P. Jaime Emilio González Magaña, S. I. // ¡BASTA YA DE MENTIR!

¿Cuál es el diagnóstico que, como cristianos, hacemos de la situación que vive nuestro país? ¿Cómo reaccionamos ante la terrible probabilidad de acostumbrarnos a la mentira sin reaccionar ante un sentimiento generalizado de decepción, frustración y miedo al futuro? ¿Somos conscientes de que, a la fecha, hay más de 180,000 muertos, víctimas de los cárteles de la droga o de los militares? Aun cuando es evidente la manipulación de los datos oficiales, todo indica que aumentan los miles de desaparecidos y que cada día se descubren más fosas clandestinas. Se incrementan los secuestros de gente inocente o el reclutamiento forzado de migrantes cuyo único crimen es su deseo de llegar al poderoso país del norte con el famoso “sueño americano” para mejorar su calidad de vida y en el que encuentran la humillación, el desprecio y, muchas veces, la muerte. ¿Y qué decir cuando se afirma que vivimos en un narcoestado? ¿Y el poder absoluto del Ejército? ¿Y los feminicidios? ¿Y el desastre ecológico y la falta de agua? ¿Y los furibundos ataques que pretenden destruir al Poder Judicial y al INE, único residuo que podría garantizar unas elecciones verdaderamente democráticas?

Nos ayudaría mucho recordar que, en la audiencia general del 15 de noviembre de 1972, San Paulo VI enfatizó: “¿Cuáles son hoy las necesidades mayores de la Iglesia? No les suene como simplista, o justamente como supersticiosa e irreal nuestra respuesta; una de las necesidades mayores es la defensa de aquel mal que llamamos demonio”. Si, aunque es por demás evidente que la luz de la fe nos impulsa a descubrir la belleza de la vida humana que, la creación, la obra de Dios, es una enorme manifestación de su sabiduría y de su poder, también es innegable la presencia del mal. Por más que creamos en nuestra redención, la de Cristo, de nuestra salvación, con sus tesoros estupendos de revelación, de profecía, de santidad, de vida elevada a nivel sobrenatural, de promesas eternas (cf Ef 1, 10), es, asimismo, cierto que el mal se ha enseñoreado de nuestra vida y de nuestras acciones, como lo he indicado al principio.  

El Papa nos invitaba a profundizar nuestra visión cristiana del cosmos y de la vida que es y debe ser optimista. Y esta visión justifica nuestra alegría y nuestra gratitud de vivir con las que, al celebrar la gloria de Dios, cantamos nuestra fidelidad. Sin embargo, añadía: “¿Pero es completa esta visión? ¿Es exacta? ¿Nada nos importan las deficiencias que existen en el mundo? ¿Los desajustes de las cosas respecto de nuestra existencia? ¿El dolor, la muerte, la maldad, la crueldad, el pecado; en una palabra, ¿el mal? ¿Y no vemos cuánto mal existe en el mundo? ¿Especialmente cuánto mal moral, es decir, simultáneo, si bien de distinta forma, contra el hombre y contra Dios? ¿No es éste acaso un triste espectáculo, un misterio inexplicable? ¿Y no somos nosotros, justamente nosotros, seguidores del Verbo y cantores del Bien, nosotros creyentes, los más sensibles, los más turbados por la observación y la experiencia del mal? Lo encontramos en el reino de la naturaleza, en el que sus innumerables manifestaciones nos parece que delatan un desorden.

Después lo encontramos en el ámbito humano, donde hallamos la debilidad, la fragilidad, el dolor, la muerte; y algo peor, una doble ley opuesta: una que desearía el bien, y otra, en cambio, orientada al mal; tormento que San Pablo pone en humillante evidencia para demostrar la necesidad y la suerte de una gracia salvadora, es decir, de la salvación traída por Cristo (cf Rm 7) […]. Encontramos el pecado, perversión de la libertad humana, y causa profunda de la muerte, porque es separación de Dios fuente de la vida (Rm 5, 12); y, además, a su vez, ocasión y efecto de una intervención en nosotros y en el mundo de un agente oscuro y enemigo, el demonio”. Cada vez me convenzo más de que es imprescindible que desenmascaremos y denunciemos el mal que nos rodea antes de que nos destruya como pueblo y como sociedad. Porque, como enfatizaba San Paulo VI: “el mal no es solamente una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y perversor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niega a reconocer su existencia; o bien quien hace de ella un principio que existe por sí y que no tiene, como cualquier otra criatura, su origen en Dios; o bien la explica como una pseudorrealidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias. El problema del mal, visto en su complejidad y en su absurdidad respecto de nuestra racionalidad unilateral se hace obsesionante: constituye la más fuerte dificultad para nuestra comprensión religiosa del cosmos”.

Domingo 21 de abril de 2024.

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JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA

RP Jaime Emilio González Magaña, sacerdote jesuita que radica en Roma.

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