El cristiano no es ni amargado ni frustrado

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

Con el término «virtud» nos referimos a actitudes habituales, no ocasionales que, en su conjunto, describen una imagen de hombre o mujer redimido por Jesús y que actúa eficazmente en la historia. Es interesante observar en la historia que este término apenas aparece en el Antiguo Testamento hebreo ya que la palabra virtud procede del mundo griego. De hecho, la encontramos en aquellos libros de la Biblia que fueron escritos en griego, como el libro de la Sabiduría: «Si uno ama la justicia, la virtud es el fruto de su trabajo. Enseña templanza y prudencia, justicia y fortaleza» (Sab 8,7). Ésta es la única vez que aparecen las cuatro virtudes cardinales en la Sagrada Escritura, virtudes que, por otra parte, Platón y Aristóteles habían hecho famosas porque indican una visión armoniosa de todas las cualidades humanas, la visión del hombre ideal según la mentalidad filosófica de los griegos. Recordemos que las virtudes cardinales son como actitudes fundamentales que definen un proyecto cristiano del hombre y de la mujer.

A partir, sobre todo, de san Ambrosio y, más tarde, de san Agustín y santo Tomás, delinean a la persona que actúa de acuerdo con el Evangelio. Pero junto a estas cuatro virtudes, llamadas también virtudes humanas, consideramos también las tres virtudes llamadas sobrenaturales, divinas: la fe, la esperanza y la caridad. Las siete juntas nos dan la figura perfecta del hombre santificado por Cristo Jesús, del hombre plenamente redimido. La expresión «virtud del cristiano que vela» nos recuerda, que el cristiano debe desarrollar siempre una actitud de vigilancia. Por ello, consideramos esas siete virtudes como propias del cristiano vigilante, porque la plenitud humana a la que tienden es la que cada uno de nosotros alcanzará en la eternidad de Dios, en la resurrección de la carne, en la visión beatífica, donde nuestras virtudes tendrán una expansión completa. Ahora bien, esa plenitud no se alcanza sin esfuerzo. Por esa razón, en nuestros días, nuestra vida cristiana se está vaciando de contenido porque tenemos miedo a todo aquello que implique disciplina y, especialmente, sacrificio.

Las virtudes se fortalecen en el esfuerzo que, no es tanto, un continuo violentarse, en su obrar. Se refiere a que la «adquisición de esa virtud, supone un «esfuerzo en el hábito». En este sentido, como hemos recordado, el Catecismo explica que: «Con la ayuda de Dios, forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien». Esta «soltura en la práctica del bien» se ha adquirido con voluntad y con esfuerzo y, precisamente por esto, «El hombre virtuoso es feliz al practicarlas». Un sacerdote obediente, pobre y casto no es un hombre amargado. Un matrimonio fiel y perseverante, que se respeta y que se sostiene mutuamente, no es una pareja frustrada. ¡La virtud te hace feliz! Por esta razón, la sociedad líquida en la que estamos inmersos ha logrado presentar el cristianismo como un «listado de mandamientos y prohibiciones». A quienes les gusta la superficialidad o la frivolidad, les encanta repetir el dicho popular de que: «todo lo que me gusta o engorda o es pecado». Sabemos que eso no es así y, sin embargo, seguimos fortaleciendo aquellas ideas quen nos llevan a elegir desde una supuesta “libertad” para hacer lo que nos dé la gana.

¡El seguimiento de Jesucristo nos hace felices! El hombre virtuoso es el que, «con la gracia de Dios «ha adquirido la facilidad para el bien». Lógicamente, después de un proceso de sacrificio, las virtudes son purificadas y elevadas por la gracia Divina. No se puede establecer una frontera entre la gracia divina y el propio esfuerzo; de tal forma que la gracia de Dios y la propia colaboración y esfuerzo están fundidos en la práctica. Se puede decir que una obra se logra, al mismo tiempo, por la gracia de Dios y por el esfuerzo del hombre. La gracia de Dios ha dado al hombre esos dones naturales que purifican las virtudes, porque muchas veces, en el ejercicio de las obras buenas, siempre se nos mezclan, lo que odiamos llamar «corruptelas», “afecciones desordenadas”, “tentaciones con apariencia de bien”, o “intenciones no suficientemente puras”. Todo esto no es otra cosa sino identificar cuando hacemos las cosas no sólo por la gloria de Dios y el bien de los hermanos, sino buscándonos a nosotros mismos y nuestra propia gloria, el ser reconocidos. Por eso es importante que la gracia de Dios nos asista para hacer que las obras buenas que hacemos, tengan esa transparencia y se vayan «purificando». Y eleva las virtudes de modo tal que nos indica que con la gracia y unidos a Cristo, nuestras obras buenas tengan un valor sobrenatural.

Domingo 21 de julio de 2024.

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