De(s)colonizar las mentes

Jailson Salvador da Silva
Morro do Ferro – MG – Brasil

Descolonización y decolonización son procesos emancipatorios que permiten lidiar con la matriz ideológica que relativizó la experiencia de nuestros pueblos afroameríndios durante la colonización europea. Sin desconectar del primero, voy a discursar sobre el segundo.

Desde el amanecer de la vida, somos colonizados por el lenguaje del Otro. Del Otro materno y, posteriormente, de Otro a quien le asignamos el tesoro de los significantes, que entendemos como si esos fueran nuestros. El lenguaje, no la lengua, es la combinación que pone en funcionamiento este sistema de significantes, que transportan en ellos afectos, que tienen una gramática y una lógica propias. Esa es la constitución original de lo psíquico en un sujeto. En un proceso de alienación al deseo del Otro y de separación en relación a este mismo deseo, cada sujeto se coloca en el lazo social, estableciendo su forma de articulación con los discursos en vigor. Tales discursos, que pretenden dar una unidad al lazo social, siempre fragmentario, denominará, a partir de ahora, de convención.

Esa primera consideración sobre nuestra condición de seres hablantes es fundamental para entender por qué los modos de hablar pueden producir efectos colonizadores en el sujeto hablante. Los efectos colonizadores no son meros vínculos de un razonamiento de acuerdo con las ideas y estrategias desarrolladas por el poder colonizador. Las mentes, entendidas como subjetividades, fueron y son marcadas, afectadas, colonizadas en nuestra Latino América, ante todo, por esta relación con el lenguaje del Otro. Este proceso de constitución psíquico es la base secuestrada por la estrategia simbólica, que el decolonizar precisa alcanzar.

En nuestro continente, Aníbal Quijano (1994) descubre esta maniobra de conquista de las subjetividades nombrándola como colonialidad del poder. El poder en curso, en los ámbitos territorial, político, social, económico, religioso y cultural, generó subje68 tividades, con características que podemos adjetivar como colonizadas. En este proceso social, el Otro es el supuesto y al mismo tiempo que, frente al cual, yo soy sospechoso. Si el colonialismo fue un periodo en la historia en que el proceso de opresión institucional ha producido cuerpos esclavizados, la colonialidad es una estrategia simbólica de poder que vigora y precisa ser destruida y reconstruida como forma de frenar los efectos de subalternización, deslegitimación de las subjetividades originarias. El primero exigió la descolonización y el segundo sigue articulándose por la decolonización.  

Decolonizar las subjetividades para lidiar con sus efectos de la colonialidad del poder, es nuestra dirección. Entender cómo estas marcas se fijaron es un primer paso para empezar a decolonizar. Los actos de habla enunciados sobre los cuerpos, de forma repetida, dentro de una convención, producen una marca colonizadora. La convención legítima, de modo violento, lo que el acto de habla trae como un dicho y creyó hacer existir. El intercambio supuesto por la convención marca la superficie del cuerpo como hierro caliente sobre la piel. Por eso, aprender a lidiar con los actos de habla y las convenciones que los legitiman es el inicio de la descolonialización de las mentes.

Entendemos que no es solo una manera de pensar. El pensamiento colonizado es la punta del iceberg. La dinámica de la psique que puede ser reconfigurada al decolonizar las subjetividades es una de las mejores salidas para los efectos del racismo, de la cis heteronormatividad, de las desigualdades de clase, de las supremacías nacionales. En tal experiencia, los seres humanos, desde los más jóvenes hasta los más ancianos, se siguen desencontrando en aquello que, en el otro, les parece extraño, como un modo diferente de gozar la vida. El imperativo colonizador supone que, de la vida se goza de una sola forma y quien le da la gramática es él; imagina que el semejante es la imagen segura, para que el otro no le parezca amenazador. Esa percepción crónica (supuesta y sospechosa) de sí y del otro, consolida la colonialidad del poder, donde el goce del otro surge como insoportable.

