Morir no es un simple acontecimiento crudo. Se trata, a diferencia del mundo vegetal y animal, de un fenómeno misterioso, sí, pero pleno de significados. Más allá de la descripción científica de la muerte, morir tiene una correlación indisoluble con la vida. Es por eso que, en la vida del ser humano, a cada minuto se tiene la conciencia de que existe la posibilidad de perderla.
Desde que se tiene conciencia, poco a poco, al igual que a la vida, también se le va buscando a la muerte algún significado. Como que no le hallamos sentido a morir por morir, a morir ‘así nomás’. De hecho, pensando en la muerte, sobre todo en la muerte propia, persiste el intento de encontrarle, de atribuirle un sentido de trascendencia. No sólo se muere por algo, sino que no puede evitarse el anhelo de que la muerte sea para algo.
Tener conciencia de nuestra propia muerte conlleva una serie de crisis concatenadas en la vida de las personas. Crisis que generan angustia, sí, mas también el anhelo del inicio de una etapa nueva. Nunca, como sinónimo de fracaso. Para el ser racional, la muerte debe de tener alguno o más significados. Por ejemplo, para Carl von Linneo (1707-1778), la muerte constituye el necesario equilibrio entre el nacimiento, la propagación y el aniquilamiento. Lamarck (1744-1829) la sitúa como algo inherente a la limitación necesaria del ser vivo: no hay vida sin muerte.
Para Freud (1932-1936) la religión le aporta un triple sentido: saber su por qué y su para qué, asegurar un final positivo que calme la angustia e impartir normas morales de cómo comportarse en vida para que ésta trascienda. En ese sentido, Pablo asegura que la resurrección de Cristo asegura la resurrección de los cristianos (1 Co 15,14). Si no fuera así, nuestra fe en nosotros mismos, nuestra fe en la vida y nuestra fe en nuestro Creador carecerían de sentido.
De ahí la importancia capital de este domingo, el más importante del año para los cristianos: la muerte no es sino un paso. O como reza el prefacio I de la Misa de Difuntos: “porque la vida de los que en ti creemos, no termina, sólo se transforma. Y al deshacerse nuestra morada terrenal es porque se nos prepara una mansión eterna en el Cielo”.