Diez madres que hicieron historia con dignidad, fidelidad y coraje

Las mamás cuyo amor rebasó fronteras, fueron fieles a sus principios siempre con dignidad y valientes al grado de tomar las armas y morir defendiendo sus tierras y los derechos de sus hijos.

Texto: Heidi Araceli Ramírez Cisneros y Mario Alberto Trillo Corral

Madre amorosa que no conoció fronteras

Continuando con las historias sobre madres que hicieron historia, veremos lo ocurrido tras el arribo de la legión extranjera francesa a suelo mexicano, en abril de 1863 para apoyar al ejército francés en su intervención en nuestro país. Fue durante esta guerra que surgieron verdaderas heroínas quienes siempre tuvieron presente la bondad, la valentía de una madre y el deber hacia la patria.

El 30 de abril de 1863, la comunidad de Camarón de Tejeda, en Veracruz, marcaría para siempre a los legionarios y es la fecha más importante que la legión conmemora, a tal grado que han suspendido batallas enteras para recordar a sus héroes de aquel día, tal como lo refiere el libro La Legión de Erwan Bergot.

Podemos decir que entre los sesenta hombres que se enfrentaron a todo un ejército estaban representadas todas las naciones de Europa. Después de once horas de reñido combate sólo cinco legionarios podían continuar en pie de lucha contra los mil quinientos soldados mexicanos al mando del general y gobernador de Veracruz, Pablo Milán.

El comandante de aquel grupo extranjero por ocho días fue curado y tratado como un verdadero hijo en la casa de la señora Juana Marrero y ayudó a bien morir al capitán Modet, quien en sus últimos momentos de vida escribió: “Dejé a mi madre en Francia y encontré otra en México para morir en sus brazos, madre mía mándame tu bendición”.

A la señora Juana o “Mamá Juana” como fue bautizada y conocida por los legionarios no le importó la Ley Juárez y pudo más su instinto de madre que el miedo de sufrir el peso de la justicia.

Fue ella quien cerró los ojos de aquel extranjero al mismo tiempo que le dedicaba una oración y entre lágrimas dijo a los cielos: «Dios te Bendiga, hijo… Donde quiera que vayas», volviendo a repetir la misma oración que le dedicó a sus hijos Guadalupe Salome de 11 años de edad cuando murió en 1859 y a José Francisco quien falleció en 1860 a los 4 años.

“Mamá Juana” procreó más hijos con su esposo, con quien contrajo matrimonio en 1847, ellos fueron: José Luis quien nació en 1852, María Josefa Modesta nacida en 1856, su hija Isabel Filomena quien llegó a este mundo el 14 de julio de 1859, por mencionar solo algunos de los trece hijos que tuvo.

Dos años después, un oficial extranjero recogió del campo de batalla a un hermano de la señora Juana, Manuel Marrero, quien luego de un cruento combate contra los franceses quedó en estado agonizante. En un gesto de humanidad, y a manera de reconocimiento por lo que hizo ella con sus compatriotas franceses, el oficial lo llevó a la casa de “Mamá Juana” para que cuidara de su familiar y cerrara sus ojos.

Faustina Flores y Francisco Marrero fueron los padres de Juana Agustina Marrero Flores, quien nació el 29 de agosto de 1820 en Córdoba, Veracruz, y su retrato se exhibe en el Museo de La Legión Extranjera en París, Francia; de hecho, es una de las piezas más importantes y junto a la imagen se encuentra el escrito del capitán que murió en los brazos de tan grande dama.

La señora Juana perdió la vida de un infarto el 11 de septiembre de 1894 a sus 66 años. Ella se robó con amor el corazón de todo un ejército extranjero y a la fecha cada 30 de abril, los legionarios le rinden homenaje en su tumba y no olvidan que todos encontraron en ella a una madre.

