Tania Esmeralda Rocha, académica de la UNAM, explicó las consecuencias de que una persona tome terapias de conversión
Desde hace más de medio siglo, los principales organismos e instituciones especializadas en salud mental han coincidido al señalar que la homosexualidad no es un trastorno ni una enfermedad física o mental. Sin embargo, aún hay profesionales con información arcaica o personas con ciertas convicciones religiosas que buscan “redirigir” las orientaciones sexuales e identidades de género de personas que han llegado con ellos recomendados, o engañados, por familiares o amigos afirmó Tania Esmeralda Rocha Sánchez, Investigadora de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM.
“En el México del siglo XXI aún hay quienes buscan modificar la orientación no normativa mediante violencia física, psicológica o sexual. A estas estrategias se les conoce como terapias de conversión o esfuerzos para corregir la orientación sexual e identidad de género (ECOSIG). A eso no se le puede llamar ‘terapia’ porque no hay nada que curar”, destacó.
También explicó que el daño causado por estas prácticas es variable y tiene secuelas: “Las violaciones correctivas suelen emplearse con adolescentes lesbianas o bisexuales, muchas veces por parte de algún conocido o familiar, y ello tiene un impacto brutal en la psique. Estas acciones abonan a que las personas LGBTIQ+ lleguen a percibirse fuera de lo normativo y desarrollen una homofobia o transfobia interiorizadas que pueden derivar en depresión o ideación suicida.”
El pasado 26 de abril y después de casi seis años de haberse presentado la iniciativa en el Senado, se logró que las mal llamadas terapias de conversión se prohibieran en todo México. El Senado aprobó las reformas al Código Penal y a la Ley General de Salud para prohibir y sancionar los ECOSIG, con los que se intenta obligar a las personas a cambiar su identidad sexual.
Las modificaciones que se han logrado, incluyen sanciones y penas de entre dos y seis años de cárcel para quienes participen de alguna forma con la realización o financiación de este tipo de prácticas y se duplican si las víctimas son personas menores de 18 años, adultos mayores o con alguna discapacidad.
Asimismo, expuso que existen “terapias” en la que los sujetos son aislados y sometidos a acciones equivalentes a un secuestro o torturados. Lo más grave es que dichas vejaciones suelen quedar impunes y guardarse como secreto debido a las amenazas que lanzan los violentadores contra sus víctimas.
“Estas estrategias datan de hace mucho, aunque apenas comienzan a nombrarse. Por ejemplo, en los campos nazis había procesos parecidos donde a los homosexuales se les torturaba bajo la creencia de que así regularían sus hormonas y su orientación. Aunque éstas son prácticas de antaño, hoy son más visibles porque estamos rompiendo el silencio y porque cada vez hay más víctimas y grupos que, desde el activismo o la academia, señalan que esto es una agresión que debe parar”, especificó.
El país ha tenido un proceso de homofobia histórica en el cual se pasó de considerar a la homosexualidad como delito a verla como un pecado y una enfermedad. En contraste, los avances científicos han llegado a corroborar —de manera sistemática y contundente— que ni la homosexualidad, las identidades trans o las expresiones de género no binarias son un problema de salud mental.
“En todo caso, aquellos padecimientos o malestares de carácter psicológico o emocional que las personas LGBTIQ+ llegan a experimentar son resultado de un entorno hostil, violento y de rechazo, discriminación o prejuicio, pero no algo per se de la identidad o de cómo ésta se expresa al mundo”, aclaró la académica.
Según la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex, en el mundo sólo 16 países han prohibido los ECOSIG a nivel nacional por el daño emocional, físico y por la vulneración a los derechos humanos que provocan, algunos de estos países son: Brasil (1999), Ecuador (2012), Malta (2016), Canadá, Francia, Grecia, Israel, Nueva Zelanda, Vietnam (2022), Bélgica, Chipre, España, Islandia, Noruega (2023), Portugal y México (2024).
Para Tania Rocha, aunque esto es de celebrarse, también debe considerarse apenas como una iniciativa entre muchas otras que deben instrumentarse a fin de que la gente entienda que la orientación sexual no es algo que deba corregirse.