Con la intención de profundizar el tema de la templanza, me parece importante destacar cinco grandes aspectos o ámbitos de la existencia en los que debemos vivirla. 1. La templanza como moderación en el comer y en el beber. En este caso, tiene que ver con la abstinencia, incluso con el ayuno, con el cuidado de la salud, con la dieta cuando uno la sigue, no por razones de estética o figura, sino para mantener la salud. La templanza se opone, evidentemente, a los excesos del alcohol y las drogas. En la carta a los Romanos, San Pablo subraya la moderación en la comida y en la bebida recomendando evitar la embriaguez y la borrachera. 2. La templanza como control de los instintos sexuales. En la carta a los Romanos, San Pablo exhorta a no vivir «entre la impureza y el libertinaje». Es el discurso de la castidad, de la vigilancia de los sentidos, de los ojos, de la imaginación, de los gestos; del buen uso de las redes sociales y el internet, la televisión, la atención a la lectura, a los periódicos, etc. En el extremo opuesto de esta templanza se sitúan todos los desórdenes sexuales, hasta las perversiones que luego causan delitos.
3. La templanza como equilibrio en el uso de los bienes materiales, especialmente del dinero. «Los que desean enriquecerse, caen en la tentación, en la trampa y en muchas concupiscencias insensatas y mortales, que ahogan a los hombres en la ruina y la perdición. El apego al dinero es la raíz de todos los males» (1 Tim 6, 9-10). Estamos ante el tema de la avaricia, de la corrupción administrativa y política, que nace de la codicia personal o de grupo con pretensiones de exacerbar figuras personales, casi mesianicas. La templanza erradica las raíces de esa avaricia que crea la injusticia. Bajo este tercer aspecto, la templanza se refiere también al lujo, al gasto desenfrenado en el vestir, en el hogar, en segundas y terceras residencias, o en diversiones pues ayuda a conseguir la moderación que corresponde a la propia situación y que no es exceso, ostentación ni despilfarro. 4. La templanza como medio adecuado en la búsqueda del honor y el éxito ya que: «Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no viene del Padre, sino del mundo» (1 Jn 2, 16).
En este sentido, la templanza está íntimamente unida a la humildad, a la modestia, a la sencillez de comportamiento y es contraria a la arrogancia, a la altivez y al gusto desenfrenado por el poder que lleva a la traición de todo tipo de esquema de valores. 5. El último aspecto es la templanza se refiere al dominio de la ira. La templanza nos ayuda -más aún, nos enseña-, a dominar el nerviosismo, la irritación, los arrebatos de ira, los rencores y resentimientos; las pequeñas y grandes venganzas, incluso en el seno de la familia y de la amistad. Es la virtud que mantiene a la persona en ese fuerte equilibrio necesario para discernir reconocer el mal y rechazarlo, para reprender bien o castigar bien cuando es necesario. Si, por el contrario, no se controla el instinto de irascibilidad, se corre también el riesgo en la familia de caer en peleas, impaciencias graves, rencores o, por el contrario, de dejar pasar todo sin intervenir nunca y favorecer que problemas viejos destruyan la armonía, la paz y el amor. La templanza favorece el punto de equilibrio entre las justas exigencias de seriedad y la severidad con actitudes de comprensión y perdón.
Las cinco actitudes que he destacado nos permiten comprender cómo la templanza afecta positivamente a toda la vida cotidiana para hacerla serena y capaz de un verdadero placer. Por ejemplo, el autodominio inducido y fomentado por la templanza es fuente de auténtico disfrute, incluso sensible, de las pequeñas alegrías y satisfacciones de la vida. Mientras que el desenfreno, la intemperancia, el gusto por todo lo que hay que ver, todo lo que hay que saber, es fuente de rigidez, nerviosismo y genera un embotamiento de los sentidos que luego conduce al aburrimiento, quitando la serenidad y la paz. Así pues, la templanza es importante porque hace que la vida sea bella y armoniosa. Pasando a la razón opuesta: la autovigilancia es importante porque los instintos, abandonados a sí mismos, se vuelven destructivos. La carta de San Pablo a Timoteo, citada anteriormente, menciona la «ruina y perdición» causadas por «concupiscencias insensatas y mortales» y del hecho de que uno es atormentado con mucho dolor cuando cede a tales concupiscencias. La razón filosófica reside en el hecho de que, a diferencia de los animales, que se regulan precisamente por sus instintos, el hombre debe aprender a regular sus instintos con la razón y la voluntad. El Sirácide 5,2 enfatiza: «No sigas tus instintos y tu fuerza, complaciendo la pasión de tu corazón»; no confíes en la fuerza arrolladora de tus instintos. Si nos dirigiéramos a los animales, podríamos decir sin temor a equivocarnos: sigue tu instinto. Pero el hombre debe derivar su comportamiento de la razón, de la reflexión, de la razón iluminada por la fe. El esfuerzo por actuar de este modo se llama también ascesis, ejercicio, entrenamiento: es una autoeducación de la voluntad, que parte de la inteligencia y de la razón. Y todos sabemos que es muy importante adiestrarnos con sacrificios al autodominio, a pequeñas renuncias. Si a los niños no se les ayuda a renunciar a nada, sino que se les da todo, nunca serán entrenados ni educados en el autodominio y no serán capaces de enfrentar las dificultades o el fracaso. Por eso, los psicólogos no se dan abasto para afrontar problemas como la depresión, la baja auto estima, el sentimiento de frustración y la propensión al suicidio.
Domingo 22 de septiembre de 2024.