P. Jaime Emilio González Magaña, S. I. // LA VIRTUD DE QUIEN SE SABE VULNERABLE

Esta virtud es muy necesaria en nuestros días debido al evidente fracaso para afrontar los problemas, las dificultades y, más aún, las angustias y frustraciones inherentes a la cotidianidad de la vida. Nos basamos, sobre todo, en las reflexiones del cardenal Carlo María Martini, S. I., sobre sus cartas pastorales en la Arquidiócesis de Milán. El hombre que acepta participar de la intimidad de Dios, que se deja atraer a la comunión del infinito Ser divino, se vuelve tan múltiple en sus virtualidades y en sus operaciones que no es fácil clasificarlo en una categoría u otra. El santo es “inalcanzable”, porque es sumamente rico, variado, impredecible en sus actos de bondad, ya que participa de la vida de Dios. Meditando sobre las virtudes cardinales y sobre las sobrenaturales o divinas, nos proponemos hacer un sencillo intento -ciertamente no exhaustivo- de reordenar ese océano de riquezas morales y espirituales que, gracias al Espíritu, desemboca en el corazón de quien se abandona a la acción de Dios. Hoy reflexionamos sobre un aspecto de este océano que afecta a la vida del cristiano bautizado y obediente a la Palabra, es decir a la fortaleza. Pero reflexionamos sobre ello teniendo en cuenta la escasez de nuestras palabras para expresar el misterio extraordinario del hombre revestido de Cristo.

La virtud de la fortaleza concierne al ejercicio de la justicia, a la continuación del bien: nos asegura vivir y hacer el bien en cada situación. Segun el Catecismo de la Iglesia católica, n. 1808: «Es la virtud moral que, en las dificultades, asegura firmeza y constancia en la búsqueda del bien». En la distadura del relativismo en la que estamos inmeross, la palabra «fortaleza» suena anticuada y no la utilizamos en el lenguaje corriente. Sin embargo, somos conscientes de que la palabra indica una realidad muy actual. De hecho, decir “fortaleza” significa hablar de miedo y de coraje; y ¿quién de nosotros no ha tenido momentos de miedo, de ansiedado de angustia? ¿Quién no sufre tentaciones de repugnancia y disgusto al hacer el bien o resistir el mal? ¿Quién no se siente a veces dominado por la timidez, especialmente en situaciones públicas difíciles? Muchas veces el miedo nos impide hacer lo que sabemos que es bueno o correcto, o, simplemente, no nos permite hablar. Preferimos utilizar los términos «conformismo» y «respeto humano»; pero en realidad es miedo.

Hay muchas actitudes contra la fortaleza, sin embargo, menciono solo el silencio, que es una forma de miedo y es muy perjudicial en los países donde reina la mafia, el autoritarismo y la impunidad. El campo de la fortaleza es, por tanto, muy amplio, porque esta virtud es necesaria allí donde hay que resistir las amenazas, superar los miedos, afrontar el aburrimiento, el tedio y el disgusto de la existencia cotidiana para poder poner en práctica el bien. Por eso es una de las virtudes humanas y morales fundamentales que toda persona honesta debe vivir. ¿Cómo podemos superar los miedos, superar el respeto humano y mostrar valentía? Podemos enunciar cinco tesis, que luego abordaré una por una: 1. la fortaleza presupone nuestra vulnerabilidad; es decir, puedo ser fuerte y valiente porque soy vulnerable. 2. La fortaleza se refiere, en última instancia, a la máxima vulnerabilidad del hombre: la muerte. La fortaleza es, precisamente, la virtud que nos permite superar el miedo a la muerte. 3. En consecuencia, para el cristiano la fortaleza se refiere de manera privilegiada al martirio: dar la vida, afrontar la muerte por el bien supremo y para evitar el mal supremo que es el pecado, la pérdida de la fe, la traición a Dios. No se trata simplemente una forma de audacia, de bravuconería que te hace apretar los dientes en un esfuerzo heroico. Es más bien un abandono pacífico en Dios, sabiendo que somos débiles, frágiles; es relajación del corazón y paz interior. 5. La fortaleza se expresa mejor en la resistencia, en vivir la virtud cristiana de la paciencia, y no en la agresividad del ataque (se es fuerte porque se ataca). La grandeza del alma del cristiano y su magnanimidad se revelan en la paciente fortaleza.

            Es importante, asimismo, afirmar ante todo, que sólo podemos ser fuertes, firmes, valientes y resistentes partiendo del hecho de que somos frágiles. Cada uno de nosotros es físicamente frágil y psicológicamente vulnerable. Tenemos dentro de nosotros un trasfondo de miedo, de temor, de una sensación de malestar y de dificultad, por mucho que intentemos ocultarlo. La vulnerabilidad física y psicológica es parte de la naturaleza humana.          Por otra parte, si no nos supiéramos vulnerables, nunca podríamos ser valientes, crecer en fortaleza: seríamos audaces, fanfarrones. Fuerte es aquel que se sabe débil, que conoce su propia fragilidad y toma conciencia de ella. El primer paso de la fortaleza cristiana no es apretar los dientes, sino tomar humildemente conciencia de nuestra debilidad.

Domingo 1º de septiembre de 2024.

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JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA

RP Jaime Emilio González Magaña, sacerdote jesuita que radica en Roma.

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