El Informe es un texto científicamente sustentado e irrebatible
El filósofo del derecho argentino Ernesto Garzón Valdés distinguía entre catástrofe (un grave daño provocado por un hecho natural, fortuito o producto de la mala suerte) y calamidad (los desastres provocados por la acción del hombre de manera intencional o por irresponsabilidad).
En ese sentido, la pandemia de Covid-19, como fenómeno natural que azotó al mundo y diezmó a la población del planeta es, una catástrofe que, gracias al progreso científico y tecnológico y el descubrimiento y fabricación masiva en tiempo récord de vacunas, pudo contenerse en apenas un par de años.
Sin embargo, el irresponsable manejo que el gobierno mexicano hizo del fenómeno se tradujo en una auténtica calamidad para la sociedad mexicana que colocó a nuestro país en los primeros lugares mundiales de contagio y de mortalidad.
Así lo confirma con datos duros el Informe que presentó el 30 de abril pasado la Comisión Independiente de Investigación sobre la Pandemia de Covid-19 en México.
Se trata de un documento de consulta obligada para quien quiera entender qué pasó y, sobre todo, por qué las decisiones gubernamentales son la causa de que nos haya ido tan mal: el segundo país con el número de muertes provocadas por el virus (de los 806 mil fallecimientos en exceso, 4 de cada 10 fueron causados por fallas en la gestión del gobierno) y el primer lugar de fallecimientos entre el personal sanitario (4,843).
El Informe señala tres causas fundamentales de la calamidad que padecimos: “la permanente subestimación de la gravedad del virus, la centralización y personalización de las decisiones y la política de austeridad”.
Por un lado, el sello de la acción gubernamental frente a la pandemia fue una especie de negacionismo anticientífico fundado en la superchería y en la superstición que llevó incluso al presidente de la República, un enemigo declarado del uso del cubrebocas y promotor de los besos y abrazos en los tiempos de contagio y del uso de estampitas religiosas como protección frente al virus, a decir, con un cinismo burlón que la pandemia nos vino “como anillo al dedo”.
Por otra parte, todos los mecanismos de decisión y consulta colegiada que establecen las normas fueron anulados o desestimados, en primerísimo lugar el Consejo de Salubridad General y las Academias de Medicina o de Ciencias cuyos consejos y advertencias fueron desestimados dando lugar a una centralización total de las decisiones en manos de la Presidencia de la República y del subsecretario de Salud, López Gatell (el mismo que tuvo la ocurrencia de decir que el presidente “tiene fuerza moral, no fuerza de contagio”), quienes de manera discrecional, arbitraria y sin fundamentos científicos tomaron decisiones desatinadas que multiplicaron el efecto fatal de la enfermedad.
Finalmente las políticas de austeridad (como siempre, mal entendida) multiplicaron los efectos catastróficos del mal: se desmanteló el sistema de salud en los años que antecedieron la pandemia; se desarticuló el sistema nacional de vacunación (otrora un auténtico orgullo nacional); se negaron recursos para la adquisición y uso masivo de pruebas de diagnóstico de la enfermedad; se privó al personal sanitario de los insumos básicos de protección y cuando los hubo fueron de pésima calidad provocando el índice de muertes de ese personal más alto del mundo; se adquirieron mal y tarde la vacunas y se aplicaron con criterios erróneos; se impuso el “quédate en casa” provocando una letal falta o tardía atención médica, entre muchas otras decisiones erróneas. Los números, de los que el Informe es prolijo, dan cuenta de la dimensión de la calamidad.
El Informe es un texto científicamente sustentado y por ello irrebatible. En ese sentido constituye, por un lado, una explicación clara y contundente que permite entender y que documenta una de las más grandes tragedias de la historia reciente del país. Pero, por otro lado, también es un recordatorio hacia el futuro de un tiempo funesto y fatal que nos debe servir para nunca olvidar la manera irresponsable, chacotera, falaz, soberbia y criminal con la que fuimos gobernados durante la pandemia e impedir, en consecuencia, que algo así nos vuelva a ocurrir en el futuro. Se trata de una auténtica calamidad, con autores ciertos y responsables claros, que no debemos olvidar para que algo así nunca nos vuelva a pasar.