Nadie puede acostumbrarse a la inseguridad. Ninguno, a la impunidad. Pese a propagandas gubernamentales que afirman que en Michoacán cada día la seguridad es más, lo que en realidad campea es que día a día el debilitamiento institucional resulta por demás alarmante e indignante. No hay manera de camuflar la incapacidad del Estado de garantizar al ciudadano un ambiente propicio para salir con su familia, para ganarse el pan y vivir con tranquilidad.
Frente a la rampante impunidad con que quedan los hechos delictivos: extorsión, cobro de piso, secuestro, asesinato, etc., la credibilidad de la autoridad queda lejos, muy lejos de aplicar medidas punitivas, lejos de implementar estrategias sólidas y efectivas, no sólo para terminar con los actos delictivos, sino para establecer políticas públicas que atiendan a la población afectada e impongan un alto al libertinaje y/o el contubernio con el que se mueven los delincuentes.
¿Cómo olvidar que, desde principios de 2016 hasta la fecha, contra toda la sarta de discursos, explicaciones y pretextos de parte de los tres niveles de gobierno, la violencia se ha institucionalizado en Michoacán, con la pena de que nunca se ha alejado de los primeros lugares, no sólo del país, sino del mundo? Vaya, como ejemplo, la rampante criminalidad que protagonizan ciudades como Zamora y Uruapan.
Por doquier, la presión de los cárteles por controlar la economía, con la presumible, a veces inocultable, participación activa o pasiva de las instituciones gubernamentales, se ha vuelto cada vez más violenta, común, multímoda y perversa. Por lo que surge una pregunta: ¿ha sido efectiva la creación de la Guardia Nacional para remontar la incidencia delictiva?
El hecho es que no han menguado, mucho menos desaparecido, los asaltos a los transeúntes, los robos a los hogares, las tomas de carreteras, los cobros de piso, los secuestros y homicidios. No sólo debido a estrategias fallidas de parte del gobierno, sino, quizá, también, por contubernio. Y, ni modo que no, pero toca al Gobierno establecer medidas efectivas de carácter reactivo, punitivo y hasta militarizado, que devuelvan la tranquilidad y, sobre todo, la seguridad que necesita el michoacano para salir de su casa y ganarse, que no jugarse, la vida.