La tierna y fiel mujer que fue como una madre para Felipe Ángeles

Dolores Romero de Revilla, mejor conocida como Dolores Revilla por el apellido de su esposo, nació en Río Florido, hoy Villa Coronado, Chihuahua, en 1877. Se trasladó a la capital del estado con su familia cuando tenía 19 años.

En Chihuahua conoció a Leonardo Revilla Siqueiros y se casó con él, como fruto de ese matrimonio nacieron: Manuel, Carmen, Esther, María, Leonardo y Rafael (“Nayo Revilla”, notable deportista del baloncesto).

El matrimonio tenía una sastrería en el centro de la ciudad capital a la cual acudía periódicamente Abraham González Casavantes a “probarse y adquirir trajes”, pero en realidad se reunía con ellos y otros jefes simpatizantes para intercambiar estrategias sobre el movimiento revolucionario al mero estilo de las tertulias organizadas por don Miguel Hidalgo.

Además dejaba mensajes para ser trasmitidos, los cuales eran depositados en bolsillos de doble fondo en los sacos -confeccionados por el matrimonio- que llevaban los mensajeros a distintas partes del Estado.

González Casavantes influyó en que Dolores Revilla se animara a ser parte de Primer Club Antirreeleccionista Femenino en la ciudad, por lo que en 1909 contribuyó en la formación del Club Sara Pérez de Madero fungiendo como secretaria, según lo relata el periódico de la época “El Padre Padilla”.

La señora Revilla y su marido iniciaron una sincera amistad con el general Felipe Ángeles Ramírez asistiéndolo ocasionalmente en su hogar, por tal acto Ángeles consideraba a Dolores como una madre al hacerlo sentir como en casa.

Cuando Ángeles fue aprehendido, en 1919, en el Teatro de los Héroes de la ciudad de Chihuahua, se integró un Consejo de Guerra para el proceso del juicio del general y, a pesar de que Dolores en compañía de otras damas abogaron por su liberación sin obtener éxito, ella pidió al general Ortega “encargarse de preparar y llevar a Ángeles los alimentos el tiempo que se desarrollara el juicio”, ya que temía que su gran amigo fuese envenenado, solicitud que le fue concedida.

Al enterarse Dolores y su familia del veredicto emitido de fusilamiento, solicitaron el permiso para que les permitieran llevarse el cuerpo del general Ángeles a su casa para ahí ser velado y luego sepultado.

Pasado el fusilamiento, el cuerpo fue reclamado por Dolores y llevado hasta la finca de la calle Morelos, casi esquina con Avenida Ocampo, para ser velado. En la casa colocaron un moño negro en la fachada en señal luto.

El gobernador en turno al ver la gran manifestación del duelo, luego de un polémico juicio que trascendió a niveles internacionales -y nada simpatizante del Villismo-, envió una comitiva con la orden:

“Que se quite el luto, se cierren puertas y ventanas”, Dolores al ver el rigorismo del mensajero le respondió: “Dígale por favor al gobernador que en mi casa yo hago lo que me viene en gana, que ni quito el luto, ni cierro puertas, ni tampoco ventanas ah y dígale que si le tiene miedo a Villa yo soy REVILLA” quedando el mensajero atónito y retirándose incómodamente la comitiva del domicilio al ver el aplomo con que la mujer había dado respuesta a la máxima autoridad del Estado.

El 22 de noviembre de 1941, un grupo de la extinta División del Norte, al trasladar los restos del general Felipe Ángeles a su lugar de nacimiento, entregó a Dolores una medalla y un pergamino que decía: “Por sus meritorios actos de humanidad y civismo durante la época de la Revolución Mexicana”.

Por esta razón, si usted visita el Palacio de Gobierno de Chihuahua verá que Dolores Romero de Revilla es la única mujer que aparece plasmada en primer plano en los murales de este lugar bajo el pincel del maestro Piña Mora.

Dolores Revilla perdió la vida el 16 de julio de 1945.

