En su libro, Raúl Duarte presenta al lector, en un lenguaje claro, llano, castizo, producto de vera sapientia, más que un ejercicio intelectivo, un hecho salvífico que cambia la vida. Porque los lectores de los evangelios, al abordar a san Juan y su lenguaje particular, otean un mundo nuevo. Desde el prólogo, páginas 9 a 14, el autor presenta y desglosa conceptos cargados de significatividad: el Logos divino que trae la luz al mundo en contraposición con los poderes de la obscuridad; la verdad del Verbo hecho carne contra el mendaz; el dualismo espacial que proviene de arriba frente al de abajo, propio de este mundo. Y también, que el evangelio atribuido a ese hijo del Zebedeo, aunque parecer lo pudiera, en realidad no es antijudío. De ahí su fascinación especial. De hecho, Lutero lo califica como “único, bello, apropiado”. Y es que el evangelio de Juan posee plena actualidad hoy. Tanta, que exige a sus lectores la confesión de su fe sin temor. Quien busque acceso nuevo o profundo a la fe, debería vivirlo no como un sistema de doctrinas, sino como un mensaje sencillo, amable y audaz a la vez, aceptable y practicable. Como dice en su primera conclusión: “Estos (signos) se han escrito para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre» (Jn 20,31).
Por eso, el ‘comentario’ que nos obsequia el autor, adviene como bálsamo perfumado para ésta nuestra época, con su inocultable descenso en la credibilidad del mensaje cristiano. En ese sentido: ¡bienvenido! Su lectura obliga.
Entre el prólogo y el apéndice, el contenido lo divide en tres partes: El libro de los Signos, El discurso del adiós y La pasión y resurrección del Señor. Del ‘Prólogo’ quiero resaltar el “’En arjé ’hn o lógos” donde el autor, en consonancia con el postulado de Georges Lammaitre: the big bang, Raúl Duarte, aludiendo al ‘berexít’ que inicia el génesis, afirma la preexistencia de la Palabra que, de la nada, crea, pero no de un guamazo, porque el tiempo verbal que Juan emplea: ‘hn’ designa ‘continuidad’. Y, porque al ser humano le toca hacer ciencia, ‘evolución’, pudiera aventurar. Mas lo central radica en que se trata de la ‘Palabra’ que a todo trasciende: “sin ella no fue hecho nada de lo que fue hecho”, por lo que quien en Ella no descubre y reconoce a Dios, resulta culpable.