En numerosas ocasiones he sostenido que México es un país grande con grandeza. Hoy lo reitero, pero expreso mi preocupación por lo que le sucede, por lo que se vive ahora en nuestra sociedad. En esta oportunidad quiero referirme al cambio de gobierno que estamos presenciando, a las transformaciones en la relación entre el presente y el futuro inmediato, a la profunda transmutación del Estado nacional y a los efectos en su arquitectura y funcionamiento. En pocas palabras, al cambio de régimen que se ha gestado y que estamos a punto de vivir.
Anoto lo que se señala en la Constitución respecto de la forma de gobierno: “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica y federal compuesta por Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, y por la Ciudad de México, unidos en una federación establecida según los principios de esta ley fundamental”.
Igualmente se desarrolla el principio de la división de poderes cuando se señala que “El Supremo Poder de la Federación se divide, para su ejercicio en Legislativo, Ejecutivo y Judicial” y que “No podrán reunirse dos o más de estos Poderes en una sola persona… ni depositarse el legislativo en un individuo…”
Eso es lo que está en riesgo, lo que se ha trastocado. Algunos dirán que en el siglo XIX o en muchos momentos del XX se vivieron condiciones semejantes. Es cierto, pero fueron la Reforma, la Revolución y el proceso democratizador de la segunda mitad del siglo anterior, las luchas que delinearon un régimen como el descrito que ahora está en riesgo.
¿De verdad nuestro régimen es representativo? El partido en el gobierno y sus aliados tuvieron 32 y medio millones de votos en el caso de la Cámara de Diputados, el 55 por ciento de la votación, lo que les valió para tener, con la sobrerrepresentación validada por el INE y el Tribunal Electoral, el 73 por ciento de los diputados federales.
¿De verdad se puede hablar de un régimen democrático, cuando tenemos un presidente que se empeñó, desde el día uno de su gobierno hasta ahora cuando solo le restan tres semanas, en intervenir en las decisiones de los Poderes de la Unión, en las determinaciones de los partidos políticos, de los sectores y grupos de la sociedad, además de apoderarse de la libertad de decidir de millones de personas con sus dádivas clientelares?
¿Es posible afirmar en serio que tenemos un régimen federal cuando vivimos una regresión acentuada al centralismo más vetusto de las últimas décadas? ¿De verdad alguien puede sostener que en México se respeta la división de poderes, cuando este presidente ordena en el legislativo cuya mayoría obedecen sin chistar, o cuando se acosa y atenta contra el Poder Judicial con la reforma que está a punto de convertirlo en un eslabón más del poder omnímodo de López Obrador, incluido el pacto implícito con el crimen organizado?
La verdad es que la democracia, el régimen de libertades y la República están en riesgo. En la lucha faltaron personajes con grandeza y sobraron individuos egoístas, timoratos, codiciosos, acomodaticios y conformistas. Todos los partidos fallaron y su único éxito ha sido mantener su espléndido negocio electoral que beneficia a sus dueños, varios de siempre y por décadas. Pero también erraron académicos, artistas y empresarios con su silencio cómplice y aceptación indigna y quienes participaron en la demolición de la democracia con su abstención o su voto predeterminado. Deseo equivocarme y que la intentona fracase.
Exrector de la UNAM
(El Universal)