La digna madre muralista

Considerada la iniciadora del movimiento muralista femenino en el país, Aurora Reyes Flores vio la luz en Parral Chihuahua el 9 de septiembre de 1908. Sus padres fueron el ingeniero y capitán León Reyes, su madre Luisa Flores Arnaud y su abuelo, un gran personaje del Porifirismo, el general Bernardo Reyes.

Debido al movimiento revolucionario Aurora y su familia tuvieron que irse a radicar a la Ciudad de México al barrio La Lagunilla, en la cual la niña y su madre hacían pan ranchero y quesadillas para recabar recursos.

En la Escuela Nacional Preparatoria conoció a Frida Kahlo y Diego Rivera logrando entablar con ellos una gran amistad. Fue Diego Rivera quien la acercó al Movimiento Muralista y quien la invitara a integrarse al Partido Comunista Mexicano.

Aurora estuvo casada con Jorge Godoy, considerado el “Oscar Wilde” de la época, iniciando con él una familia en la que procrearon a Héctor y Jorge. Fue a sus 18 años que se convirtió en madre de su primer hijo y cinco años más tarde del segundo.

En 1927, la SEP la nombró profesora de Artes Plásticas para trabajar en escuelas primarias y, en 1941, también lo hizo el Departamento de Bellas Artes. Ganó un concurso que le dio la oportunidad de pintar su primer mural al cual tituló Atentado a las Maestras Rurales.

El mural representa a una maestra rural siendo golpeada y arrastrada por guardias rurales, uno con billetes en la mano y otro con un rifle, el cual tiene un escapulario en el cuello. Los alumnos de la maestra observan la escena.

Aurora fue la Primera Mujer Muralista Mexicana. Realizó 7 murales, todos en la Ciudad de México.

Durante el movimiento estudiantil del 68 prestó las instalaciones de su estudio para que ahí se elaboraran las mantas, pancartas y carteles que se utilizarían durante las marchas del 2 de octubre.

Aurora fue protectora y mentora de Luis Echeverría Álvarez en su juventud, al paso de los años cuando éste asume la presidencia de México, acude hasta la puerta del estudio de la artista para ofrecerle la Dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes, tal ofrecimiento hizo fruncir el ceño de Reyes y tajantemente le respondió “Mi respuesta es NO, yo no hago trato con asesinos”.

Este hecho le valió ser vetada en el sexenio echeverrista e, incluso, que su obra no fuera reconocida como la de otras y otros artistas de su época. Destacan sus poemarios Humanos Paisajes y Madre nuestra la Tierra y también Estancias en el Desierto.

En 1977 se subió por última vez a los andamios a la edad de 69 años para pintar su último mural en Coyoacán. Aurora Reyes Flores fue mamá, maestra, muralista, escritora, poeta y activista.

Falleció el 26 de abril de 1985 a los 76 años. Increíble pensar que una mujer descendiente de una familia ilustre del régimen porfirista terminó sus días siendo una auténtica hija de la revolución mexicana.

La valentía de las madres de Tomochic

Entre 1891 y 1892 se registró la llamada Rebelión de Tomóchic, un poblado de la Sierra Madre Occidental en el Estado de Chihuahua. Los pobladores estaban cansados de los constantes abusos de los caciques locales e inconformes decidieron hacerles frente.

Mujeres y madres de Tomóchic fueron pieza clave durante el ataque, ya que durante 10 días el pueblo resistió los embates desde la iglesia y una finca llamada “El Cuartelito”. Fueron ellas las que defendieron con su vida cada centímetro cuadrado del pueblo que las vio nacer, el cual defendieron a lado de sus maridos por ideales de libertad y derrocamiento del régimen porfirista.

Entre las mujeres defensoras a capa y espada estuvieron: Felícitas Villarreal, Ma. Dolores Rodríguez, Clara Calderón, esposa de Manuel Chávez, Antonia viuda de Medrano y Trinidad Mendías, esposa del líder tomochiteco Cruz Chávez.

