Es el título (en ruso) de un viejo libro sobre la batalla de Stalingrado escrito por el alemán Theodor Plievier. Guerra, es lo que promete el presidente ratificado una vez más, Vladímir Putin. Al agradecer brevemente al pueblo ruso por su confianza y confirmación de que sigue el buen camino, Putin dijo: “Marchamos juntos, de la mano, lo que nos hace realmente más fuertes, no con palabras, sino con hechos” En ese mismo día 18 de marzo, los canales televisivos que celebraban la “abrumadora victoria” del Poderoso, repetían que la guerra contra Ucrania es la respuesta “a la agresión de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, por el intermediario neonazi del gobierno de Kiev que pretendía aniquilar la población de origen ruso del este y del sur de Ucrania”. Recientemente, Putin mencionó que la reconquista de Ucrania podría no limitarse a Crimea y a los distritos anexados, sino alcanzar la provincia y la gran ciudad de Kharkiv. En su primer círculo se menciona también la posibilidad de “liberar” a los rusos de Estonia y Letonia, “Estados que no existen”. En cuanto a Putin, evocó de nuevo la posible utilización de armas nucleares.
A la luz de los últimos acontecimientos ¿cómo interpretar las declaraciones repetidas del presidente francés, Emmanuel Macron, sobre un posible enfrentamiento directo entre fuerzas europeas y fuerzas rusas? Eso significaría la guerra abierta entre Rusia y la OTAN; el “fin de la hipocresía occidental”, comenta el portavoz del Kremlin, “porque, en realidad, los Estados Unidos nos hacen la guerra”. Macron evoca la posibilidad de una victoria rusa sobre Ucrania e intenta convencer a los franceses que su interés vital es defender a Ucrania, sin excluir ninguna medida. Para él, una hipotética, pero posible, victoria rusa amenazaría inmediatamente a uno, dos, tres países de la OTAN, lo que obligaría los miembros de la Alianza del Atlántico Norte a aplicar el artículo 5 del pacto: defensa colectiva si uno de los aliados es atacado.
Macron, obviamente ha cambiado de opinión. ¿La paloma se volvió halcón? No hasta el punto de llamar a la guerra, pero recuerda que, en los días que precedieron la guerra relámpago de agosto 2008, contra Georgia, nadie tomaba en serio las amenazas y las maniobras militares rusas en la frontera de este país. Los “especialistas”, después del hecho, estimaron que el caso era “singular”, que no volvería a pasar; pensar que no tendría repercusiones en Ucrania era una ridiculez. En febrero de 2014, poco antes de la anexión de Crimea y del inicio de la guerra en el Donbas, los mismos observadores veían en los movimientos de tropas rusas, un teatro para negociar en posición de fuerza. En febrero de 2022, cuando el presidente Biden, bien informado, anunció la invasión de Ucrania, fue ridiculizado como una víctima de “la histeria anti-rusa”.
Macron constata que analistas y políticos occidentales se equivocaron cada vez; no querían ver la realidad, como muchos franceses, muchos europeos hoy, los que creen que su alejamiento geográfico de Ucrania los protege: Francia, España, Italia en particular, mientras que los países del frente, Polonia, los tres baltos, los tres escandinavos y Finlandia se preparan para lo peor.
Macron que se vanagloriaba de tener buenas relaciones con Putin, de tener su confianza, sabe que Putin piensa que la OTAN es un “tigre de papel”, a pesar de que sabe que el tigre de papel tiene dientes atómicos. Sabe que la industria militar rusa trabaja al cien por ciento, mientras que la de Europa no ha despertado (con la excepción sueca, país que abandonó su neutralidad para entrar hace poco a la OTAN), sabe que las fuerzas europeas de la OTAN, sin la participación militar de los EEUU, no resistirían más de unos días: faltan soldados, falta material. Es cierto que Inglaterra y Francia disponen del arma nuclear, pero ¿se atreverían a usarla?
El mensaje de Emmanuel Macron es muy claro: para que Vladímir Putin no tenga la tentación, después de vencer a Ucrania, de subir las apuestas y atacar a Europa, hay que apoyar a Ucrania a fondo, hay que impedir una victoria rusa.
Historiador en el CIDE