No a las tinieblas, sí a la esperanza

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

La semana pasada hicimos referencia a la invitación que San Ignacio de Loyola nos hace en los Ejercicios Espirituales para desenmascarar la estrategia y las artimañas del mal espíritu de satanás. Para profundizar en la misma idea, debemos dar un segundo paso para caer en la cuenta que una de sus tácticas preferidas es la tentación que supone el deseo de honores, de apariencia, de amigos poderosos que ayudan para triunfar, y ser considerado “alguien”, famoso e influyente. El juicio y la opinión de una sociedad líquida y sin valores son absolutizados en modo tal que lucha afanosamente y sin ningún tipo de tregua para que olvidemos el juicio de Dios y fabriquemos dioses falsos.  Se desea la gloria humana, el prestigio, la fama, la superioridad sobre todos los hombres; se codicia el prestigio, la posición social, la autoridad o la sensación malsana de ser «alguien», superior a todos y por encima de todas las cosas. Evidentemente hay un gran desprecio por los hermanos y hermanas, ningún interés por su vida real, su paz y tranquilidad.

El uso de la violencia está justificado tanto a nivel individual como social. Se tiende a una cierta deformación de santidad con una insistencia en que se trabaja por el bien de los demás, pero, en el fondo, es sólo hipocresía pues se absolutiza como si poseyera un valor en sí misma y, por tanto, quien así actúa, se pavonea como si fuera el ombligo del universo, con una pretensión de ser la imagen misma de la virtud, la justicia y la honestidad. Y ésta es la más sutil y perversa de las tentaciones y, por tanto, opuesta a la verdadera y auténtica santidad. No hay confianza ni en Dios ni en los demás; sólo se ambiciona el ídolo de la riqueza, en tener más y a toda costa, sin importar los medios, aun cuando esto implique negociaciones con quienes destruyen, explotan y pisotean a otros, que, generalmente son los más necesitados y buscan salir de la pobreza material y social en la que viven. Sin duda, es muy positivo el deseo de superación, de justicia, de vivir más tranquilos y no viene de Dios la angustia de tener que luchar con el terrible monstruo de la violencia, la corrupción o los delincuentes del crimen organizado que se han adueñado del país.

Al demonio le encanta mantenernos en la obscuridad -como en la que vio inmerso el país en días pasados- e impone la mentira, la manipulación, la amenaza y la coerción. Cuando nos hemos dejado embaucar, Dios y sus criterios, se convierten en algo marginal y, obviamente, los repudiamos.  El gusto de tener y decidir, el miedo a perder poder e imagen, de no ser importante y contar en las decisiones sociopolíticas, desencadena una marea contaminante de soberbia, frivolidad que no reconoce ningún tipo de valor, sólo lo que lleva a tenerlo todo a costa de pisotear a quien se deje. Evidentemente, el objetivo del mal es quitar la libertad; su fin último es conseguir un orgullo incurable que permita que el hombre pueda dejarse llevar fácilmente hacia todos los demás vicios porque Dios ya no tiene cabida en su vida. Por lo tanto, la táctica de la que el demonio se vale siempre, tiene tres momentos claros: 1. Codicia y ambición de riquezas. 2. Presunción y falsa pretensión de ser superior a todos y, 3. La soberbia que, sin duda, es el más peligroso de todos pues de ahí se desencadenan todos los vicios y males nunca del todo imaginados.

Ahora bien, ¿cómo se presenta y se objetiva toda esta estrategia en nuestra realidad? Vayamos a un caso concreto que nos presenta poco margen para dudar o creer que se trata de un montaje o un complot, imágenes favoritas de algunos en nuestro país. Me refiero a que, el 25 de marzo pasado, el secretario Antony J. Blinken presentó el Informe Nacional del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América, sobre las prácticas de Derechos Humanos en casi 200 países. Este informe se realiza con la finalidad de conocer los avances que se tienen en materia de derechos individuales, políticos, civiles y laborales. Está basado en reportes de dependencias gubernamentales y medios de comunicación y en él se afirma que, en 2023, el Gobierno de México enfrentó problemas de violencia contra periodistas, mujeres y personas migrantes. Es devastador y, por demás alarmante -precisamente porque el Gobierno lo niega continuamente-, que, entre los problemas que se presentaron, destacan las ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias, feminicidios, actos de tortura, calumnia contra opositores, violencia de género y atentados flagrantes contra la libertad de expresión.

Se enfatiza que el presidente continuó con sus desacreditaciones y críticas públicas a periodistas que trabajan en medios considerados como “opositores”, calificándolos como “parciales, partidistas y corruptos”. Muchos periodistas sufrieron descalificaciones, pese a su peligrosa labor informativa y también sufrieron acoso, ciberataques, intimidaciones, hostigamiento y asesinatos debido a su labor informativa. Los altos niveles de impunidad, incluso en los casos de asesinatos o agresiones a periodistas, provocaron autocensura y redujeron la libertad de expresión y de prensa. Por otra parte, se reconoce la presencia de grupos armados que limitó los movimientos en territorio mexicano de las personas migrantes, quienes en ocasiones son sometidas a actos de extorsión para que puedan seguir con su viaje hacia el norte del país. A esto se suman los malos tratos que reciben los refugiados y solicitantes de asilo. Si esto no es presencia del mal, ¿cómo lo podríamos definir?

Domingo 19 de mayo de 2024.

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