Pau Lanao
Cataluña
En un momento como el actual en el que Moscú ha ido a la guerra con la intención de unificar todos los territorios que hablan ruso – la misma excusa usó Hitler con los territorios de habla alemana- lo que significa un intento de recuperación del gran imperio de los zares, el neoimperialismo ha tomado nuevas formas y abierto un debate en el que juegan actores como la propia Rusia o China, dos potencias, en teoría antiimperialistas, que ya sea económica, social o militarmente, intentan incidir en amplias zonas del planeta. Vuelto al imperialismo clásico, podemos decir que Estados Unidos y occidente luchan por mantener las áreas de influencia en medio de la convulsión de unos continentes, África y América Latina, que están lidiando por recuperar la propia personalidad, lo que, entre otros muchos factores, pasa por la independencia económica y la reivindicación y recuperación de las lenguas y las culturas primigenias.
Si nos centramos en el caso de África, en el siglo XIX, después del Tratado de Berlín, alemanes, franceses, ingleses o portugueses se repartieron un territorio castigado por el tráfico de esclavos y la extracción de materias primas y no sólo crearon fronteras artificiales, generaron la división de pueblos y familias, sino que intentaron destruir las lenguas, las culturas, las formas de vivir. Aún hoy se mantiene el estigma que presenta el continente en un espacio de barbarie y pobreza, al que occidente llevó el progreso y la civilización, obviando qué, como asegura el Cheikh Anta Diop en «Naciones negras y cultura», un libro que rompió tópicos y desmontó realidades impuestas, «África Negra es un continuo histórico con dinámicas propias derivadas de la adaptación continuada a las condiciones cambiantes del continente.» Pese al proceso de descolonización vivido después de la segunda mitad del siglo XX, el neocolonialismo nunca ha dejado de marcar las agendas y está en la raíz de los actuales problemas.
En el libro «Descolonizar la mente» – Ngugi Va Thiong’o, el escritor, pensador y humanista keniano exiliado, y firme candidato al premio nobel de literatura- hace de la lengua materna un aspecto primordial de la propia identidad de los pueblos y plantea que el continente africano vive entre dos realidades, la marcada por el imperialismo y las clases que le apoyan que apuestan por la aculturación y la renuncia a la herencia ancestral y los defensores de las lenguas autóctonas mantenidas por los campesinos, trabajadores y las clases populares que no han renegado de la propia identidad y han convertido al gikuyu, al diola, al manding, al haussa o al suajili en instrumentos de resistencia. ¿Porque, – se pregunta el autor, – los colonizadores han considerado que la única cultura posible era la que venía de occidente y el inglés, el francés, el portugués o el alemán se convirtieron en oficiales de los estados a los que todos los demás idiomas debían someterse? Qué sentido tiene que los estudiantes de Senegal, estudien Balzac y los de Kenia Shakespeare, cuando se obvia la literatura del país y las señas de identidad de unas culturas, que los colonizadores presentaban como bárbaras y alejadas de la senda del progreso y el cosmopolitismo. Como escribió Thiong’o en el libro mencionado: «El imperialismo y los misioneros introdujeron su ideología en muchas lenguas africanas. Era necesario que el mensaje bíblico de servilismo y las órdenes administrativas que reclamaban un trabajo forzoso e impuestos y las órdenes militares y policiales de matar a los rebeldes, llegaran hasta los nativos lo más directamente posible. Los imperialismos rivales y la práctica colonial de «divide y vencerás» introdujeron representaciones contradictorias de los sistemas fonéticos de una misma lengua, y no menciono el caso de las lenguas africanas similares en el seno de las mismas fronteras coloniales. Por ejemplo, el gikuyu tenía dos sistemas ortográficos diferentes, uno desarrollado por los misioneros protestantes y el otro por los católicos…. El imperialismo, introdujo la alfabetización, pero muy a menudo la enseñanza de la lengua estuvo limitada a oficinistas, soldados, policías y pequeños funcionarios, es decir la emergente clase misionera…. Y nos encontramos que, en las vísperas de las independencias, las masas africanas continuaban sin saber leer ni escribir.»
La realidad es que el imperialismo, no sólo se apropió de las tierras de los pueblos conquistados, sino que también les obligó a ver la cultura propia con vergüenza e intentó hacerles creer que si querían tener un espacio en el planeta no había otra salida que enfocar los intereses hacia la propuesta occidental. La confusión ha llegado a tal punto que hoy los países africanos, tanto los coloniales, como los neocoloniales cuando quieren hacerse oír en los principales foros del planeta se definen a sí mismos en función de las lenguas europeas que hablan, anglohablantes. francohablantes, lusohablantes.
Lo mismo ocurre en Latinoamérica, donde se hincha el número de las personas que hablan en castellano, o portugués y se obvia que en latinoamérica hay 522 pueblos indígenas que van desde la Patagonia al Norte de México que su lengua materna es quéchua, o el aimara, el dakota, pasando por el maya, el nahual, el mapuche, el misteco o el kiché. La lengua más que un medio de comunicación es un vehículo de cultura y la cultura es el resultado de la historia y las vivencias de los pueblos. Como apunta Thiong’o «Del imperialismo cultural nace la ceguera y la sordera mental que hacen que la gente permita que los extranjeros les digan qué deben hacer en su propio país. El arma más importante que tiene el imperialismo es la bomba de la cultura». El análisis de la situación puede enseñarnos que la colonización comportó la imposición – muchas veces a través de la violencia física o psicológica – de unas lenguas extranjeras que no sólo modificaron la conceptualización, el pensamiento y la descripción de la realidad del niño colonizado, sino que le alejó de la cosmovisión que había aprendido con su familia, lo que provocó una rotura irreparable que borró tanto el estado de pertenencia, como de los mitos culturales de la propia comunidad.
Con todo, Thiong’o dio un paso definitivo cuando pese a las complicaciones renegó del inglés y en prisión escribió en gikuyu, «El diablo en la cruz», que hoy está considerada como una de las grandes obras de la literatura de nuestro tiempo. Convertido en una de las figuras internacionales en la lucha contra el imperialismo. el neocolonialismo, o el neoesclavismo que van de la mano de las actuales formas de represión en el continente africano, Ngugi Va Thiong’o hace una lectura contemporánea y desapasionada del momento que nos toca vivir, cuando puntualiza que hoy el tercer mundo está presente en todo el planeta y las condiciones de extrema pobreza que se viven en occidente están multiplicadas por mucho en los países neocolonizados.
Agenda Latinoamericana Mundial 2024