P. Jaime Emilio González Magaña, S. I. // DIARREA DE PALABRAS Y ESTREÑIMIENTO DE IDEAS

Mencionar las virtudes en una sociedad conformista como la nuestra parecería no tener sentido. Sin embargo, es necesario insistir aun cuando sea un diálogo de sordos. En realidad, cuando se menciona la virtud de la prudencia no suena muy bien en el mundo actual. Pudiera, significar, simple y sencillamente ser precavido al conducir un coche, respetar las normas de tráfico, tener cuidado de no comer ni beber demasiado, etc. En la tradición griega, patrística y bíblica, donde se refleja con otros nombres, prudencia significa mucho más. En primer lugar, evoca la sabiduría, es decir, la capacidad de ver los hechos y las acciones humanas que hay que realizar a la luz de Dios. Por ejemplo, en el Libro de la Sabiduría se afirma: «Todo lo oculto y todo lo manifiesto lo sé, porque la Sabiduría, autora de todas las cosas, me ha instruido» (Sab 7,21). Por su parte, Pablo dice: «Entre los perfectos se habla de sabiduría, pero de una sabiduría que no es de este mundo» ( 1 Cor, 2,6). Y también Santiago: «Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, que se la pida a Dios, que da a todos generosamente y sin reproche» (Stg 1,5).

         Prudencia equivale a sabiduría, es decir, saber comprender los acontecimientos y las opciones humanas que hay que tomar, siempre a la luz del Señor. Significa también discernimiento, como la capacidad de distinguir entre las acciones que se han de planificar y juzgar; lo que conduce a Dios y lo que le aleja, lo que es conforme al Espíritu de Jesús y lo que es contrario a ese Espíritu porque viene del maligno ya que «El hombre espiritual juzga todas las cosas» (1 Co 2,16). El discernimiento propio de quien tiene el espíritu de la sabiduría de Dios, distingue en su conducta a los que responden al Evangelio de los que están lejos de él. Además, la prudencia significa sentido de la responsabilidad, es decir, decidir y actuar, responsabilizándose de las consecuencias de los propios actos. Por último, la prudencia en la tradición bíblico-patrística, expresa otro concepto que retomará Santo Tomás, que no es otra cosa sino decidir con realismo y concreción, el de no vacilar, el de no tener miedo a atreverse a buscar la mayor gloria de Dios. Es muy distinto de nuestro concepto de prudencia, que invita a dudar, a ser precavido.

         Resumiendo: la prudencia, para la Biblia y la Tradición de la Iglesia, es la sabiduría que contempla los acontecimientos humanos a la luz de Dios; el discernimiento que distingue entre lo que lleva a Dios y lo que aleja deÉl; el sentido de la responsabilidad que se hace cargo de los efectos de los propios actos; la capacidad de decidir razonablemente y con valentía, sin temor a ninguna consecuencia negativa en perjuicio propio. De hecho, la prudencia está unida a la fortaleza y al valor. Por tanto, también podemos llamar a la prudencia con un término familiar en nuestro itinerario pastoral: vigilancia, como la inteligencia que decide sabia, concreta y valientemente las acciones que hay que emprender para servir a Dios y vivir el Evangelio con radicalidad. Así entendida, la virtud de la prudencia procede del Espíritu Santo tal y como como lo indica Jesús: «Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes (es decir, a los prudentes según el mundo) y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).

 Es preciso no olvidar que el Espíritu Santo es quien nos revela la prudencia cristiana y no el mundo con sus afanes y sus luchas, con su vanos deseos de demostrar que se es más importate con el dinero, con el poder o la locura de atreverse siquiera a pensar que se pueden decidir los destinos del  mundo por gente ávida de imagen y la ciega locura de soñarse mesías. El Cardenal J.H. Newman lo entendió sabiamente cuando, para obtener el don de la prudencia o sabiduría, rezaba de este modo: «Guíame, dulce Luz; a través de las tinieblas que me envuelven, guíame Tú, ¡siempre adelante! Negra es la noche, lejos está el hogar: ¡guíame Tú, siempre adelante! Guía mis pasos: cosas lejanas no quiero ver; un paso a la vez es suficiente para mí. No siempre he sido así, ni siempre te he rogado que me guíes siempre adelante. Me gustaba elegir mi camino, pero ahora guíame Tú, siempre adelante. Guíame, dulce Luz, guíame Tú, siempre adelante».

La virtud de la prudencia se adquiere mediante la práctica del discernimiento, de ejercitarnos a juzgar objetivamente según Dios. Hoy, inmersos como estamos por la manipulación de las masas, las redes sociales y la inteligencia artificial, la prudencia se presenta como ese instinto que nos guía para encender o apagar, para ver o no ver, para leer o no leer. Nos ayuda a tomar decisiones para que no nos ahoguen ni nos enreden, ni nos engañen. Nos enseña a exigir información, a verificar fuentes y desechar la jerga populista de “los otros datos”. Nos guía, en definitiva, en el recto juicio y la formación del hábito del silencio, de la calma, de evitar la precipitación en los juicios y en las acciones. Hay quienes, sin escuchar, se expresan con diarrea de palabras y estreñimiento de ideas como imprudentes, necios e insensatos porqueno preceden las palabras con un momento de silencio, de pausa y de reflexión.

Domingo 11 de agosto de 2024.

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JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA

RP Jaime Emilio González Magaña, sacerdote jesuita que radica en Roma.

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