Discurso del Papa a los participantes en el encuentro promovido por el Observatorio Astronómico Vaticano (Specola)
(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano).- En la “Sala de los Papas” del Palacio Apostólico, el Papa Francisco recibió en audiencia a los participantes en un encuentro promovido por el Observatorio Astronómico del Vaticano, mejor conocido como “Specola Vaticana”.
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Queridos científicos, hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Saludo a Su Eminencia el Cardenal Vérgez, saludo a la monja «vicegobernadora». ¡Ahora las mujeres empiezan a mandar aquí! [risas]
Les doy mi cordial bienvenida y les agradezco esta grata visita. Agradezco en particular al hermano Guy Consolmagno y a los demás miembros de la comunidad vaticana de la Specola esta iniciativa.
Os habéis reunido en Castel Gandolfo para la conferencia «Agujeros negros, ondas gravitacionales y singularidades del espacio-tiempo», organizada en honor de George Lemaître, siete años después de la anterior. Entretanto, el valor científico del sacerdote y cosmólogo belga ha sido aún más reconocido por la Unión Astronómica Internacional, que ha decidido que la conocida ley de Hubble debería llamarse más correctamente ley de Hubble-Lemaître.
Estos días se debaten las últimas cuestiones planteadas por la investigación científica en cosmología: los diferentes resultados obtenidos en la medición de la constante de Hubble, la naturaleza enigmática de las singularidades cosmológicas (del big-bang a los agujeros negros) y el tema tan de actualidad de las ondas gravitacionales.
La Iglesia está atenta a estas investigaciones y las promueve, porque sacuden la sensibilidad y la inteligencia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. El comienzo del universo, su evolución última, la estructura profunda del espacio y del tiempo enfrentan al ser humano a una búsqueda frenética de sentido, en un vasto escenario en el que corre el riesgo de perderse. Esto nos hace redescubrir la actualidad de las palabras del salmista: «Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, / la luna y las estrellas que has fijado, / ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, / el hijo del hombre para que cuides de él? / Verdaderamente lo has hecho poco menos que un dios, / con gloria y honor lo has coronado» (Sal 8,4-7). Es evidente, pues, que estos temas tienen una especial relevancia para la teología, la filosofía, la ciencia y también para la vida espiritual.
George Lemaître fue un sacerdote y científico ejemplar. Su itinerario humano y espiritual representa un modelo de vida del que todos podemos aprender.
Para cumplir los deseos de su padre, estudió ingeniería; fue llamado a filas en la Primera Guerra Mundial y vivió sus horrores. Ya adulto, siguió su vocación sacerdotal y científica. Inicialmente, es -como se suele decir- un «concordista», es decir, cree que las verdades científicas están veladas en las Sagradas Escrituras. Luego, sus experiencias humanas y sus posteriores elaboraciones espirituales le llevan a comprender que la ciencia y la fe siguen dos caminos diferentes y paralelos, entre los que no hay conflicto. Al contrario, estos caminos pueden armonizarse entre sí, porque tanto la ciencia como la fe, para un creyente, tienen la misma matriz en la Verdad absoluta de Dios. Su camino de fe le lleva a comprender que la creación y el big-bang son dos realidades distintas, y que el Dios en el que cree no puede ser un objeto fácilmente categorizable por la razón humana, sino que es el «Dios oculto», que permanece siempre en una dimensión de misterio, no totalmente comprensible.
Queridos amigos, os deseo que sigáis confrontándoos con espíritu leal y humilde sobre los temas que tratáis. Que la libertad y la falta de condicionamientos, que estáis experimentando en esta conferencia, os ayuden a progresar en vuestros campos hacia la Verdad, que es ciertamente una emanación de la Caridad de Dios. Fe y ciencia pueden unirse en la caridad si la ciencia se pone al servicio de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, y no se distorsiona en su detrimento o incluso en su destrucción. Os animo a ir a las periferias del conocimiento humano: es ahí donde podemos experimentar a Dios Amor, que sacia y apaga la sed de nuestros corazones.
Os bendigo de corazón a todos vosotros y a vuestro trabajo. Y os pido que recéis por mí. Gracias.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.