guarda y la consuela con una peregrinación – ¡en visión! – al santuario de la Santa Casa de Loreto.
La vida divina fluye en su alma. Se le concede la que Verónica llama «la gracia de las tres gracias»: unión, transformación y desposorio celeste. Es una gracia que, desde 1714, recibe cada vez que se acerca a la sagrada Comunión y diviniza cada vez más su espíritu.
Es ya la «Verónica de la voluntad de Dios. Hija y profesa de María santísima».
Identificada con María santísima
Las páginas de Verónica que se refieren a los aspectos marianos de su vida son de las más bellas y significativas por lo que hace al camino espiritual de ella y de todo cristiano. Contienen doctrina y práctica luminosa y se imponen a la atención de cualquiera que reconozca la importancia de la consagración a la Virgen como medio de la más alta perfección,
Escribe: «Paréceme que, en ese momento, la santísima Virgen se ha transformado a sí misma en mí; pero para hacer entender esto no hallo modo de declararlo, ya que mi alma se ha hecho una misma cosa con María santísima, del modo que yo experimento cuando recibo la gracia de la transformación de Dios con el alma y del alma en Dios».
«El Amor se ha dejado hallar»
Acompañada en el camino de la perfección por la presencia continua de la Virgen, que la llama «corazón de mi corazón» y «alma de mi alma», Verónica transcurre los últimos años de su vida en unión constante con Dios. Declara ella misma: «Cuando Dios me concede las dos gracias de la unión y de la transformación, éstas son las mismas que gozan las almas bienaventuradas allá en el paraíso. Gozan de Dios en Dios; y es un continuo convite de amor con amor».
Verónica recibe el don de ser confirmada en la gracia santificante, por lo que repite llena de gozo: » ¡Eternamente! ¡eternamente!». Puede afirmar: «El amor ha vencido y el mismo amor ha quedado vencido».
Es ya el paraíso. Pero es preciso dejar esta vida, es preciso poner punto final. La Virgen, que en los últimos años le ha dictado el Diario, le sugiere estas simpáticas palabras que ella transcribe fielmente; «Pon punto». Es el 25 de marzo de 1727, fiesta de la Anunciación del Señor.
El 6 de junio, en el momento de la santa Comunión, Verónica sufre un ataque de hemiplejia. Desde entonces transcurren treinta y tres días de un triple purgatorio: dolores físicos, sufrimientos morales y tentaciones diabólicas, como lo había predicho.
Al alba del 9 de julio, recibida la obediencia de su confesor para poder dejar este mundo, vuela al encuentro con Dios.
» ¡El Amor se ha dejado hallar! » Son sus últimas palabras dichas a sus hermanas. Así terminó su padecer por amor y comenzó su paraíso.
La Iglesia la declaró Beata en 1804 y Santa en 1839. Hoy quien ha tenido la gracia de conocer de cerca a santa Verónica Giuliani – a través de la lectura del Diario, de las Relaciones y de las Cartas – abriga la esperanza de que en la Iglesia se le reconozca, además de la santidad, ese magisterio espiritual que resuma de todos sus escritos y se halla confirmado por una excepcional vida mística.
Verónica figura de hecho entre los grandes maestros de la perfección que iluminan y guían al pueblo cristiano. (Fuente: Catholic.net)