Nadie imaginó que López Obrador utilizaría la catástrofe en Acapulco para hablar de sus adversarios políticos o para ponerse a atacar a los medios.
Una de las graves tareas de un gobierno en una tragedia como lo ha sido Otis o como lo han sido los terremotos en la CDMX es la de dar información de manera rápida y concisa y poniendo por delante siempre la verdad. Es tan importante como organizar la ayuda humanitaria.
Los medios de comunicación también entran en una zona muy delicada respecto de sus fuentes e informaciones, lo que hacen público y lo que discriminan. Tan delicado resulta ocultar como inventar o dar notas sin sustento. No sólo se trata de su credibilidad como periodistas y medios, sino del hecho de jugar con el desastre que se cierne sobre miles de personas.
Por eso hay que ver con buenos ojos el esmero de diversos medios de comunicación en tratar de dar notas que constaten ellos mismos. En estas épocas de información acelerada también la mentira, el engaño deliberado, la propaganda y la mala fe se hacen presentes. Las desgracias nunca vienen solas y en estos casos suelen traer sus aves carroñeras. En este caso de Acapulco una de las más ruines y que ya tiene tiempo asentada en la zona es el crimen organizado. Hoy, con mayor razón, estará volando en círculos sobre la desgracia generalizada. No son los únicos, pero sí los más peligrosos.
Por supuesto están los buitres de la grilla, los que creen que a fuerza sacarán agua para su molino convirtiendo encaramados en la desdicha ajena. Pero esos son contados, se dan a notar de inmediato y por lo general son rechazados rápidamente. Lo cierto es que en México hemos tenido calamidades naturales periódicamente. Cada gobierno tiene por lo menos un par que llevar a su historia. Ya sabemos que primero tienen que llegar los contingentes del Ejército y la Marina, que deben organizar la ayuda y poner orden donde hay una natural anarquía como consecuencia de la tragedia. Después tenemos el esfuerzo de la sociedad, que normalmente adquiere proporciones mayúsculas acorde a la dimensión del desastre; también empresas, cámaras y agrupaciones de ayuda y vinculación internacional. Eso lo hemos visto en huracanes y sismos, sin importar el partido en el poder.
Lo que no nos había tocado era tener un presidente en el papel de buitre mayor. Nadie imaginó que el Presidente utilizara los primeros días de la catástrofe para hablar de sus adversarios políticos o para ponerse a atacar a los medios de comunicación. Es él quien hace rapiña política, es él quien, sin ningún pudor, pretende hacer un megáfono político de una desgracia provocada por la naturaleza. Se entiende que los presidentes en las calamidades se convierten en figuras fuertes, en asideros de esperanzas porque son quienes cuentan con recursos y posibilidades. De ahí que su palabra y sus acciones cobren un sentido relevante para quienes están padeciendo. Dedicarse a promover mediáticamente grilla barata y adjetivos en contra de un grupito de sus enemigos es deleznable. Dejarse ir contra medios de comunicación porque no hacen y dicen lo que él quiere y como lo quiere es también una muestra de su afán de controlar todo lo que sucede, lo que es imposible. Mantener y crecer un pleito con otro poder –como lo es el Poder Judicial– resulta verdaderamente ofensivo y fuera de lugar. La desgracia le es ajena, él sigue en lo suyo: el pleito eterno.
Por más que se diga una y otra vez, desde casi el inicio de su gobierno, de su distancia, por más que repitamos de su narcisismo –como lo hice en este espacio el lunes pasado–, no deja de sorprender que, en plena desgracia, en vez de presidente, tengamos un buitre que sobrevuela saboreando la desgracia. (El Financiero)