Nunca está de más recordar lo que mencionamos la semana pasada en el sentido de que San Paulo VI, en la audiencia general del 15 de noviembre de 1972, enfatizaba: “¿Cuáles son hoy las necesidades mayores de la Iglesia? No les suene como simplista, o justamente como supersticiosa e irreal nuestra respuesta; una de las necesidades mayores es la defensa de aquel mal que llamamos demonio”. La nefasta presencia de la mentira y la impunidad que se han enseñoreado de nuestra realidad, nos obliga a estar atentos y, aunque en ciertos momentos nos parezca imposible, no permitir que el mal siga avanzando como esa marea negra de petróleo que, derramada en el mar, contamina y asesina todo lo que toca. La semana que terminó ha sido una de las más nefastas en nuestra historia pues siguen aumentando los homicidios dolosos, el gobierno formalizó sus maquinaciones para robar el dinero de los ahorros de miles de trabajadores, se atentó contra la ley de amparo, que hasta ahora ha sido modelo para otros países con auténticas democracias y, finalmente, se quiere dar al presidente el poder de decidir, cual rey absoluto, a quién se le otorga una amnistía. ¿Hasta dónde llegaremos? ¿Qué más debemos soportar para que reaccionemos?
San Pablo VI, se adelantó a la desoladora situación que ahora sufrimos e insistía: “He aquí, pues, la importancia que adquiere el conocimiento del mal para nuestra justa concepción cristiana del mundo, de la vida, de la salvación. Primero, en el desarrollo de la historia evangélica, ¿quién no recuerda, al principio de su vida pública, la página densísima de significados de la triple tentación de Cristo? Y después, en los múltiples episodios evangélicos, en los cuales el demonio se cruza en el camino del Señor y figura en sus enseñanzas (cf Mt 12, 43). ¿Y cómo no recordar que Cristo, refiriéndose al demonio en tres ocasiones como a su adversario, lo denomina «príncipe de este mundo»? (Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11). Y la incumbencia de esta nefasta presencia está señalada en muchísimos pasajes del Nuevo Testamento. San Pablo lo llama el «dios de este mundo» (2 Co 4, 4), y nos pone en guardia sobre la lucha a oscuras que nosotros cristianos debemos mantener no con un solo demonio, sino con una pluralidad pavorosa”.
El maligno pretende ganar la batalla cuando presenta la mentira como si fuera un bien, como cuando alguien dogmatiza que “México está mejor que nunca” o “que es falso que si no se trabaja no se puede tener un buen nivel de vida”. Por razones obvias, quienes así lo proclaman, no quieren que el pueblo -engañado y sometido-, se dé cuenta de sus acciones tramposas y fraudulentas. Porque, siendo fieles a la enseñanza de San Pablo VI, nos damos cuenta de que “se trata no de un solo demonio, sino de muchos, como diversos pasajes evangélicos nos lo indican (cf Lc 11, 21; Mc 5, 9); pero uno es el principal: satanás, que quiere decir el adversario, el enemigo; y con él muchos, todos, criaturas de Dios, pero caídas –porque fueron rebeldes– y condenadas (cf DS 800-428); todo un mundo misterioso, revuelto por un drama desgraciadísimo, del que conocemos muy poco”. Como solemos repetir “no hay peor ciego que quien no quiere ver”. Siguen asesinando mujeres indefensas, se abandonan cadáveres mutilados a lo largo de nuestras carreteras, muchos mueren o, por falta de medicinas o por exceso de fentanilo. La posibilidad de sufrir agresiones, secuestros, extorsiones, es cada vez más real. Los valores más elementales se corrompen. Y todo eso, no es otra cosa que el imperio del mal que quiere seguir tiranizándonos.
Al enemigo le conviene someter a todo un país avasallándolo con división y falsas promesas que no se pueden sostener. Nosotros estamos obligados a reaccionar para reconocer quién miente y quién defiende la verdad porque, en palabras del Santo Padre: “el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos también que este ser oscuro y perturbador existe de verdad y que con alevosa astucia actúa todavía; es el enemigo oculto que siembra errores e infortunios en la historia humana. Debemos recordar la parábola reveladora de la buena semilla y de la cizaña, síntesis y explicación de la falta de lógica que parece presidir nuestras sorprendentes vicisitudes: «Inimicus homo hoc fecit» (Mt 13, 28). El hombre enemigo hizo esto. Él es «el homicida desde el principio… y padre de toda mentira», como lo define Cristo (cf Jn 8, 44s); es el insidiador sofístico del equilibrio moral del hombre. Es el pérfido y astuto encantador, que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de los desordenados contactos sociales en el juego de nuestro actuar, para introducir en él desviaciones, tanto más nocivas cuanto que en apariencia son conformes a nuestras estructuras físicas o psíquicas o a nuestras instintivas y profundas aspiraciones”.
Domingo 28 de abril de 2024.