Para ser fieles hasta el último suspiro

P. Jaime Emilio González Magaña

Si interiorizamos las virtudes que nuestros padres y los buenos educadores nos transmitieron, también las pondremos en práctica por nuestros actos deliberados. Dicho de otra forma, porque reconocemos que son importantes para nuestra vida y, por ello, nos dedicamos a fomentarlas y hacer de ellas, un instrumento para ser verdaderos cristianos y buenos ciudadanos. De la misma manera que uno puede rechazar una buena educación que haya recibido, y vivir de una manera contraria a esas virtudes, en las que ha sido educado, también puede ocurrir lo contrario cuando a base de «actos deliberados» podemos fortalecer las virtudes, con las que hemos crecido. Esto, obviamente, implica una decisión firme y un esfuerzo decidido para lograrlo y por ello, en nuestros días, son muchos quienes rechazan las virtudes porque tienen miedo al sacrificio y al esfuerzo que significa optar por los valores que no pasan de moda. Los actos deliberados, suponen una constancia y «una perseverancia». Puede ocurrir que, a partir de un hecho puntual, alguien pueda adquirir una virtud –bien sea para rechazar algo pecaminoso o malo, o para adquirir un habito bueno-. Pero lo normal no es eso.

Lo lógico es que, para adquirir una virtud, sea necesario una repetición y reiteración del acto. Lo normal es que una virtud nazca a partir de un hábito; y el hábito surge de la repetición y perseverancia de un acto bueno. Por tanto, cuesta adquirir la virtud. Esto, dicho en términos genéricos; pero siempre existen excepciones, y nadie puede decirle a la gracia de Dios cómo «tiene que hacer las cosas». Después, cuando alguien ha adquirido esa virtud, hay un obrar «espontáneo»: sin que le cueste esfuerzo. Quien ha adquirido una determinada virtud, le cuesta menos «hacer el bien», que al que no tiene esa virtud. Por ejemplo: quien tiene la virtud de ser sacrificado, le cuesta muy poco levantarse de la mesa y ponerse a fregar los platos. Mientras que quien no tiene esa virtud, le puede parecer heroico que él se levante a fregar los platos. En otras palabras, el virtuoso no es aquél que hace un acto esporádico, con mucho esfuerzo, sino el que hace ese mismo acto, pero sin «esfuerzo», de forma nagural, precisamente porque tiene esa virtud.

            Una tercera forma de adquirir las virtudes hace referencia a la perseverancia. Para mantenernos firmes en las decisiones tomadas, es decir, en nuestros «actos deliberados» es fundamental la «perseverancia». Hay ocasiones en que podemos elegir hacer el bien, queremos ser fieles a los auténticos valores recibidos en la familia o en nuestra formación, pero si no hay perseverancia, al final tampoco hay virtud. Un ejemplo podría ser el siguiente: un seminarista, que mientras está en el seminario tiene el hábito de madrugar, de rezar, de llevar una vida ordenada; pero llegan las vacaciones y todo eso desaparece y hay dejadez en la oración, son las diez de la mañana y está en la cama, no participa de la Eucaristía parroquial, etc. En la vida de este seminarista «no hay perseverancia», y si falta esto, los hábitos no han llegado a ser virtud. Si se trata de una pareja de esposos, es decisivo que se entienda que el amor va mucho más allá de la sexualidad genital y la virtud ayuda a evitar que personas sin escrúpulos y moral, aprovechen la debilidad de uno de los cónyuges para destruir el matrimonio ofreciendo sexualidad barata y burda por encima de la fidelidad al sacramento y al respeto al que, en teoría, se habían comprometido.

Es muy importante entender que los actos no llegan a ser virtud, por repetirlos mecánicamente; sino más bien, por llegar a tener una motivación y un convencimiento de que lo que hacemos lo queremos hacer libremente. Me parece que es fundamental comprender que es verdad que la «educación que hemos recibido» nos condiciona mucho, pero no nos determina. Precisamente, por eso, hay personas que han recibido una muy buena educación y la han rechazado, a veces por comodidad, por falsa comprensión de la libertad y, generalmennte, por ideologías. Y al revés: hay personas con una educación muy deficiente que han alcanzado la virtud. Hay sacerdotes de familias ateas; hay matrimonios que han logrado ser fieles aun cuando sus padres llevan una vida desordenada y han cambiado parejas con la máxima expresión del libertinaje y sin ningún sentido del respeto  y testimonio que deberían dar a sus hijos y a su familia en general. Las virtudes nos ayudan a ser fieles en lo que hemos elegido como nuestra vocación personal y permiten que asumamos los problemas en el modo de vivir lo que hemos elegido sin que para ello caigamos en la ingenuidad de creer que la vocaciòn está libre de problemas. Mediante la asunción libre y consciente del valor de las virtudes, podemos afrontar el reto de vivir intensamente y pedir la gracia de la perseverancia en el amor del principio, hacia la pareja en el matrimonio o en la vivencia de la vida consagrada a Dios,

Domingo 14 de julio de 2024.

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