Un grupo de mujeres y madres de familia lucharon desde la iglesia del pueblo contra los invasores, algunas de ellas murieron abatidas por los primeros disparos, otras más quemadas entre las llamas que los federales provocaron al incendiar la iglesia.

Algunas madres de familia y sus hijos alcanzaron a salir por una ventana que estaba algo alejada del nivel de piso, por donde saltaban convirtiéndose en blanco fácil, por lo que ese hueco de escape quedó bloqueado por cadáveres.

Fue justo después de que la puerta principal se quemó por completo, cuando pudieron salir despavoridos las y los pocos sobrevivientes que estaban en el interior de ese horno en llamas.

Clara Calderón -cuñada de Cruz Chávez- fue una de las mujeres que luchó a lado de su esposo Manuel, ayudando a organizar a otras damas para recargar rifles e integrarse a disparar en contra del enemigo.

Se considera que pusieron en jaque a cerca de mil 200 soldados federales cuando los tomochitecos apenas alcanzaban los 100 participantes. En este panorama quedaron trágicamente derrotados los rebeldes, vivieron sólo ancianos, mujeres y varios niños, algunos de ellos huérfanos de padre y madre.

Con el paso del tiempo, las madres y mujeres lograron sobreponerse a sus pérdidas, vencieron las adversidades y sacaron adelante a sus hijos, mismos que se encargaron de repoblar aquel serrano lugar.

Flores de amor para sus hijos

Lo más lejos que llegó en México el ejército francés fue a Chihuahua. La capital estatal se declaró en estado de sitio por el general Auguste H. Brincourt. El día 15 de septiembre de 1866, cerca de 20 jóvenes, entre los 14 y 17 años del Instituto Científico Literario, se reunieron en la iglesia donde estuvo sepultado el cuerpo del cura Miguel Hidalgo y, a escondidas del ejército invasor, festejaron a su manera el día de Independencia de México.

Extendieron la bandera nacional y gritaron vivas a los héroes nacionales. Los festejos de estos jóvenes continuaron hasta pasada la medianoche y como era de esperarse, el ejército invasor los detuvo por el delito de rebelión y los encerró en celdas que parecían verdaderos calabozos, donde los trataron de la peor manera y en condiciones denigrantes.

El general Brincourt ordenó una pena de cárcel de varios meses a estos jóvenes, quienes sólo quisieron honrar a los héroes nacionales. Cuando las madres de aquellos muchachos escucharon la injusta sentencia de cárcel para sus hijos por dos días estuvieron insistiendo al general que los dejara libres.

Después de tantas súplicas de estas mamás chihuahuenses, el general Brincourt dio revés a la orden, pero con una condición:

“Se les perdona la condena de cárcel, pero como humillación y escarmiento a la población, tendrán que barrer la calle Real», hoy calle Libertad y que se ubica en el corazón del centro histórico de Chihuahua.

Pues las mamás, con esa ternura e instinto de protección, arriesgaron sus propias vidas y vigiladas solamente por el silencio de la noche, y en un hecho heroico digno de recordar como lo estamos haciendo en este escrito, fueron ellas las que a escondidas barrieron la calle para que sus hijos no sufrieran aquella humillación.

No conformes con solo limpiar la calle de basura y de estiércol de caballos juntaron flores de casas, jardines, del río, de donde pudieron.

A la mañana siguiente cuando sus hijos salieron de la prisión con sus escobas, ¡qué gran sorpresa se llevaron!, en la calle solo había pétalos de flores que sus madres habían esparcido por toda la calle para que sus hijos barrieran flores y no basura. Fue tanta la emoción de esa mañana que la gente entre vivas y aplausos recogía las flores del suelo y se las aventaban a aquellos jovencitos.

El general francés no pudo ocultar su enojo y ordenó que la población fuera retirada de la calle y fue derrotado en su ego por el amor de las mamás de Chihuahua. Aquellas que barrieron la calle, no por odio a los franceses, sino por amor a sus hijos.

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