Francisco Martínez // Evangelio según San Juan (III)

Al comentar ‘El Libro de los Signos’, parte el autor de que en “esa sección se describe el paso del orden antiguo a lo nuevo” (p. 17) y que “la vida y acción de Jesús se narra a la manera de una acción jurídica del mundo contra Jesús y del mismo Dios contra el mundo” (p. 18), por lo que “hay que saber desaparecer para que tome la delantera y el primer plano el Señor” (p. 19). Más adelante, en el episodio de la samaritana, analizando el estilo literario, el padre Raúl Duarte nos dice que, tanto en el vocabulario empleado como en la manera de narrarlo, se puede reconocer la mano de Juan, que no así en el episodio de la mujer adúltera. Secciones en las que el autor no puede ocultar ni su maestría hermenéutica, ni su capacidad docente, ni su vocación apostólica. De hecho, contra una lectura rutinaria y superficial, lanza una advertencia: “si el contacto diario con una persona (en este caso, el evangelio de San Juan) acaba por hacerse rutinario… no penetramos en la profundidad de su personalidad”. En fin, la sección es tan rica y este espacio tan corto, que sólo quisiera acentuar la maestría con la que están expuestos el capítulo 8,12-59: ‘Jesús, luz y su verdadera filiación’ en la que Jesús se adjudica el nombre divino, y el capítulo 10,1-21: “El buen Pastor” en el que el texto hace exclamar al autor: “¡Cuántos mercenarios en todos los campos de la existencia humana… traen pegada al alma la ganancia, el interés, el lucro!… Cuando alguien se propone para un puesto, delante de su mente no está la cruz, sino el cetro del dominio” (p. 119).


         El “Libro de la manifestación de la ‘Gloria’ ante la comunidad”, abarca 99 páginas. Me limito a resaltar cómo el autor va desglosando de manera magistral el amor sin medida de Jesús por los suyos, en el que de la exégesis pasa a la predicación a la manera de un tata k’eri cuando sentencia: “la oración va en picada… nos hemos acostumbrado a la máquina. Al mecanizarnos nos hemos ido por la matemática: dos más dos son cuatro…. Hemos creído que todo estaba en nuestras manos… sentimos que Dios estaba fuera… pero lo necesitamos… platicar (con Él) es una exigencia. Sin conversación los amores se enfrían y se acaban” (p.p. 182,183). 

         Raúl Duarte concluye con esta analogía: “el discípulo amado representa al discípulo que sabe por la fe, a través de los signos” (p. 248). Por mi parte, concluyo: ¡no nos perdamos su lectura!

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FRANCISCO MARTÍNEZ GARCIÁN

Estudió Filosofía y Teología, en el Seminario Diocesano de Zamora, Historia en la Normal Superior Nueva Galicia de Guadalajara y fundador de la Universidad Intercultural Indígena de Michoacán.

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