El mundo actual, este que estamos viviendo ahora, manifiesta de forma clara y precisa, un desprecio total al elemento más puro del ser humano: la razón. Y el peor de los escenarios es que por ley se había implementado la desaparición o reducción de áreas del conocimiento tan importantes para el análisis de la realidad, tal es el caso de la ética, la filosofía y la historia, sólo por mencionar las más conocidas.
Los valores que derivaban de las ciencias antes mencionadas, como la honradez, el respeto y la solidaridad, son ahora suplidos por un individualismo a ultranza, por la deshonestidad como principio del éxito y de la posesión de bienes materiales como sinónimo de triunfo y presencia social.
El alejamiento de las áreas del conocimiento científico que enseñaban los valores que ya he mencionado, trajo como consecuencia inéditos acontecimientos que –ilusamente- creímos no ver y practicar en nuestra patria. Quienes asumieron responsabilidades públicas tergiversaron el propósito estipulado en los preceptos constitucionales y las leyes de él derivadas; ya no fueron servidores públicos, se convirtieron en maestros de la mentira y en profesionales de la acumulación, lo que vino a crear –con el tiempo- un segmento social que, en franca ironía, logró imponer un modelo recaudatorio similar al utilizado por el gobierno.
El desamparo se apoderó de la sociedad que, temerosa, respondía como podía a ambos bandos. Lejos, muy lejos quedaron las utopías de formar una sociedad que viviera en armonía, que fuéramos libres y soberanos: nos convertimos en una sociedad cautiva, sin poder transitar y laborar como lo marca la Constitución.
Los culpables están a la vista de todos nosotros que, ciertamente, no hemos sido capaces de exigirles una rendición de cuentas y por omisión o la irracionalidad de no “meternos en problemas”, nos hemos convertido en cómplices de la inmoralidad y deshonestidad de quienes nos subyugaron.
Creo que es el tiempo adecuado para despertar de la eterna pesadilla en que estamos inmersos y exigir programas y proyectos educativos que ahonden lo propuesto en la Nueva Escuela Mexicana. Tenemos que recuperar un modelo de enseñanza que dignifique el aprendizaje y sea puntal de un ser mexicano como lo soñaron y plantearon José Vasconcelos, Alfonso Reyes y miles de mexicanos más, entre ellos los zamoranos Gabriel y Alfonso Méndez Plancarte.
Podemos y debemos –así, en imperativo- recuperar el ideal formativo que nos permitió soñar con una vida mejor. De no ser así, seguiremos rumiando desgracias propias y ajenas y seguir siendo caldo de cultivo para una clase parasitaria y voraz que terminará por engullirnos.
La reciente elección mandató que podemos realizar el sueño de volver a contar con los valores que nos fueron expropiados.