P. Jaime Emilio González Magaña, S. I. // Un cristiano no nace, se llega a ser cristiano

Un cristiano no nace, se llega a ser cristiano después de una forma de vida consecuente con los sacramentos que ha recibido y con lo que Dios le va indicando sobre el modo y oportunidad de vivir su voluntad. Los últimos acontecimientos vividos en nuestro país me han llevado a constatar que, una cosa es que los mexicanos digamos que somos cristianos y otra el enorme trecho existente entre lo que decimos y lo que en realidad somos. No basta rezar o cumplir mínimamente con lo que nuestra fe nos pide como participar en la vida sacramental. Un verdadero cristiano se conoce por sus acciones y las decisiones que va tomando en la cotidianidad de la vida; por su modo de ser y actuar y por su coraje por rechazar todo lo que lleve a la muerte y conduzca al reino del mal, que existe aunque no tengamos el valor de reconocerlo. No es posible decir que creemos en el Dios de Jesús que es el camino, la verdad y la vida, y, en el momento de ponerlo en práctica, elegimos opciones que llevan a la muerte, a la mentira, a la canonizazión de la violencia y a aceptar como normal la corrupción y la impunidad.

         Nunca he sabido si al menos una persona lee la columna que escribo cada ocho dias. Mi impresión es que nadie la lee y, muchas veces he tenido la sensación de que hablo al vacío. No obstante, querría dedicar algunas lineas a una simple reflexión del modo en el que un cristiano puede ser auténtico testigo de la fe que dice seguir y demostrarlo en el modo como elige y toma sus decisiones. Esto me lleva a proponer una revisión de lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica a propósito de las virtudes cardinales y teologales. Las virtudes son compañeras cotidianas en la vida de las criaturas humanas y de los bautizados. Por tanto, aparentemente, no existe una estrecha relación con el futuro prometido por el Señor al morir y resucitar por nosotros. Hablar del futuro como creyente supone descubrir que, para una vida cristiana coherente, es indispensable desarrollar buenos hábitos ya que, de hecho, el más allá ya ha comenzado, como nos prometió el Señor con palabras muy claras antes de resucitar a Lázaro (Jn 11, 23-27).

Por eso, quien quiera vivir como discípulo de Cristo, debe atender a la claridad de su corazón, entrenar su inteligencia para comprenderse a sí mismo, trabajar para adquirir aquellas actitudes que se hacen espontáneas por el don de Dios y la libre aceptación del hombre. Las virtudes permiten mayor facilidad de juicios, claridad de sentimientos e inmediatez de opciones. Hemos oído muchas veces cómo un filósofo -tristemente famoso-, definió la religión como el opio del pueblo o, lo que es lo mismo, afirmó que la fe cristiana es alienante. Muchas veces, me da la impresión de que, por nuestro testimonio, hemos merecido tal acusación. Aun cuando, también es verdad, que muchos han desestimado esas afirmaciones con su testimonio de entrega, valor y firmeza ante las dificultades y con una vida plena de la alegría del servicio y la coherencia entre lo que dice creer y el modo como lo llevan a la práctica. Para ser consecuentes con el ejemplo que nos dio el Señor Jesús, debemos refutar, con hechos, estos prejuicios injustificados sobre una expectativa ingenua de futuro que nos haría ciudadanos de esta tierra desganados, desatentos, sin decisión y sin valor para defender los valores más auténticos.

         Es urgente, por tanto, recordar la invitación que nos ha hecho el Señor: «velen, porque no saben ni el día ni la hora en que volverá el Esposo» (Mt 25,13). Esta actitud de estar atentos y vigilar nos conduce a reflexionar sobre el significado de las virtudes pues ellas nos darán la fuerza para que nuestra vigilia sea eficaz y nos permita no distraernos del camino con las invitaciones del mal, falsas y traicioneras. Aprendemos que, si bien es esencial que los cristianos escuchemos y discernamos las promesas de Dios sobre la vida eterna, es igualmente esencial que estemos vigilantes y seamos espiritualmente laboriosos sobre el momento presente. El hoy se convierte entonces en el tiempo que el Señor nos concede para preparar el futuro; y puesto que confiamos en Él y en sus promesas, es indispensable que vivamos el presente como verdaderos hijos de Dios, que saben que tienen su patria en otra parte, y precisamente por eso, viven en la patria terrena con la capacidad de distinguir lo esencial de lo superfluo.

         Y las virtudes son para nosotros los cristianos, la ayuda cotidiana para tomar con inmediatez y sencillez las decisiones justas, que declaran en los hechos lo que construye para lo eterno. Si queremos ser personas que tienen tiempo para Dios, para los demás, para nosotros mismos, la reflexión sobre el valor y significado de las virtudes, nos ayudará a no dejarnos llevar por lo superficial y a vender nuestra salvación por un puñado de monedas que, tal vez satisfacen momentáneamente nuestras necesidades materiales, pero, al favorecer las acciones del mal, nos conducen a una vida eterna sin Dios. Y quien, habiéndolas escuchado y orado, aprenda a practicarlas, será bienaventurado, como ha prometido el Señor, como nos lo dice Su Buena Noticia. Y Él, ciertamente no miente pues dejaría de Dios si nos mintiera.

Domingo 30 de junio de 2024.

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JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA

RP Jaime Emilio González Magaña, sacerdote jesuita que radica en Roma.

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