Me recuerdo, en este punto, de las consideraciones de J-A. Miller (2010), en Extimidade, sobre agresividad y racismo. El odio expresado contra las subjetividades colonizadas apunta que hay algo de real (Otro goce) en el Otro. Lo que hace Miller es interrogar: ¿Qué es lo que hace con que este Otro sea Otro, para que él pueda ser odiado en su ser? A continuación, el autor responde: el Otro es Otro dentro de mí mismo. La raíz del racismo, continúa Miller, es el odio al propio goce, una vez que el Otro está en mi interior y en posición de extimidad. 

Después de apuntar para un goce diferente del único que puede existir, en el lazo social, es importante descubrir, también, lo que se pasa cuando el goce del Otro es tomado como extraño, insoportable, algo a ser segregado. Decolonizar supone abandonar la naturalización de las narrativas europeizantes sobre las experiencias, superar el establecimiento de escalas étnicas entre las naciones, criticar las hegemonías culturales, abrirse para otros modos de pensar, provenientes de nuestras raíces indígenas y africanas. De esa forma, diría con Jacques Lacan (1972-73) que decolonizar es un movimiento del lazo social no-todo, o sea, un modo de goce, una manera de vivir la vida más allá del régimen unificador y universalizado, en que cada uno puede, a partir de su propio goce, probar su singularidad. El extraño goce del prójimo invalidó pueblos, extraditó sus sueños y luchas, llevó a prohibiciones, racismos, violencias, misoginias, segregación. Al paso que este goce es, simplemente y legítimamente, un goce singular.

Decolonizar las subjetividades es leer, escuchar, intervenir, tomar posición y partido, atento al “epistemicidio de saberes en tierras plurales, plantation de la egología divina, asepsia y blanqueamiento de la mirada que pretende ver todo – menos a sí mismo –, disfrazado de neutralidad. Aguas caudalosas de regímenes sexistas y generificados fabricaron canales de placer y códigos tecnocráticos, hicieron creer en el desvalor atribuido a los saberes, subjetividades, seres y poderes que, desde siempre, habitaron tierras originarias” (Guerra, 2021). La mente colonizada por las pretenciosas competencias tecno-científicas atiende a un “goce civilizatorio depredador”. Seguiremos afirmando la singularidad del sujeto que, con su subjetividad histórica y geopolítica en la estructura inconsciente, desarma el imperialismo y las razas. 

La relevancia de este abordaje sobre la colonialidad, en esta parte de juzgar, abre la comprensión sobre el desarrollo e impactos concretos, simbólicos y subjetivos de la colonización, con efectos importantes para la decolonialidad. Si, con Enrique Dussel, entendemos el inicio de la modernidad, en 1492, con los procesos de invención, ocultación, conquistas y colonización de las Américas; con Quijano tenemos la noción de que la constitución del mundo colonial inauguró nuevas modalidades de explotación y expropiación de riquezas, con base en la producción de identidades históricas específicas, como raza y etnia (Cf. Silva, 2021, p.19).

Decolonizar las mentes parte del encuentro contingente con “los cuerpos subalternos y sus modos inconscientes de ocupación” (Guerra, 2021). Si la idea de mente sugiere una salida decolonial para el pensamiento, no es sin el encuentro con los cuerpos que el proceso se va a instaurar. Hablo aquí de “cuerpos negros en la metrópoli, aquilombados en el sur global, transgéneros en las conquistas jurídicas, organizados en los desastres ecológicos, pacificados en las guerras tribales, indígenas en preservación de sus tierras, denunciantes en la escena violenta doméstica, en lucha en los motines y masacres, migrantes y ribereños en tierra natal, apátridas por el avance de la tecnología resistentes de telas” (Guerra, 2021). 

Cuanto más adoptamos el perspectivismo amerindio y hacemos el movimiento sankofa, en nuestro modo de pensar, descubrimos que las formas de vida no europeas en nuestra América Latina, singularmente diferentes, han sido tomadas en la figura del Otro, exotizado, alegorizado o caricaturizado, el mismo que se suponía educar, civilizar, emancipar (Cf. Silva, p.19, 2021). Por eso, decolonizar la subjetividad fagocitada por la colonialidad del poder supone tener presente lo que hace el Otro tornarse insoportable para cada uno y, como resultado, reconocer que la sociedad latino americana se estructuró básicamente en la eliminación, en la rebaja del otro y el vaciado del diferente. Subvertir esta lógica y gramática, surea nuestros devenires.

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