Es profundamente frustrante cuando constatamos el efecto destructivo del mal, la mentira y la ignorancia. Hasta un niño puede distinguir las tinieblas de la luz, pero es muy decepcionante observar que “no hay peor ciego que el que no quiere ver” o que “el que por su gusto es buey, hasta la coyunda lame” y que, según la Academia Mexicana de la Lengua, es un “refrán popular que en forma sentenciosa y enunciación exclamativa significa que lo hecho por gusto, por muy desagradable que sea, hasta le sabe bien al que lo hace”. Cuando somos más o menos conscientes del mal, lo rechazamos, sobre todo cuando es un peligro o una amenaza para nuestros seres queridos o la propia identidad. En la Sagrada Escritura, la luz es una metáfora espiritual que nos ayuda a entender la verdad y la naturaleza inmutable de Dios (Santiago 1,17). Afirma que Dios es totalmente bueno y veraz (1 Juan 1,5). Si permanecemos «en la luz», estamos con Él (1 Pedro 2,9); nos invita a que nos unamos a Él en la luz (1 Juan 1,7), porque Su propósito es darnos luz (Juan 12.46) y ésta es agradable pues en Él habita el amor (1 Juan 2,9-10). En Él podemos ver, conocer y entender la verdad (2 Corintios 4,6).
Sin embargo, San Pablo nos dice que cuando «satanás se disfraza como ángel de luz» (2 Corintios 11,14), se aprovecha de nuestro amor por la luz con el fin de engañar. Quiere hacernos creer que es bueno, sincero, amoroso y poderoso y sugiere que podemos poseer todo lo que Dios es y posee. Si se presentara como un ser de oscuridad, diabólico y con cuernos, no sería muy atractivo para nosotros y lo rechazaríamos. Por lo tanto, se disfraza como un ser de luz para seducirnos y atraernos a él y a sus trampas. Hemos visto recientemente cómo se ha premiado la mentira, la corrupción, la riqueza mal habida, el miedo, la violencia y la impunidad. Y todo eso no es otra cosa que endiosar el mal. Satanás penetra en nuestra mentes y nuestro corazón con mensajes contradictorios y falsos ofreciendo el mal como el bien y el bien como mal. Nos presenta el pecado como algo agradable y hermoso para ser deseado, y promete la falsedad como algo que ilumina y transforma la vida. Millones de personas han seguido sus engaños o, porque no conocen la verdad de Dios (Isaías 8, 20-22) o, simplemente, porque es más fácil ignorarla con una trágica y egoísta decisión de no querer luchar por cambiar aunque esto signifique muerte y destrucción.
La oscuridad es el resultado de querer vivir bien sin hacer caso a la Palabra de Dios. Lamentablemente -como dice Isaías-, cuando no queremos vivir en la verdad, es más fácil dejarnos engañar por el disfraz de satanás que se presenta como un eficaz ángel de luz porque al conocernos muy bien, nos ataca por nuestros puntos más débiles. Nos contamina con la ambición de un puñado de monedas, con una doble moral o el servilismo al poder que se sirve de la ignorancia para hacernos creer que falsos caudillos nos darán la paz y la felicidad, cuando su estrategia es completamente contraria. Entonces, por comodidad y conveniencia, nos humillamos, perdemos la dignidad y por la seducción demagógica y populista de unos cuantos, rechazamos un modo de vivir propuesto de Dios, quien es el único que puede salvarnos. En estos días algunos han dado poder casi absoluto a la soberbia y la arrogancia de quienes se ostentan como mesias y les conviene un pueblo de títeres, borregos domesticados, sumisos y ciegos ante el sufrimiento de otros pueblos que ya han caído en tragedias semejantes e intentan sobrevivir asfixiados por la ideología.
Algunos han arrojado al país en la trampa puesta por aquellos que San Pedro denuncia cuando proclama: «Son manantiales sin agua, bruma impulsada por una tormenta, para quienes está reservada la oscuridad de las tinieblas. Pues hablando con arrogancia y vanidad, seducen mediante deseos carnales, por sensualidad, a los que hace poco escaparon de los que viven en el error. Les prometen libertad, mientras que ellos mismos son esclavos de la corrupción, pues uno es esclavo de aquello que lo ha vencido. Porque si después de haber escapado de las contaminaciones del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo son enredados en ellas y vencidos, su condición postrera viene a ser peor que la primera. Pues hubiera sido mejor para ellos no haber conocido el camino de la justicia, que, habiéndolo conocido, apartarse del santo mandamiento que les fue dado. Les ha sucedido a ellos segú.0n el proverbio verdadero: «El perro vuelve a su propio vómito» y «La puerca lavada, vuelve a revolcarse en el lodo»» (2 Pe 2, 18-22).
Domingo 9 de junio de 2024