La educación en las cuatro regiones p’urhépecha: p’ukutapurhu, erhaxamani, japondirhu y tsakapindu, enfrenta grandes retos debido a problemas estructurales de desigualdad social. Las comunidades indígenas, sobre todo las más marginadas (Urínguitiro, San Benito, San Luis, El Cerecito…) son las que enfrentan más e ingentes barreras para ejercer efectivamente su derecho a una educación de excelencia.
Y si bien las instituciones de educación básica y media cuentan con suficientes alumnos, éstos no suelen hacerse de las competencias mínimas correspondientes a su grado académico. Por ejemplo, de acuerdo a las estadísticas de la SEE, en los últimos diez años el 77% ha tenido un desempeño por debajo del mínimo requerido en matemáticas. Es decir, no logran interpretar y reconocer, sin instrucciones directas, una situación simple.
Es más, el 71%, de los estudiantes (casi una tercera parte) no contó con las habilidades necesarias para sustentar explicaciones correctas de fenómenos físicos y/o sociales, ni identificar, en casos simples, si una conclusión es válida en base a los datos proporcionados.
Por lo que respecta al área de comprensión, más del 70% no consigue encontrar la idea principal en un texto de extensión moderada, ni reflexionar sobre el contenido de los textos.
Cierto que la baja en las competencias de los estudiantes constituye una tendencia nacional, mas aquí ha sido aún más deficiente debido, quizá, a que las brechas persistentes de desigualdad y de género obstaculizan el avance del aprendizaje.
¿Por qué aquí no logran los alumnos mejorar su desempeño académico? Si bien la disponibilidad educativa es amplia, sucede que la calidad educativa adolece. Además, se halla obstaculizada por la falta de empleo, el alcoholismo, la drogadicción y, entre otros factores, por la progresiva pérdida de valores identitarios, a causa de un imparable y multimodo proceso de aculturación. En conclusión, no basta el regreso a clases, sacar buenas notas y culminar el curso para resolver los retos que al día de hoy se presentan.